Otros números acompañan el mismo panorama: Bolivia cuenta con las mayores reservas en su banco central en relación a su PBI, un impactante 46%. Por tercera vez consecutiva, se pagará un aguinaldo doble a los trabajadores públicos y privados, al tiempo que se mantiene una inversión pública en sectores industriales inéditos en la historia del país, como la Planta de Carbonato de Litio.
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De un tiempo a esta parte, los buenos números macroeconómicos -crecimiento con baja inflación- sirvieron para que algunos analistas hablen de una extraña "ortodoxia" del gobierno de Morales que sería un contraespejo de las demás experiencias progresistas de la región, sumidas en el populismo irresponsable.
Sin embargo, los números indican que el sostenimiento del crecimiento boliviano está ligado íntimamente a un protagonismo estatal insoslayable, en el marco de un proceso político que, aún comparado con el venezolano, puede definirse como el más radical de sudamérica.
Un botón de muestra: en lo que va del año, hubo un aumento del 23% en la cantidad de pasajes aéreos en bolivia. 1.300.000 para un país de algo más de 10 millones de personas. Ese aumento se explica por el crecimiento de la línea de bandera estatal, Boliviana de Aviación, que controla el 74% del mercado.
En el plano político, el gobierno de Morales mantiene una amplia mayoría parlamentaria y respaldo popular consolidado: una encuesta realizada en agosto de este año le da un apoyo del 51,6%.
Más allá de todos estos números, cabe preguntarse por dónde pasa la particularidad boliviana en un contexto donde otros gobiernos de igual signo político atraviesan más dificultades.
Hay dos ejes que resaltan del proceso boliviano. Por un lado, el nacimiento del "evismo" responde a un terremoto social: con el gobierno del MAS todo un bloque humano que había estado sumergido desde siempre ocupó la escena. Y no se trató solo de una reivindicación "cultural" o simbólica: mujeres y hombres de ponchos ocupan ahora oficinas públicas, y otros millones ocupan centros comerciales, van al cine, compran autos e, incluso, viajan en avión.
Pero además de eso, el proyecto político del MAS logró evitar la tentación de repetirse a sí mismo: si durante los primeros años, la emergencia indígena fue el centro de las preocupaciones de estado, así como una agenda de nacionalizaciones y la creación de una nueva Constitución, en los últimos tiempos el discurso oficial se volcó a una épica desarrollista y nacionalista, sin perder el carácter social y distributivo.
Como si se tratara de un sendero diseñado, los sucesivos gobiernos de Morales (y de García Linea, pieza fundamental de esta historia) fueron cumpliendo etapas y asumiendo nuevos desafíos, sin que la identidad "original" ligada al indigenismo y las demandas sociales básicas funcionara como una palanca conservadora.
Por el contrario, el "evismo" (que García Linea insiste en que tiene un poder mayor al "masismo" partidario) parece funcionar como un animal inquieto, dinámico, que logró romper el cerco de representación inicial. Los resultados de las últimas elecciones regionales de este, donde el MAS triunfó en regiones históricamente opositoras, pero a la vez resignó votos en bastiones propios, da cuenta de esa dinámica.
¿El talón de aquiles? Ahí sí la particularidad boliviana parece rendirse ante un problema común a los demás proyectos progresistas: la dificultad para el recambio del liderazgo. Evo Morales tiene mandato hasta 2019, y la constitución le prohíbe volver a presentarse. Por ahora, según las encuestas, una sólida mayoría se opone a un cambio legal, pero al mismo tiempo grupos oficialistas plantean una nueva reforma. Tal vez, Bolivia vuelva a sorprender, encontrando un camino superador.