Economía: las viejas recetas que ya no funcionan

29 de noviembre, 2014 | 14.22
Por Luis Tonelli
Especial para El Destape

Martin Wolf, el columnista del Financial Times el diario impreso en color rosa y exponente del pensamiento de la City financiera de Londres, ha sido siempre lo que podríamos llamar un apologeta de la globalización. Sus artículos y sus libros daban cuenta de ello, y uno de sus títulos de 2004 daba cuenta de ellos ¿Por qué la globalización funciona?

Pero en el 2008 ese mundo de optimismo se vino abajo. La crisis que comenzó en los Estados Unidos se esparció a ritmo diabólico de Internet por el resto del mundo y golpeó con especial brutalidad a los países desarrollados. Muy especialmente aquellos que habiendo disfrutado de la burbuja financiera e inmobiliaria, su economía no estaba a la altura competitiva y productiva para sostener su crecimiento. Resultado: Estados Unidos a gatas a podido retomar un poco de actividad económica, y Europa (salvo el acreedor de todos, Alemania) no consigue salir de la depresión.

Lo cierto es que Wolf, el apóstol del neo-liberalismo –no ingenuo, podríamos decir) a publicado recientemente un libro, Los Cambios y el Shock, donde hace un valiente examen de conciencia suyo y de la ortodoxia económica donde denuncia desde soberbia, mala praxis y cohecho en los que comandaron y disfrutaron del desbocamiento fatal de las finanzas globales.

Pero el cambio fundamental, dice Wolf, se está dando a nivel intelectual. Esta gran crisis no debió haber sucedido para la teoría económica ortodoxa, y fue, de esta manera un Cisne Negro. O sea un evento no esperado que lo cambia todo. El problema de Wolf, es que aunque era impredecible para la teoría, no lo era de ninguna manera para la realidad: los sistemas capitalistas están sujetos a shocks, y una economía interconectada como la global, esta particularmente expuesta a los vaivenes u multiplicaciones de los efectos caóticos de una finanzas globales desreguladas. Cuando suena la alarma del fin de la burbuja, todos quieren subirse a los botes al mismo tiempo, y el resultado es catastrófico.

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Pero si la crisis y la destrucción de la riqueza ha sido mucho peor que la crisis de 1930, las medidas tomadas por los gobiernos de las economías centrales no han sido mucho más efectivas, teniendo en cuenta la experiencia previa. Wolf acusa a Benanke, el sucesor en el cargo de Alan Greespan, mandamás de la Reserva Federal, de quien pensó había eliminado las recesiones, dos meses antes del estallido de la crisis no tenía la menor idea de lo que iba a suceder, a pesar de ser su especialidad la Gran Crisis del 30. Pero lo cierto es que si los Estados Unidos atacaron el problema recesivo "tibiamente", aunque intentando una política de salvataje contracíclica –al grito de "primero los bancos...y después los humanos que queden", Europa capitaneada por una tozuda Angela Merkle, siguió políticas de austeridad que la han hundido en un letargo interminable.

En su epifanía Wolf reclama políticas neokeynesianas que impulsen la demanda, y el gasto y revitalicen la marchita economía europea. Como su colega Muellbauer de Oxford (ver su artículo) llega a pedir una radicalización de las políticas que insuflen consumo, al punto de pedir que "se tire dinero desde helicópteros".

Estas consideraciones que vienen desde el Norte, podrían ser consideradas un aval a las políticas realizadas por el Gobierno de Cristina Fernández y una censura técnica a los apósteles vernáculos del neo-liberalismo. Lo cierto es que la economía argentina, tiene en su base un problema muy diferente a la recesión que sufren los países más desarrollados, que estuvo afortunadamente aislada financieramente del impacto directo de la crisis, pero que no pudo aprovechar la oleada de dinero barato que llegó a playas de los países emergentes luego que Estados Unidos se decidiera a abrir el grifo de dólares para revitalizar su economía.

Hoy en la Argentina hay inflación, y en sus niveles actuales es una barrera para el crecimiento y un martillo que golpea con crueldad a los que menos tienen. Es verdad, que los efectos de la recesión mundial llegan a nosotros especialmente por la debilidad de la economía brasilera y el fin del ascenso furioso del precio de la soja. Pero lo cierto es que si el ajuste llevaría a un panorama más recesivo, seguir inyectando pesos –aunque no se vayan momentáneamente al dólar blue- ya no garantiza nivel de actividad. En cambio, la economía argentina se asemeja a un auto de Turismo de Carretera cuyas cubiertas aran y sacan humo blanco pero que no avanza porque patina sin tracción sobre el asfalto.

En un interesante artículo, Jeffrey Sachs (el economista que impulsa un programa de reducción de la pobreza los Objetivos del Milenio, junto con Bono) dice que tanto las medidas de reducción impositiva para favorecer a la "oferta" como las de impulso ciego a la "demanda" fracasan porque no entienden la economía globalizada (ver artículo).

Sachs aboga por una utilización inteligente de la inversión pública, para que demuela las restricciones y limites a la productividad en un mundo cada vez más complicado y sofisticado. Inversión pública dirigida a solventar la ampliación de la frontera tecnológica. Y su mensaje es relevante para el gobierno que iniciará luego de las elecciones del año que viene. Los problemas argentinos no se arreglan solo fiscalmente o financieramente. Que podamos acceder a deuda, solo resuelve un cuello de botella momentáneo. Pero lo cierto es que necesitamos generar una infraestructura pública que aliente el desarrollo (por ejemplo, la creación de una buena vez por toda de una BANADE que solvente la inversión estratégica)

Ya no valen las viejas recetas para enfrentar el aumento de la competitividad de la economía, su formalización que es la contracara de la desertización estatal que se da a pocos kilómetros de la Casa Rosada, y los problemas de inseguridad macro como el narcotráfico. Necesitamos no solo de un gobierno fuerte si no de un Estado eficaz e inteligente que apalanque la actividad privada. Ese es el desafío.