La mediocre élite que gobierna la Argentina luce desconcertada frente al súbito desencadenamiento de la crisis en la que han sumergido al país. El Jefe de Gabinete habló de “sensación de crisis” entre la población. El economista ortodoxo y ex funcionario del Gobierno Carlos Melconian graficó el cuadro como la dilapidación de dos años de mandato “boludeando” sin resolver nada y ahora el cambio de escenario internacional amenaza seriamente a Cambiemos.
Sin embargo, el actual resquebrajamiento de liderazgo y confusión que evidencian este grupo de ricos llegados al Gobierno Nacional por el voto popular es producto de una mezcla de aferramiento a sus convicciones ideológicas surgidas de su clara conciencia de clase poderosa y de sus notables límites intelectuales para llevar adelante sus ideas sobre el modelo país deseado.
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Macri y su entorno han acometido en los casi dos años y medio de gobierno el proyecto más ambicioso de reestructuración económica y social del país que se conoce desde el lanzado a sangre y fuego por la última dictadura cívico-militar.
La decisión de resolver drásticamente y a largo plazo el conflicto capital-trabajo en contra de este último, removiendo todas la herramientas distributivas del ingreso existentes en el Estado y las portadas por las organizaciones sindicales y sociales es el nítido objetivo del “proyecto dominante”, llevado adelante sin reconocer las restricciones políticas que la Argentina suele plantear para esas decisiones. Macri impulsó la reforma previsional y la política tarifaria sin “Plan B” como le gusta afirmar a la élite.
Más discreta -pero no por ello menos traumática- es la resolución de los conflictos capital-capital no sólo transfiriendo recursos entre sectores de la economía, sino también entre empresas al interior de los sectores favorecidos. Es visible el sesgo anti-industrial de la política de apertura económica, pero también la redistribución de mercado adentro de los sectores elegidos por “el modelo”. Se observa en energía, minería, obra pública, finanzas y agroalimentos.
Trabajadores subordinados y bloque empresarial es el esquema de economía y sociedad que el Gobierno encaró como meta desde su asunción y que decidió llevar adelante sin ponderar los límites internos y externos que podían aparecer. Esto revela una fuerte convicción ideológica aunada a una visible necedad que arroja como resultado un fuerte autoritarismo en la gestión, inédito en la actual etapa de la democracia y a la vez un derrotero inevitable de colisión con la realidad, advertido en varias oportunidades por propios y ajenos. Cierto mesianismo en la concepción de los objetivos de gobierno y una muy pobre lectura de los acontecimientos constituyeron una marea que nos trajo hasta estas playas nada amigables.
Macri se aferró a un modelo de sector externo que era el único posible para financiar la restructuración económica-social del país. Un giro ordinario y habitual de divisas deficitario y un ingreso constante de capitales financieros que solventaría dicho desequilibrio. En la jerga económica se conoce como diseño de Cuenta Corriente del Balance de Pagos deficitaria y Cuenta Capital del Balance de Pagos superavitaria. Una amplia apertura importadora que abaratara costos internos y deteriora la industria como techo al salario, plena libertad de repatriación de dividendos a las empresas extranjeras y abultados servicios financieros de deuda, son los egresos de la Cuenta Corriente a financiar, por la llegada de las divisas por deuda tomada mayoritariamente por el Estado, la provenientes de capitales especulativos y tal vez a mediano plazo las anunciadas inversiones. Este modelo sirvió para que se fueran en dos años u$s 63.000 millones del país por distintos conceptos y que la deuda pública aumentara en u$s 52.000 millones por fondos frescos sin contar las refinanciaciones.
Pero era evidente, sobre todo desde el Brexit en Europa y la asunción de Donald Trump como presidente de los EEUU, que el modelo de apertura comercial y financiera de Macri era insustentable en el actual contexto global.
Desde esta columna se describió la inviable inserción internacional macrista, pero ahora el límite se expresó cuantitativamente en la pérdida de u$s 10.000 millones de reservas internacionales del BCRA en dos meses. Es claro que no hay flujo de dólares positivo por las exportaciones, ni por la inversión y se cerraron los mercados de deuda. El pánico de los agentes económicos frente al choque con la realidad se traduce en la apropiación del stock de dólares (las reservas del BCRA) ante la descripta falta de flujo.
Pero Macri tenaz y desesperado acudió al FMI a pedirle asistencia para sostener su modelo desequilibrado e inviable. Lo que recibirá como respuesta es la exigencia de equilibrar la cuenta corriente del balance de pagos ya que no hay capitales para financiar el déficit. Y equilibrar una balanza comercial que alcanzó a abril un resultado negativo de casi u$s 3.500 millones no es tarea fácil. El Fondo seguramente accederá a financiar los intereses de la deuda contraída para evitar el default pero la corrección de la apertura comercial amplia que han llevado a cabo es tarea del Gobierno. El Ministro Dujovne podrá fotografiarse con sus colegas anunciando prudencia en el gasto público, pero lo que realmente se discute en Washington es el valor del dólar que equilibra la Cuenta Corriente del Balance de Pagos.
El fin del modelo económico de Macri es también el fin de los objetivos planteados como élite, abriéndose la puerta en el 2019 para nuevos rumbos políticos económicos y sociales, o asistiremos todavía a la feroz resistencia de un grupo cargado de ideología y conciencia de clase dominante.
Confiemos en el diálogo y el consenso de la democracia argentina.