La Legislatura sancionó, a pesar del rechazo de toda la oposición, el nuevo Código Procesal Penal de la Ciudad. Se trata de un proyecto que le da más poder a la justicia, a la policía y al gobierno para avanzar sobre los derechos de los ciudadanos y las organizaciones sociales. Se busca implementarlo en la Ciudad de Buenos Aires por ser el epicentro de las protestas sociales.
El proyecto original preveía entre otras disposiciones la incorporación de la vigilancia, el ingreso remoto a celulares y computadoras a través de micrófonos, software y GPSs. Estas medidas fueron eliminadas del dictamen de mayoría, pero se mantuvo la figura de agente encubierto, agente informante. Amnistía Internacional, Poder Ciudadano y el CELS consideran que éstos artículos habilitan la vigilancia y vulneran la intimidad personal.
¿Para qué precisa este proyecto el gobierno de Cambiemos?
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El neoliberalismo, nueva forma del totalitarismo, es un dispositivo ilimitado de concentración de poder económico, político, militar y mediático que no tolera ninguna restricción ni oposición; de ahí que intente cancelar lo político e imponer un Estado policial.
Hanna Arendt sostuvo que en los totalitarismos los servicios de inteligencia y la policía juegan un rol fundamental: realizan operaciones, tareas de espionaje, identifican sospechosos y enemigos con el objetivo de eliminarlos literalmente o dejarlos fuera de juego. El proteccionismo del gobierno kirchnerista mutó en la Argentina de Cambiemos a un Estado policial, que encarcela sin juicio previo a los dirigentes de la oposición, persigue y desprestigia a militantes, censura a periodistas y cuenta con un sistema de alta tecnología para vigilar y controlar a la población.
Para imponer el Estado policial, instrumento imprescindible en el neoliberalismo, es necesario lograr un consenso social que demande mano dura, represión y venganza, todo lo cual redunda en la elección del autoritarismo. Con este objetivo es fundamental instalar desorden, inseguridad y un sistema de creencias que se materializan en la realidad social como conductas orientadas por la segregación y el racismo, que atentan contra los lazos y la formación democrática de la comunidad.
El Estado policial se consigue mediante tres pilares: vigilancia, control y disciplinamiento, lo que requiere de inversión en seguridad y tecnología, así como operaciones mediático–judiciales lideradas por el grupo Clarín y el partido judicial. Una justicia ideologizada centra su esfuerzo en localizar enemigos, perseguirlos y apresarlos, valiéndose de una metodología ilegal que premia la delación de “arrepentidos”. Un poder mediático basado en mentiras, propaganda del régimen que instala un odio consistente e injurioso contra el enemigo interno: el corrupto. El grupo de tareas político-mediático-judicial realiza una supuesta cruzada contra la corrupción y el salvataje de la república, provocando miedo e inseguridad y promoviendo el desprecio hacia el pueblo y sus líderes.
En una cultura organizada por el espionaje y la desconfianza el ciudadano se transforma en una cosa uniformada, vigilada y objetivada por el poder estatal, que ordena lo que se puede elegir, pensar y decir. En medio de este paisaje donde el sujeto y la política son rechazados, el mundo deviene 1984, la novela política distópica de George Orwell publicada en 1949. Orwell describe una sociedad donde se manipula la información, se practica la vigilancia, la represión, un asfixiante control y una propaganda alienante que impide pensar críticamente.
En una situación disfuncional-persecutoria, con alto grado de anomia en la que reina el odio y el miedo, el pedido social del patriarca fuerte que traiga orden y acabe con el mal se produce “naturalmente”. En el neoliberalismo, en tanto nueva versión totalitaria o neofascista, la democracia pasa a ser sólo una fachada con imagen de racionalidad, tras la que se vislumbra una profunda crisis de legitimidad y representación.
Semejante manipulación del sentido común pone en cuestión el argumento que algunos sustentan de que el desempleo, la crisis económica, el empobrecimiento y empeoramiento de las condiciones de existencia, sean factores que inevitablemente conducirán a una toma de conciencia social y a un deseo de cambiar de modelo.
Frente a una crisis mundial en la que el sistema democrático neoliberal no incluye ni representa a las grandes mayorías, existe el peligro del triunfo de la religión en detrimento de lo político. El campo popular debe comenzar a plantearse tres problemas fundamentales: cómo agujerear el sentido común colonizado, cómo alojar políticamente el dolor de lo social y cómo establecer una estrategia que articule las resistencias contra el neoliberalismo. De la celeridad con que se vaya respondiendo a estas cuestiones dependerá la construcción de un pueblo que restituya una democracia soberana y un Estado que esté al servicio de los intereses nacionales y populares.