Desde la llegada al gobierno de la alianza Cambiemos, uno de los temas claves de la política monetaria fue el dominio de la tasa de interés como ordenadora de la asignación de recursos en la economía. Una tasa de interés impulsada por el BCRA real positiva deliberadamente alta respecto de la evolución del tipo de cambio y del índice de precios operó como un concentrador de recursos internos y provenientes del exterior volcados a obtener renta, arbitrando entre esas tres variables (tasa de interés, dólar y precios).
La opción empresarial era mantener excedentes líquidos elevados y valorizarlos financieramente en detrimento de los stocks e inversiones reales. La opción del consumidor consistía en medir el valor del bien que deseaba comprar respecto de la rentabilidad que obtendría de aplicar esos mismos recursos en un depósito bancario. Cualquier decisión de producción y consumo estaba permeada por la pregunta “¿Cuánto te da el banco por la plata que vas a aplicar?”. Los tenedores externos de fondos de corto plazo también hacían sus apuestas en colocaciones financieras en el mercado local, esperando retirarse y consolidar la ganancia en dólares antes del siguiente salto cambiario.
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En tanto la renta financiera funcionó como dominante de las decisiones de los agentes económicos, impidiendo el despliegue de la renta productiva, fue paralizando la actividad económica al calor de una permanente restricción de los medios de pago disponibles en la economía real. Las empresas pequeñas y medianas vieron angostarse paulatinamente su capital de trabajo, y la brecha entre los plazos de cobro (90/120 días) y las obligaciones de pago (contado y hasta 30 días) no tuvo financiación posible. Es más: el costo del crédito bancario anulaba la tasa de ganancia del emprendimiento, pues se daba la paradoja de que, a mayor volumen de venta, mayor necesidad de capital de trabajo y, por ende, mayor necesidad de crédito a costos muy elevados.
Decíamos en columnas anteriores que la política monetaria había avanzado en la desmonetización de la economía argentina, verificándose que los agregados monetarios, es decir, la totalidad de pesos disponibles medidos respecto del PBI, habían descendido del 24% del PBI promedio durante los gobiernos de Néstor y Cristina, al 19% del PBI en el primer trimestre del 2019. Ahora bien, esta política monetaria ha desembocado en una acumulación de instrumentos de absorción monetaria (LeLiq) emitidos por el BCRA y en poder de los bancos, tendiente a equiparar la base monetaria existente y a constituir un factor de presión importante sobre las reservas internacionales en caso de monetizarse.
Desde enero a la fecha, esta situación se ha agudizado singularmente, como consecuencia de una política monetaria seguida por el ente rector que no ha podido controlar la cotización del dólar, la inflación ni reactivar la economía, pero sí ha viabilizado enormes ganancias en el arbitraje financiero antes descripto y que, finalmente, ha terminado con regulaciones sobre el sector externo exigidas por los tenedores de bonos internacionales.
El cuadro que sigue revela esta peligrosa evolución de los instrumentos de absorción monetaria (LeLiq) emitidos por el Banco Central:
En efecto, se advierte el crecimiento exponencial de las Letras de Liquidez (LeLiq) desde principios de año al último dato disponible, con un incremento del 38,1%. A la vez, las reservas internacionales brutas (sólo acrecentadas por los desembolsos del FMI en abril y julio) experimentan un descenso del 25,4% en igual lapso. Este movimiento inverso LeLiq-reservas internacionales brutas se refleja en la suba del tipo de cambio de cobertura, que salta de 32,4 a 48,3 desde enero hasta el presente.
Este peligroso comportamiento fue el que obligó el primero de septiembre a limitar el acceso al mercado de cambios para la compra de divisas destinadas al atesoramiento y puso plazo perentorio para la liquidación del producido de las exportaciones. Sin embargo, el stock de Letras de Liquidez por $1,1 billones sólo puede ser mantenido sin producir un shock monetario inflacionario en la economía si se lo remunera con una tasa de interés que, en el presente, ha superado el 80% anual.
Ninguna política de reactivación es posible en el actual esquema monetario y bancario.