Tuve el honor de ser invitado el pasado jueves a la presentación de “Sinceramente”, el libro de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Su alocución estuvo marcada por dos aspectos centrales, cuya concreción es imprescindible para superar no sólo el actual estado de postración y anomia en que las políticas vigentes han sumergido al pueblo argentino, sino también el trágico movimiento pendular que provoca la existencia de crisis como la actual en el lapso de una generación. Ejemplos de ello son la hiperinflación de 1989 y el colapso de la Convertibilidad en el 2001. Son escenarios que tienden peligrosamente a reproducirse en el escenario presente.
Estos dos elementos referidos en el discurso de Cristina son un pacto social tripartito -Estado, empresarios y trabajadores- que permita acordar pautas de expansión del mercado interno en forma sostenida y, por otro lado, un contrato social que asegure un piso de ciudadanía a todos los habitantes de la Nación en términos de educación, salud, vivienda, alimentación y cultura. En los hechos, esto implica consolidar definitivamente un Estado de bienestar en la Argentina.
Sin duda, colocar estos dos ejes de consenso, que permitirían superar la presente crisis y prevenir una recurrencia futura, obliga a contar con determinados actores que garanticen la cohesión de la sociedad en pos de estos objetivos. Cristina ha apelado en forma nítida a la emergencia de esos actores. Su discurso hizo referencia al último gobierno de Juan Domingo Perón, en el que se plasmó el pacto social cuyos firmantes fueron el líder empresario de la Confederación General Económica (CGE), José Ber Gelbard, y el secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), José Ignacio Rucci. Dicho acuerdo garantizó, en el bienio 1973-1974, un proceso de expansión del mercado interno que se recuerda como el mejor momento distributivo en favor de la clase trabajadora desde ese entonces, derivando en una Argentina casi sin desempleo ni pobreza.
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También se recuerda de ese gobierno el esforzado intento de Perón por superar viejos conflictos del país, cuyo emblema fue el abrazo con el líder de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín. La crisis internacional del petróleo desatada en octubre de 1973 y la muerte del líder en julio de 1974, erosionaron traumáticamente el camino recorrido, y la violencia de los agentes económicos más poderosos, locales y extranjeros, rompió el sendero de expansión argentino a través de la dictadura más sangrienta que se recuerde.
El segundo intento de consenso de largo plazo lo protagonizaron los líderes de las primeras dos décadas de la democracia recuperada. El encuentro de Carlos Saúl Menem (PJ) con Raúl Alfonsín (UCR) en 1993, conocido como Pacto de Olivos, alumbró la Constitución Nacional de 1994 que nos rige hasta hoy. Este encuentro fue menos esperanzador que el anterior, ya que marcaba la subordinación de los partidos populares de la Argentina al modelo liberal conservador que intentaba afirmarse al calor del escenario internacional del Consenso de Washington durante la década del 90. El naufragio del mismo en la crisis de 2001 provocó la pérdida de representación de los partidos mayoritarios y sumergió al radicalismo en una crisis de identidad de la cual no se ha recuperado hasta el presente.
El fracaso de los dos grandes intentos de construir consensos amplios y duraderos en la historia reciente de nuestro país, provocados en parte por un escenario internacional adverso -la crisis del petróleo de 1973 y la subordinación al Consenso de Washington en 1990- y en parte por la ausencia de liderazgos que cohesionaran al pueblo en torno a los objetivos de estabilidad y bienestar, no invalida el llamamiento que acertadamente ha hecho Cristina a la búsqueda de una nueva fórmula de consenso.
Cristina, apoyada en el respaldo popular a su figura, asume un rol de estadista al convocar desde el mismo a distintos líderes políticos, sindicales, empresariales y sociales que permitan avanzar en acuerdos sostenibles en el tiempo, pues también es consciente de que su sólo liderazgo no alcanza para consolidar una Argentina inclusiva para todos y todas.
El pacto social requiere no sólo un horizonte cercano de pautas salariales, de precios y tarifas, que logre estabilizar las variables económicas desmadradas en el presente por el tipo de políticas aplicadas por el gobierno de Macri; sino también acuerdos de mediano plazo sobre desarrollo industrial, niveles de inversión, administración de comercio exterior e inserción internacional, para afirmar así un mercado interno robusto en el tiempo. A la vez, un contrato social que garantice un piso de ciudadanía a todos los habitantes argentinos requiere un Estado presente, que asegure derechos sociales de carácter universal, como la salud, la educación, la alimentación, la vivienda y la cultura. Este Estado de bienestar de nuevo tipo que tiende a ligar la protección social al carácter de ciudadano no puede ser sometido a vaivenes de programas de ajuste que cada tanto impulsan los neoliberales locales y extranjeros.
El discurso de Cristina, enmarcado en la sencillez y la brevedad, demuestra una compresión acabada del momento histórico que vive la Argentina, de la necesidad de superar el trágico péndulo de expansión y crisis, y del surgimiento de liderazgos diversos que se cohesionen en torno a ese simple programa de dos enunciados que vertió en la Feria del Libro.
Programa este muy contrastante con el contrato de adhesión al ajuste permanente expresado en los diez puntos desde los cuales el gobierno nacional convocó a la oposición.