Christine Lagarde abandonará el FMI pero podrá partir con la tranquilidad de la labor cumplida en Argentina, el nuevo principal socio-acreedor del organismo. Como era de esperar tras el fracaso del régimen de endeudamiento y dolarización de activos que se extendió desde diciembre de 2015 a mayo de 2018, con el regreso al Fondo toda la agenda política y la discusión sobre el futuro de la economía comenzó a depender de la relación con la entidad financiera. Se trata del principal éxito del macrismo: haber condicionado en sus propios términos el futuro de la agenda económica y heredar un escaso margen de ruptura y maniobra para cualquier fuerza opositora que eventualmente pueda imponerse en las elecciones. A ello se suma el riesgo cierto y potente de un fraude o entorpecimiento electoral que se traduzca en la continuidad oficialista, una posibilidad sospechada, pero ahora delatada por los ensayos fallidos sobre los sistemas de transmisión de datos conocidos en los últimos días. La casualidad permanente, que se inició con el intento de imponer el voto electrónico, no existe.
La palabra clave de todos los condicionamientos es y será el déficit cero e incluso el absurdo del superávit, que siempre es déficit privado. Un resultado que, además, deberá alcanzarse junto con un déficit financiero creciente. Dicho de otra manera: solamente sostener el equilibrio presupuestario antes del pago de deuda significa, contable y matemáticamente, una reducción constante del Gasto primario. Macroeconómicamente el resultado es todavía peor, porque la reducción del Gasto equivale en segunda vuelta a la reducción de la recaudación tributaria producto de la caída de la actividad. Resulta claro, para cualquiera que no mire el problema con anteojeras ideológicas, que en el actual contexto el superávit o el equilibrio presupuestario es apenas un artificio, un engañapichanga para la destrucción progresiva de las funciones del Estado, lo que a su vez significa la pérdida de los derechos conseguidos por décadas de gobiernos nacional-populares, que son los únicos que crean derechos en vez de limitarlos.
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Aunque se utilicen palabras como “modernización” o “readecuación”, la continuidad del macrismo significará que la agenda política se concentrará en algunos objetivos clave, conocidos y ya anunciados: al tope de la lista estarán las reformas previsional y laboral. Cuando los técnicos que sueñan con Estados más pequeños y que en consecuencia demandan menos impuestos, lo primero que observan es el peso del gasto en seguridad social, el que actualmente se encuentra en torno de los 10 puntos del producto. En 2018 el gasto fue reducido levemente (alcanzó 8,8 del PIB, devengado) gracias al cambio de la fórmula de actualización de las jubilaciones, pero también desfinanciado, ya que se redujeron aportes que provenían de la coparticipación y del impuesto al cheque. El resultado del desfinanciamiento fue que el régimen es ahora deficitario. Y el déficit es el paso previo clásico para justificar cualquier reforma regresiva, las que además son las que “nos pide el FMI”. No es un secreto que de producirse una continuidad del macrismo, no sólo seguirá la baja de las jubilaciones, incluida la suba de la edad, sino que también se buscará el objetivo de máxima de volver al régimen de las AFJP, un negocio que los bancos añoran y no dejarán escapar.
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La reforma laboral, en tanto, es un pedido eterno. El capital necesita bajar los costos de las indemnizaciones y si es posible de los aportes. El oficialismo también adelantó que su reforma incluye un blanqueo fiscal de las deudas previsionales de las empresas, un cargo que asumiría el Estado. Visto desde el lado de las empresas pareciera estar bien que el Estado absorba los pasivos, es decir no corre la misma crítica que para la moratoria para acceder a nuevas jubilaciones. Sin embargo la reforma laboral es menos urgente. El aumento del desempleo funciona en la práctica como un sistema de flexibilización de hecho. A mayor desempleo, mayor temor a perder el trabajo y menor poder de negociación de los asalariados. El desempleo abierto es una herramienta clave para ajustar paritarias a la baja, es decir por debajo de la inflación. También para la imposición de condiciones laborales. La reforma sólo acompañaría institucionalmente el cambio en las relaciones de fuerza y el disciplinamiento de los trabajadores.
En las elecciones 2019 no correrán las falsas promesas de “pobreza cero, combatir el narcotráfico y unir a los argentinos”. La población está advertida de que el macrismo representa todo lo contrario y el oficialismo avanzará proponiendo lo que realmente es. Ir a fondo y más rápido con las reformas regresivas, pero presentándolas como necesidades de sentido común. De todas maneras se observa un abandonó relativo en el intento de convencer a los sectores populares, del que surge el miedo a perder la provincia de Buenos Aires, y una decisión de volcarse sobre el núcleo duro de votantes a la vez que se intenta retener a los sectores medios insistiendo en el múltiplemente fallido “lo peor ya pasó” y en las promesas de los presuntos beneficios de los acuerdos internacionales de liberalización comercial.
Así, mientras la economía sigue mostrando caídas alarmantes en todos los indicadores, el aparato comunicacional oficialista exprime las piedras para vender una nueva estabilidad, con subas intermensuales que disminuyen décimas las caídas interanuales de la industria y de la actividad. También vende como un éxito la leve desaceleración de la inflación producto de la transitoria estabilidad cambiaria, pero que continúa altísima gracias a que siguen encendidos los motores que la impulsan, desde las subas de los combustibles, a factores inerciales como los menores plazos de indexación de los contratos y el traslado de precios mayoristas.
Muchos economistas, mientras tanto, observan con asombro cómo la realidad quema lo que leyeron en los libros, asuntos como que la inflación era producto de los déficit o de la cantidad de dinero. Es necesario remarcar estas cuestiones, porque cuando regrese alguna estabilidad en las variables volverán a la carga y será tiempo de recordarles las verdaderas relaciones causa-efecto que explican los fenómenos macroeconómicos.
La estrategia de comunicación oficial cierra el círculo oponiendo al “desencanto” de sus votantes de 2015 y 2017 el presunto “miedo” al regreso del populismo. La realidad es que nada produce más miedo que la continuidad del neoliberalismo, con su retroceso de las condiciones de vida de los trabajadores, activos y pasivos, y su subordinación a las finanzas globales y a la política exterior de las potencias.-