El ajuste de Cambiemos: ganadores y perdedores de esta gran crisis

20 de octubre, 2018 | 11.19

En tiempos de tanta confusión de valores y sentidos, cuando se sigue buscando justificar en razones de Mercado lo que es sólo consecuencia de decisiones políticas, se insiste en sostener como vigentes objetivos que el Gobierno ha abandonado hace mucho. Sin pudor alguno, el Presidente se desdice y desentiende de los compromisos asumidos; por lo que hace falta ordenar algunas cuestiones que permitan identificar a los perdedores y ganadores de esta crisis.

Un sentido común desideologizado

La Economía suele ser presentada como un área autónoma y sometida a reglas propias dictadas por el Mercado, cuyos ciclos como sus alternativas –benéficas o no- dependen de fenómenos asimilables a los que ofrece la Naturaleza.

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La ausencia de toda consideración a la Política, como no sea para evitar su interferencia en el desenvolvimiento económico, es acompañada por el soslayamiento de los aspectos sociales concernidos.

Esto último, tanto en orden a los sectores que son o no favorecidos por los vaivenes de la Economía como, y principalmente, en cuanto al sentido y objetivos sociales que subyacen a aquélla.

Tales paradigmas, como otros similares, que alimentan las usinas del neoliberalismo, moldean un sentido común que se pretende carente de toda referencia ideológica. Como si se estuviese frente a cuestiones objetivas e inevitables que deben dejarse sólo en manos de “técnicos” para su ordenamiento en aras del bien común.

Destinatarios y beneficiarios del desarrollo

El desarrollo productivo, los avances tecnológicos y la creación de riqueza son fruto del trabajo, siendo su destinataria la sociedad en su conjunto para obtener sus efectos benéficos en orden a una mejor calidad de vida.

No es razonable sostener que el aprovechamiento sólo sea para unos pocos, ni que pueda resultar en el enriquecimiento de algunos a costa del empobrecimiento de la mayoría. La modernización de las formas en que se produce cobra sentido en tanto con ello se aligere la carga laboral, se superen las modalidades de trabajo más extenuantes, sirva para evitar o disminuir los riesgos propios de cada actividad, se reduzca la jornada sin que ello importe caer en la subocupación o el desempleo, permita la realización personal de quienes trabajan, se alcancen ocupaciones más calificadas y diversificadas, se favorezca el incremento del tiempo de ocio deseable.

Es cierto que el sistema Capitalista se funda en la división internacional del trabajo, el reconocimiento de la apropiación privada de los medios de producción y de las ganancias que se obtengan. Pero también lo es, que los Derechos Sociales reconocidos y acrecentados en los últimos 100 años han morigerado sustancialmente esos “principios economicistas”, anteponiendo otros valores que prevalecen en casos de colisión.

La función social de la propiedad como las garantías de acceso a la salud, a la educación, al empleo, a la vivienda, a los bienes culturales, entre muchas otras, constituyen exigencias básicas condicionantes y limitantes de los intereses particulares guiados por el afán de lucro.

La inequidad en el reparto

La equidad es un dato fundamental para evaluar el tipo de sociedad que conformamos y que nos proponen. Nadie en su sano juicio –siquiera dentro del espacio mayoritario constituido por las capas medias y bajas de la población- podría aceptar un futuro que implique la consolidación de un individualismo que cristalice diferencias abismales en la distribución de la riqueza.

Una exacerbación de lo individual frente a lo colectivo sólo se traduce en una mayor inequidad que favorece, únicamente, a unos pocos. La ingenuidad de quienes creen que colgándose de esos pocos, y haciendo suyos sus propósitos, lograrán acceder a una posición semejante no resiste el menos análisis histórico, que claramente lo desmiente.

Entonces, cuando se piden sacrificios para superar situaciones económicamente críticas, es imprescindible en primer lugar tratar de descifrar cómo se ha llegado a ese estado. Luego, considerar si a pesar –o en razón- de la crisis hay sectores favorecidos. Para recién determinar, quiénes están en mejores condiciones para contribuir a resolverla y deben asumir prioritariamente tales responsabilidades.

La Política es siempre la que gobierna la Economía, la que por ende ofrece las claves para disponer un orden de reparto, que para ser justo debe ser equitativo y sustentarse en los valores Sociales cuya consecución compete a todos pero es función indeclinable del Estado.

Imponer mayores cuotas de sacrificio a los más desposeídos, los más vulnerables y más perjudicados, lejos está de cumplir con aquella función. Resultando idéntica conclusión cuando se apela al sacrificio o contribución general, prescindiendo de las diferencias entre los distintos grupos.

En agosto, los bancos obtuvieron un incremento en sus ganancias del 263,70 % comparando el mismo mes de 2017 y 2018, alrededor del 200 % se registra en el caso de las empresas de electricidad y gas. Las mineras fueron beneficiarias de la supresión de retenciones, que sumaron a la condición privilegiada que ostentaban con relación a impuestos, tasas o contribuciones nacionales, provinciales y municipales. Otro tanto se advierte en el sector agrario, ya que junto a la rebaja o eliminación de retenciones resultó favorecido por los efectos de la devaluación del peso y la reducida liquidación -con la consiguiente acumulación y apreciación- de sus producciones dolarizadas.

Sin embargo, hasta el momento no se ha puesto el acento ni se ha dirigido mensaje alguno desde el Gobierno identificando a esos actores de la Economía en orden al sacrificio que debieran efectuar ante la emergencia actual. Sectores que, además de sus roles específicos, son asiduos protagonistas de especulaciones financieras y de fugas de capitales.

Por el contrario, y como brutal ejemplo, han “socializado” las –virtuales pero no comprobadas- pérdidas que la devaluación habría provocado a las empresas productoras, distribuidoras y proveedoras de gas.

Sentido social del trabajo

Vale recordar que es el trabajo el que crea la riqueza y no a la inversa, como también que es el trabajo un derecho humano fundamental y que nuestra Constitución declara que debe ser objeto de una protección especial, la que se acentúa cuando el desempeño es en relación de dependencia mediando, o no, un empleo formal y reconocido como tal.

La degradación de las condiciones de trabajo, favorecidas por el creciente desempleo y la instauración de formas de ocupación que se pretenden modernas pero resultan inconcebibles por el nivel de explotación que suponen, acompañadas desde un Estado ausente o, peor aún, que las promueve, se muestra como contracara en el reparto de los esfuerzos requeridos para salir de la crisis.

El Presidente afirma que “nadie puede cobrar más que lo que vale su trabajo”, curiosa reflexión para quien siempre ha vivido de franco; como también dice: “Estamos trabajando para que haya oportunidad de progreso y podamos reducir la pobreza con empleos privados de calidad”.

Su valoración corresponde hacerla, en función de la conocida máxima formulada por Perón: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Pues a tres años de que Macri sostuviera que su Gobierno debería ser juzgado por la resolución del fenómeno inflacionario, que era sencillo, y por el grado de cumplimiento de su promesa de pobreza cero, la Argentina exhibe una tasa de inflación anual sin precedentes desde el año 2001 y la duplicación del índice de desocupación registrado en el 2015.

A pesar de todo ello, se insiste desde el Gobierno en la flexibilización laboral -sinónimo de precarización y deslaboralización del empleo- que le reclama el sector del empresariado beneficiario de las políticas implementadas y generadoras de una crisis inexistente en el 2015.

Ese empresariado representante del capital concentrado y transnacional, esta semana en una nueva edición del Coloquio de IDEA se convocó bajo el lema “SOY YO y es la hora”, que recibió el expreso beneplácito de la Gobernadora Vidal al participar en su apertura.

Bien puede señalarse que un lema vale más que mil palabras, pues deja en claro qué clase de empresarios tenemos, sobre quiénes deberá seguir reclamándose el sacrificio como también cuál será el sentido y los destinatarios del mismo. “SOY YO y es la hora” evoca esas tradicionales películas de piratas, cuando enceguecidos por la captura del navío cargado con el ansiado botín se lanzan al grito: “Ahora, AL ABORDAJE”