Día de la Memoria: La sombra tenebrosa del 76 y sus conflictos irresueltos

23 de marzo, 2019 | 20.01

El tiempo pasa. La última dictadura está cada vez más lejos. El golpe fue hace 43 años, cuando la mayoría éramos muy jóvenes o ni siquiera nacidos. Sin embargo su sombra tenebrosa continúa oscureciendo el presente. No porque la historia se repita, sino porque los enfrentamientos y conflictos que llevaron a los días de marzo del 76 continúan presentes y casi intactos.

¿De qué hablamos?

La lucha de clases en la Argentina se expresa desde hace al menos “70 años” en la dicotomía peronismo - antiperonismo, antes fue liberales y conservadores, unitarios y federales y su trasfondo constitutivo: civilización y barbarie. Sin embargo el concepto de lucha de clases es una categoría analítica universal ¿Cuál sería el componente más estrictamente local, el que determina los ciclos políticos de la economía argentina?

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Si bien en un contexto capitalista la dicotomía clasista es entre el trabajo y el capital, el principal antagonismo local se manifiesta hoy en una puja intraburguesa. Dicho de manera rápida: los ciclos económico-políticos locales estás determinados por una puja entre distintas facciones del capital. Se trata de una puja intracapitalista que expresa la falta de consenso en las élites por el modelo de desarrollo. La opción binaria es un modelo de “desarrollo dependiente”, que no cuestione el lugar que los países centrales desean para el país en la división internacional del trabajo, versus un “desarrollo con inclusión”, es decir con diversificación de la estructura productiva. Obviamente este factor es inseparable de la globalización de una parte de las élites locales.

Siguiendo el esquema de análisis tradicional de la historia económica argentina, el modelo agroexportador fue sucedido, a partir de la década del 30 del siglo pasado, por el de la ISI, la Industrialización Sustitutiva de Importaciones, que alcanzó su cenit a mediados de los ’70, cuando comenzó a ser reemplazada por un modelo en cuyo nombre no hay consenso, y que suele denominarse como de “valorización financiera”. Su eje fueron las políticas económicas que, ya en los años ’80, se plasmarían por escrito en el llamado “Consenso de Washington”. Se trata básicamente de la tríada apertura, desregulación y privatizaciones o, sintetizando, del neoliberalismo.

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Entre los historiadores económicos existen algunos consensos. El esquema estructuralista que divide al mundo entre centros cíclicos globales y periferia explicó que la ISI surgió producto de una ruptura con origen en los centros. Las guerras mundiales interrumpieron el modelo de división internacional del trabajo existente hasta entonces. La periferia fue privada de las manufacturas de los centros y debió autoabastecerse. En este camino países como Argentina transformaron su estructura productiva comenzando a desarrollar su industria.

Vale recordar algunos números de 1975 que hoy parecen de otro planeta. La tasa de desocupación era del 2,3 por ciento. El 10 por ciento más rico de la población obtenía doce veces más ingresos que el 10 por ciento más pobre. Desde la década del 50 la industria había triplicado su producto y la deuda externa era de menos de 8000 millones de dólares. Hacía diez años que el PIB crecía a un promedio anual del 5 por ciento. Existía protección social para el trabajador y educación y salud públicas generalizadas. Se trataba de un modelo de país no exento de contradicciones, pero que había crecido con pleno empleo, relativamente igualitario y con perspectivas de movilidad social ascendente para la mayoría de su población. A pesar de estos datos, en el presente no faltan analistas que sostienen que el modelo de la ISI se había agotado.

El objetivo económico de la dictadura fue cortar a sangre y fuego la dinámica social y productiva generada por la ISI.

Un punto clave es que transformar la estructura productiva supuso la emergencia de nuevas clases sociales, lo que entraña “procesos de no retorno”, es decir si se revierte el proceso de la ISI, las facciones industriales de la burguesía y la clase obrera asociada no pueden simplemente desaparecer. La historia no retrocede. Sin embargo, la dictadura no lo creyó así. Su objetivo económico fue cortar a sangre y fuego la dinámica social y productiva generada por la ISI.

Durante todos los años de la industrialización sustitutiva los sectores conservadores construyeron un discurso de añoranza de los viejos tiempos del granero del mundo, la idea mítica de una Argentina próspera y sin conflicto social a la que había que regresar. Nadie sacó la cuenta de que el crecimiento por la vía de la expansión de la frontera agrícola, con una población que seguía creciendo, ya en la década del 30 estaba agotado. Para la dictadura y la facción de la burguesía por ella representada --el campo, las industrias básicas ya establecidas y las finanzas-- la fuente del conflicto social y el enemigo a erradicar eran las industrias y la clase trabajadora generada por la ISI. No es casual que el grueso de los desaparecidos no hayan sido los combatientes de las organizaciones armadas, sino delegados de base y trabajadores, preferentemente peronistas.

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Mientras ocurría la masacre, se destruía el entramado industrial y el endeudamiento externo se multiplicaba más de 8 veces hasta superar los 40 mil millones de dólares, la prensa local se encargó de no informar los acontecimientos principales mientras el grueso de la sociedad miró para otro lado.

No hace falta hacer un dibujo para advertir las analogías de la dictadura con la restauración neoliberal del presente. Pero es necesario recordarlo una y otra vez. Como se dijo al principio por entonces “la mayoría éramos muy jóvenes o ni siquiera nacidos”.

Es claro que el Macrismo no es una dictadura. No hay desapariciones forzadas, violencia política, ni ruptura del orden constitucional. Si bien existe una mayor represión del conflicto social y problemas más o menos serios con la división republicana de poderes, sigue siendo un régimen democrático. La analogía con la dictadura se encuentra en su modelo económico. La Alianza Cambiemos provocó cuatro transformaciones principales: bajó salarios, bajó impuestos a los más ricos, dolarizó tarifas y aumentó aceleradamente el endeudamiento en divisas. Excluyendo el tema tarifario, ya que la privatización de los servicios públicos ocurriría recién en los ’90, tres de sus cuatro cambios económicos estructurales fueron los mismos que los iniciados en 1976. Y el resultado en la economía real también: se desestructuró el aparato productivo, el uso de la capacidad instalada de la industria se encuentra hoy en mínimos históricos, el desempleo ronda los dos dígitos y la pobreza no para de crecer. Para coronar, la relación deuda/PIB se elevó prácticamente al 100 por ciento, lo que torna incierto cualquier escenario de desarrollo futuro.

La gran virtud del macrismo es haber impulsado para los sectores de la alta burguesía que representa --grupos mediáticos, finanzas, energéticas, actividades extractivas y grandes exportadores agropecuarios-- la misma política económica que benefició a estos sectores durante la dictadura, pero sin 30 mil desaparecidos y bajo un régimen formalmente democrático. Su problema, como en tiempos de la dictadura, sigue siendo el de la sustentabilidad, económica y en consecuencia política. Los excluidos por el modelo también juegan. Como durante la ISI, los años kirchneristas generaron procesos sociales de no retorno con el surgimiento de actores que no están dispuestos a desaparecer. La lucha de clases vuelve a expresarse hoy como la contradicción entre un régimen neoliberal y un modelo de desarrollo con inclusión. Una vez más, en el medio no hay nada.-