Al cabo de dos años de gestión el gobierno de Mauricio Macri, se han acumulado desequilibrios macroeconómicos cuya magnitud es la mayor desde la crisis 2001-2002. Hablar de una economía desequilibrada alude al déficit que presentan las cuentas externas, que definen nuestra relación financiera y comercial con el mundo, y las cuentas públicas, que reflejan el comportamiento del Estado como asignador de recursos.
Se afirma, no sin razón, que una economía emergente de tamaño medio como la Argentina -que ocupa el número 25 en el ranking mundial- debe desenvolverse teniendo nivelados su sector externo y su sector público como modo de protegerse frente a un escenario global que se presenta volátil y complejo. O al menos que el desbalance en términos cuantitativos sea financiable a mediano plazo.
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El presente artículo no se extenderá sobre los factores cualitativos de política monetaria, cambiaria y fiscal que han llevado a esta situación, sino que se centrará en las aristas cuantitativas de los llamados “déficits gemelos”, por la gravedad de tensiones que acumulan ante el actual contexto internacional.
Con este enfoque, en principio, es necesario medir el volumen de los desequilibrios acumulados en apenas dos años respecto de los heredados por el gobierno, tal como muestra el cuadro que sigue[1]:
En un bienio, la administración amarilla agrandó más de un 50% los déficits de la economía argentina que recibió de la “pesada herencia”. Este resultado de gestión, de por sí negativo, incorpora dos elementos que le otorgan una gravedad aún mayor: el Estado se endeudó abultadamente para solventar el desmadre y, a pesar de los cuantiosos recursos que fluyeron por la deuda, la economía no creció.
El Gobierno desperdició uno de los activos más valiosos recibidos en el 2015: un país desendeudado. La enorme capacidad de tomar crédito de la Argentina no se aplicó a potenciar un vigoroso crecimiento económico y a expandir su infraestructura, lo que hubiera permitido resolver los desequilibrios existentes. Sino que, por el contrario, fue destinado a financiar una especulación sin freno, una enorme transferencia de recursos de los trabajadores y los jubilados a los agentes económicos más poderosos y una vertiginosa salida de los capitales acumulados de ese modo.
En el lapso 2016-2017, el país contrajo deuda nueva por u$s52.000 millones, lo que constituyó un récord tanto en la cifra como en el plazo en que se tomaron los préstamos. A la vez, la economía argentina, a pesar de esa ingente masa de recursos financieros, permaneció prácticamente estancada, cayendo un 2,2% en el año 2016 y pronosticando una suba para el cierre del 2017 del 2,8%. El crecimiento neto del bienio fue de apenas 0,54%, equivalente a un promedio anual del 0,27%.
En el mundo globalizado desplegado después de la Guerra Fría, cuando una economía emergente recibe un aumento extraordinario de la oferta de divisas, su tamaño crece al calor de dicho shock. Se entiende que la mayor disponibilidad de recursos es la que no proviene del flujo de su comercio exterior, sino que responde a fondos financieros por créditos, inversiones y/o ahorros acumulados en períodos de mayor bonanza.
La historia económica reciente de los argentinos revela que, cuando aumenta la disponibilidad extraordinaria de divisas, sin importar su origen, la economía recibe un impacto positivo que la hace incrementar su tamaño con independencia de las características intrínsecas de ese shock y de la sustentabilidad futura del crecimiento. Nuevamente nos detendremos sólo en los aspectos cuantitativos del escenario para advertir que es preocupante que el volumen de deuda contraída por el actual gobierno no haya generado un crecimiento del PIB que resolviera, al menos en parte, los desequilibrios recibidos, sino que, por el contrario, se hayan incrementado en más de un 50% como se señaló previamente.
El cuadro que sigue muestra distintos momentos de la economía argentina y la respuesta frente a shocks externos y extraordinarios.
“¡Es la economía!” diría alguien recordando la expresión de Bill Clinton, cuando se advierten las sendas reelecciones de los presidentes en 1995 y 2011. O “¡Se la llevaron toda!” exclamaría un ciudadano con su salario golpeado por la suba de los precios de los bienes y servicios al darse cuenta de que el Estado, es decir todos los argentinos, deben muchos más dólares mientras su situación ha empeorado. Las respuestas habría que buscarlas, tal vez, en las cuentas offshore de los paraísos fiscales.
[1] Todas las cifras vertidas en este artículo corresponden a mediciones oficiales realizadas por las actuales autoridades gubernamentales.