El portazo del titular del Banco Central, Luis Caputo, -propinado el día en el que el país se encuentra parado por la protesta de los trabajadores, mientras el Presidente junto a su equipo económico realizan una extraña gira por New York- es el símbolo del fin de una etapa en el Gobierno y el inicio de un rumbo signado por la conducción directa del poder internacional que Macri tantas veces invocó como el soporte más sólido de su gestión.
Desde esta columna advertimos que el detonante cambiario de agosto -cuando la cotización del dólar subió $10 devaluando la moneda nacional en un 36%- marcaba un quiebre en el dispositivo de Gobierno y el mismo sería reconducido en la primavera, de la que ni el oficialismo ni la oposición salen como entraron.
El 22 de junio el FMI desembolsó u$s 15.000 millones como adelanto de un acuerdo condicionado a metas (“stand by”). Transcurridos 90 días, se perdieron u$s 14.000 millones, las metas se incumplieron y el tipo de cambio, la inflación y el desempleo volaron.
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Consecuentemente, el equipo económico partió raudo a Washington con la peregrina idea que le anticipen los fondos de los próximos tres años, con el antecedente de haber rifado el primer desembolso en tres meses sin ningún resultado positivo. Este planteo pretendió ser reforzado con la Presencia de Macri en New York en ocasión de la Asamblea Anual de Naciones Unidas.
Sin embargo, no pudo concretar ninguna reunión bilateral relevante en la que se planteara la gravedad de la situación argentina, ni con el Gobierno de EEUU ni de otra potencia occidental y ni siquiera con la máxima autoridad del FMI. Nos contentamos con “road shows” ante los financistas de Wall Street, la prensa especializada y una foto de compromiso con Christine Lagarde en la multitudinaria cena de lobbystas del Atlantic Council, rematada con pasos de baile presidenciales en el escenario.
El uso casi completo del primer desembolso para financiar el desarme de las “posiciones en pesos” del mercado financiero, el intento de rearmar la “bicicleta financiera” con títulos-valores cada vez más ruinosos para el Estado y la esquizofrénica búsqueda de dólares chinos al tiempo que se golpean las puertas de Washington, han tocado a su fin.
El freno al pago pautado para septiembre, las incertidumbres existentes sobre el aumento del monto final del acuerdo y la aceleración del cronograma de desembolsos, revelan que el FMI ha comenzado a fijar pautas más rígidas para la Argentina con dos prioridades:
-El apoyo multilateral debe priorizar el pago de la voluminosa deuda soberana contraída por la administración macrista en el bienio 2016-2018.
-Debe equilibrase la Cuenta Corriente del balance cambiario por la vía del ajuste del valor del dólar. La devaluación que cierre el déficit de 3,1% del PBI que acumula el movimiento corriente de dólares es el rumbo que fija el organismo multilateral cuando habla de “libre flotación del tipo de cambio”.
Dos datos deben tenerse en cuenta en el nuevo contexto: 1) El artículo incluido en el proyecto de ley de Presupuesto 2019, que modifica la Ley de Administración Financiera y le otorga al Poder Ejecutivo amplias facultades para decidir sobre la estructura de la deuda, plazos y condiciones de renovación, sorteando el tratamiento parlamentario; 2) que el reemplazante de Caputo al frente del Banco Central, Guido Sandleris, es un experto académico en “administración de crisis de deuda”.
Ambos datos preludian un proceso de reestructuración de la deuda pública con respaldo del FMI, obviando el tiempo político-electoral de 2019. También probablemente un dólar de equilibrio más alto.
Los tecnócratas de Washington parecen haber corrido definitivamente al Gobierno de las decisiones económicas y se preparan a implementar su programa. Este cuadro se correlaciona con la magra agenda de entrevistas del Presidente y su equipo económico en EEUU.
El tema es que aplicarán su ajuste, al margen de la política, en un país en donde los intendentes, los sindicatos y los movimientos sociales ha confluido en dos días de fuertes protestas contra un modelo económico que lo único que hace es arrojar crecientes porciones de ciudadanos a la asistencia social alimentaria.
Sin duda es, una nueva etapa.