"La crisis como oportunidad" es una frase que suele enunciarse como un signo de la posibilidad de encontrar una salida positiva de una situación complicada, cuando se verifican circunstancias adversas que no se han buscado.
Ese no es el caso que atraviesa la Argentina, en tanto la grave crisis que enfrenta el país es la previsible consecuencia de las políticas impulsadas por la Alianza Cambiemos y, además, pareciera que ha sido el objetivo deliberadamente perseguido para justificar nuevas medidas en igual dirección que profundicen nuestra dependencia y condicionen a futuros gobiernos que se planteen rumbos distintos.
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El endeudamiento externo récord, el desmantelamiento paulatino de la industria nacional, la devaluación de nuestra moneda acompañada de tasas de interés cada vez más altas que hacen impensable cualquier inversión productiva, la especulación con una probable dolarización de la Economía, constituyen algunos ejemplos en el sentido antes aludido.
El creciente desempleo frente al decreciente salario
El regreso al Fondo Monetario Internacional, a la luz de lo ocurrido en otras latitudes y de nuestras propias experiencias desde 1957, no hará más que incrementar la crisis creada y favorecer la injerencia externa con la consiguiente pérdida de soberanía.
Los compromisos que impone el FMI para ir otorgando el préstamo anunciado, suponen un ajuste fiscal que implica desinversión en obra pública, salud y educación. Acompañado de privatizaciones de los sistemas de seguridad social, aumento de la edad jubilatoria, reducción del empleo público y privaciones que ya son notorias en los grupos más vulnerables pero que se extenderán rápidamente a los sectores medios de la población.
A la caída del salario real que se advierte en las negociaciones paritarias, teniendo en cuenta la inflación verificada en este primer semestre y la pérdida del poder adquisitivo ya registrado en el 2017, se suman las proyecciones inflacionarias para lo que resta de este año y la renuncia del Gobierno a fijar metas luego de las incoherencias manifestadas en ese sentido a poco de aprobado por el Congreso el Presupuesto del 2018.
El índice de desempleo se arrima a los dos dígitos, casi duplicando el existente a fines de 2015. La subocupación también ha crecido, como el trabajo marginal con el que se sustituye –sin estabilidad, continuidad ni protección social alguna- y sólo parcialmente la destrucción de puestos de trabajo formales.
El tiempo se agota
No es preciso ser demasiado perspicaz para constatar que el humor social y la paciencia a la espera de venturosos semestres que se van corriendo de año en año, al punto que ahora Duvojne habla del 2019, no admiten más demoras para confrontar con esas políticas.
Hasta los tiempistas conductores de la CGT tuvieron que abandonar la pasividad, compelidos por una realidad inocultable que no les permite insistir en una apuesta al diálogo que sabían perdida.
El Paro General del 25 de junio es un hecho tanto como el previsible alto grado de acatamiento que obtendrá de parte de los trabajadores, a tal punto que lo que ahora está en juego es el día después.
Su eficacia deberá medirse en función de las medidas y los cursos de acción que a partir del mismo formule el Movimiento Obrero, comenzando por la definición de un Programa y Propuestas que diseñen la unidad, delimitando el lado de la grieta en que decidan ubicarse sus dirigentes, los compromisos que le reclamen a la clase política y la capacidad para constituirse en convocante de esa amplia mayoría de perjudicados e insatisfechos de la claudicante marcha que exhibe el Gobierno de Macri.
La bandera nacional
Una vez más se muestra como un símbolo de unidad de la Patria, que identifica a quienes se reconocen fieles a la insignia nacional como a los que siempre están dispuestos a arriarla respondiendo a intereses foráneos.
Decía Manuel Belgrano: “Trabajaré siempre para mi Patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina no caos; constancia no improvisación; firmeza no blandura; magnanimidad no condescendencia.”
En la celebración emblemática del 20 de junio en la ciudad de Rosario estuvo ausente el Presidente. Eludió una responsabilidad elemental de su investidura temeroso de recibir el repudio ciudadano, recurriendo a excusas que no creerían ni siquiera los niños de 10 años a los que sólo se les permitió el acceso a ese acto el año anterior.
Como contracara en la jornada siguiente, a pocos kilómetros en la ciudad de Capitán Bermúdez la CGT Regional de San Lorenzo realizó un Congreso al que asistieron más de 300 delegados de decenas de sindicatos, con el objeto de analizar las Reformas Previsional y Laboral impulsadas por el Gobierno. El rechazo fue unánime, como también las expresiones contrarias al acuerdo espurio con el FMI y el reclamo por la inmediata implementación de un Plan de Lucha por la CGT.
Nuevamente será la voz sindical del país Federal, alentada y guiada por sentimientos patrióticos como los que resultan de las palabras de Manuel Belgrano, la que surgirá para poner freno a la entrega de encumbrados personajes cobijados en el centralismo porteño.