La agenda política que expresa la prensa hegemónica ya descontó el triunfo de Alberto Fernández. Después de la idea zonza de transferir todos los votos macristas a Roberto Lavagna vía un renunciamiento histórico y como último intento desesperado por entrar al balotaje, algo que ciertamente no habla muy bien del lugar ideológico del ex ministro de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, no se ensayaron nuevas alquimias. Los cañones apuntan ahora a una tarea más realista, a aquello que en su momento el periodista Horacio Verbitsky denominó “la educación presidencial”. La prensa del poder sugiere ministros para Fernández, construye gabinetes ideales con bajo kirchnerismo en sangre, pero sobre todo reseña las limitaciones y condicionalidades de los poderes reales que deberá enfrenar el nuevo presidente cuando finalmente asuma, se presume que el próximo 10 de diciembre.
La segunda tarea de los medios es más ardua y compleja: la explicación y justificación del tercer fracaso histórico del neoliberalismo extremista, la dictadura, el menemismo y el presente. Al mismo tiempo también descubrió repentinamente que la Alianza macrista-radical no era aquella maquinaria perfecta y virtuosa que se describía hasta el 11 de agosto. El procedimiento justificativo es el de siempre: fracasaron las personas, no las ideas. Al mismo tiempo en los artículos de opinión se repiten sincronizadamente todos los axiomas que se intentaron grabar a fuego en el inconsciente colectivo. El problema, reseñan, habría sido el gradualismo, como si hubiese sido posible un ajuste más rápido. En materia de la multimillonaria deuda en divisas, el discurso es que simplemente no quedaba otra, era una necesidad del presunto gradualismo y la única alternativa frente al tremendo déficit heredado. No importa que las afirmaciones estén mal, que el déficit encontrado haya sido un dibujo, que no se necesitaban dólares para pagar obligaciones en pesos y que el llamado gradualismo sólo haya sido una ficción instrumental para recrear la deuda en divisas y regresar al FMI. La clave está en repetir y que “algo quede”, pues es un hecho que la mayoría de la población no sigue al detalle los debates económicos ni tiene por qué hacerlo.
La segunda tarea de los medios es más ardua y compleja: la explicación y justificación del tercer fracaso histórico del neoliberalismo extremista
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Al momento de las culpas tampoco hay grandes variaciones. Como fue señalado en la semana post PASO, todos los problemas hasta el 11 de agosto de 2019 fueron culpa de Cristina Kirchner y los posteriores, culpa del triunfo opositor. La apertura prácticamente indiscriminada de la economías, la desregulación de los flujos financieros con megadeuda en divisas y la destrucción de las funciones del Estado, la tres banderas ideológicas y objetivos de política del neoliberalismo extremista, parecen haber sido apenas detalles, recomendaciones de política que deberían quedar a salvo del nuevo fracaso histórico que provocaron.
El Fondo es hoy la única posibiliad de conseguir divisas
El futuro, en consecuencia, serán las condicionalidades. La experiencia política de la cúpula del Frente de Todos comprendió que heredará la peor de las combinaciones, una economía dolarizada, pero sin dólares, lo que sumado a la reciente devaluación y a la que podría producirse antes del cambio de mando supone una virtual ruptura del sistema de precios. A este panorama se suman los compromisos de vencimientos de deuda y la necesidad de renegociar el acuerdo con el FMI. El Fondo es hoy la única posibiliad de conseguir divisas, salvo que se encuentre otro prestamista de última instancia. El detalle no es menor, ya que si se pone “plata en el bolsillo de la gente para encender la economía”, cuando la economía crece aumentan las importaciones. Incluso en los sectores que no necesitan dólares, la demanda de divisas viene por el lado del aumento de los ingresos. A modo de ejemplo, cuando un trabajador aumenta su salario demanda más productos con componentes importados. Si lo que se espera es crecimiento, entonces hacen falta dólares. Sí los dólares no están no se podrá crecer hasta generarlos en el mediano plazo, lo que puede acarrear problemas de legitimidad por demandas insatisfechas.
La segunda cuestión, vinculada, es que si no se consiguen divisas y los problemas de necesidad de financiamiento se agudizan será difícil sostener el precio del dólar y, en consecuencia, la estabilidad macroeconómica. La nueva administración deberá también desdolarizar tarifas y hacer frente a todas las medidas que el macrismo estableció hasta después de las elecciones, como el congelamiento de los precios de los combustibles. La baja del IVA a los alimentos, por ejemplo, que no tuvo efectos en la baja de precios al consumidor y fue absorbida por el capital comercial, si provocará un shock alcista si vuelve a incrementarse. Parece claro que los problemas no se resolverán solamente con un paquete de medidas económicas, sino que demandan un golpe de timón mucho más profundo. También que si la transición se maneja mal y se profundiza la puja distributiva, existe un riesgo cierto de aceleración inflacionaria, incluso de hiperinflación. Las consecuencias ciertas de lo que podría desatarse es lo que el poder económico intenta poner claramente sobre la mesa del debate político. Conseguir un resultado contundente en las elecciones será vital para el nuevo gobierno en términos de poder.
Como lo escenificó el encuentro en Tucumán de esta semana entre Alberto Fernández, gobernadores y representantes de la UIA y la CGT, la tarea será primero esencialmente política. Esta es la verdadera función del pacto económico y social para coordinar precios y salarios. Ni lerdos ni perezosos los empresarios ya metieron en el medio la demanda de acordar una flexibilización laboral parcial. Comenzar con demandas cuando los perdedores del presente son los asalariados no parece el principio más auspicioso. No obstante, parar la pelota es el primer paso indispensable, aunque en la emergencia tenga gusto a poco.