Balance político y cultural de los setenta

31 de julio, 2015 | 13.38

Hay procesos históricos que son fuente inagotable para el cine, la literatura y el ensayo. La guerra civil española o el nazismo son ejemplos muy claros. ¿Cuándo se escribirá la última novela sobre ellos? Aún seguimos repensando a través de la ficción y de la academia cuestiones de la revolución francesa. Los setenta argentinos pertenecen a ese tipo de hechos. Necesitamos entenderlos, mirarlos desde otros puntos de vista, poder formular otras preguntas, encontrar nuevas informaciones.

Queremos armar un rompecabezas que nunca termina de armarse. No es difícil entender la brutal represión de la dictadura militar, sobre todo después de varias investigaciones jurídicas, académicas y artísticas contundentes. Aunque otros debates se reabrirán en el futuro, en la actualidad lo que mayor atracción genera es entender a la militancia. O en plural, las militancias, en sus diferentes momentos históricos: Aramburu, el luche y vuelve, la vuelta de Perón, la plaza divida el 1 de mayo de 1974, la muerte de Perón, y así: años vertiginosos.

Ese rompecabezas jamás podrá armarse sin la palabra de los protagonistas: de las bases, los cuadros, los dirigentes, los hijos. Es muy claro que hay intervenciones que desplazan fronteras de lo decible, de lo imaginable y generan polémica. En el cine, dos ejemplos elocuentes fueron Los rubios e Infancia clandestina. Una hija como Carri haciendo un documental que da cuenta de hasta qué punto su padre era un "otro" para algunos vecinos del barrio obrero, ofrece una perspectiva menos edulcorada, más dramática aún, de aquella relación. Un hijo situando en la contraofensiva, sin dudas la operación más misteriosa de lo que aún quedaba de conducción montonera, es otra pieza clave de un eventual rompecabezas.

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Acaba de publicarse un libro central: El descamisado. Periodismo sin aliento, de Ricardo Grassi, director desde el 73 de la publicación de Montoneros. Una escritura con tensión narrativa y fluidez, pero sobre todo relata los hechos con total honestidad, dando cuenta de muchas verdades dolorosas.

Grassi contextualiza todo a través del relato y de los personajes. Narra los hechos y las palabras de Perón que tenían delante de sus ojos, y la distancia creciente que fueron construyendo entre esos hechos y sus propias interpretaciones. La "teoría del cerco" comenzó siendo una forma de autoengaño, pero después pasó a ser una política sustentada en una total tergiversación. Lo cual, claro está, derivada en errores de diagnóstico, pronóstico, políticos y de seguridad.

Grassi ofrece material inédito para que se construyan interpretaciones distintas. Necesarias. Grassi no fue un dirigente montonero, pero fue el director de la revista y, como tal, estaba en contacto constante con la conducción y estaba obligado a tener la mayor información posible.

Grassi habla con un afecto inmenso por cada uno de los compañeros y ese mismo afecto lo obliga a realizar un balance honesto, no un relato épico y heroico. Humano, que es lo que muchas veces le falta a los relatos más forzados sobre los setenta.

Los integrantes de la conducción montonera que están vivos tienen una deuda: hacer un relato con la misma honestidad de Grassi. El único que lo intentó a su manera fue Perdía, pero si pensara menos en la "instrumentalización" de la memoria, en la autojustificación y dejara librada la interpretación a las nuevas generaciones su relato se abriría y crecería mucho. Ante esa ausencia, así como La voluntad constituye una referencia extraordinaria, este libro aporta otro enfoque.

No será último, por cierto, porque ya se dijo que los setenta argentinos pertenecen al territorio de lo inagotable. Pero en la selva de la multiplicidad de textos siempre es bueno no olvidar aquellos que nos permiten entender algo nuevo. Para dar un ejemplo, a la vez polémico e indiscutible: ya se sabía por distintas revelaciones -hechas entre otros por Miguel Bonasso- de la relación entre los planes de Perón y la Triple A. Grassi hace otra cosa: muestra cómo todo era de público conocimiento para el que quisiera entenderlo. Hasta la palabra exterminio apareció en los labios del propio Perón. El General, que desde 1943 había querido elevarse por encima de todos los conflictos, y que en 1945 por la oposición patronal sólo tuvo como opción tomar partido por los trabajadores, en 1973 también quiso elevarse por encima de las disputas internas del peronismo. Pero a diferencia de otros grandes mitos de la historia humana sobre los cuáles no sabemos qué habrían hecho en el momento decisivo (qué hubiera sucedió si Lenin no moría en 1924, si no asesinaban a Ghandi, si el Che no moría en Bolivia), Perón vivió lo suficiente para que supiéramos la verdad sobre el camino que tomarían los acontecimientos.