Alberto Fernández busca su impronta y explora los limites de la unidad nacional

El presidente dio su primer discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso sin recurrir a histronismos ni trazar líneas divisorias. 

01 de marzo, 2020 | 17.49

Alberto Fernández supo darle su impronta al primer discurso de apertura del año legislativo que le tocó hacer como presidente. En poco más de una hora, sin recurrir a histrionismos ni trazar líneas divisorias, sentó las bases sobre las que pretende construir su legado: la profesionalización de la política, el desarrollo económico, la ampliación de derechos, la emancipación del Poder Judicial y, antes que nada, como condición previa, el final, en la medida de lo posible, de la fractura que impidió que la Argentina post-crisis de comienzo de siglo pudiera consolidar un camino de progreso con la fuerza de una idea de Estado. En sus palabras, las condiciones para “iniciar una marcha que nos permita salir de la postración y ponernos en rumbo del crecimiento con justicia social”.

Los contrastes con su antecesor son tantos que no vale la pena detenerse en enumerarlos. Basta recordar que hace un año, Mauricio Macri, en un discurso exaltado, equiparó a sus opositores con la mafia. “Hay un Estado más sano que lucha contra los comportamientos mafiosos. Quien se oponga, que diga dónde está parado y a quién tiene que proteger”, había dicho. El tono del Presidente también fue muy distinto al que acostumbraba usar Cristina Fernández de Kirchner, que esta vez estuvo sentada a su lado, siguiendo con atención el discurso del hombre que ella misma eligió para continuar con su proyecto. No hubo épica en la retórica del mandatario, que privilegió el contenido -leído, a veces con tropiezos- a los modos. Fue, de alguna manera, su forma de marcar el comienzo de una nueva etapa.

El estado de situación, necesario para dejar en claro el punto de partida, ocupó apenas los primeros minutos del mensaje, y no refirió solamente a lo cuantificable sino que hizo, también, énfasis en otras cuestiones, menos tangibles pero no por eso menos importantes, como la ruptura en el vínculo entre la administración nacional y sus trabajadores o el desguace de los mecanismos de regulación y control. Una vez que dejó atrás ese capítulo, no hubo más quejas por la herencia recibida. Las excusas no parecen formar parte del menú de Fernández, que sabe que heredó problemas pero también la responsabilidad de resolverlos, sin beneficio de inventario. Sabe, también, que no alcanza con el esfuerzo individual para salir adelante. Otra vez: cerrar heridas como un medio para un fin en común.

“El nivel de depreciación argentina es tal, que sólo un esfuerzo mancomunado que conjugue honestidad intelectual, ejemplaridad dirigencial y fraternidad comunitaria, será capaz de encaminar nuevamente a nuestra Patria en la senda de un desarrollo inclusivo y sostenible”, sostuvo en uno de los pasajes clave del mediodía. El mensaje es claro: “Frente a esta situación dramática de destrucción”, solamente “la solidaridad” puede ser la “viga maestra de la reconstrucción nacional”. Ante un panorama en el que las urgencias superan, por mucho, a las herramientas a mano, un mantra se repitió durante todo el discurso, como una guía o un ayudamemoria que parece haber elegido para definir su gestión: “Comenzar por los últimos para poder llegar a todos”.

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A muchos comentadores les llamó la atención el poco tiempo que Fernández dedicó a hablar de la deuda: en sus palabras, “el mayor escollo” que tiene por delante en el primer año de su gobierno. Quienes esperaban mayores precisiones sobre el sendero que tomará la negociación se quedaron con las ganas. Hubo, sí, una confirmación sobre la postura aportada por el ministro de Economía, Martín Guzmán, de que es preferible que no haya acuerdo antes que un mal acuerdo. Y una definición cargada de sentido: “Nunca más a un endeudamiento insostenible”. Sin verbalizarlo, también dejó en claro que el rumbo de su gobierno será el mismo independientemente de cuál sea el resultado de las gestiones con los acreedores. Pueden cambiar las circunstancias pero no modificará el plan establecido.

La creación del Consejo Económico y Social para el Desarrollo, la Reforma Judicial y el Consejo para Afianzar la Administración de la Justicia, la nueva AFI despojada de sus roles más perniciosos, el Programa de Innovadores de Gobierno y una Agencia de Evaluación de Impacto de las Políticas Públicas son anuncios que marcaron la impronta de Fernández: iniciativas que buscan despegar la administración de la coyuntura. El Estado como política de Estado. Los primeros bocetos de un legado duradero; ideas valiosas que chocarán, en su implementación, con la impiadosa urgencia del día a día. Si logra imponerlas, cultivarlas y fortalecerlas para que tengan sobrevida más allá de los próximos cuatro u ocho años, habrá dado un servicio invaluable a todos los argentinos.

Aún con una impronta propia, la continuidad con los doce años de kirchnerismo no se puede (ni se quiso) disimular. La recuperación de la agenda de Derechos Humanos, incluyendo una restitución del rol activo del Estado en los juicios por delitos de lesa humanidad, en las gestiones ante la CIDH, en el trabajo del Archivo Nacional de la Memoria y del Equipo Argentino de Antropología Forense y el anuncio de la creación de un Sitio de la Memoria en El Campito se inscriben en las mejores tradiciones de los gobiernos de Néstor Kirchner y de CFK. Es de esperar que la aclaración de que “la defensa de los derechos humanos no es la columna vertebral de un Gobierno, sino la columna vertebral de la República Argentina en su conjunto” no sea necesaria en otro discurso de otro presidente. Nunca más.

En otros aspectos, Fernández se presentó como una instancia superadora de sus raíces políticas. El momento más notorio, y quizás el más emotivo de la jornada, fue cuando confirmó que enviará al Congreso, en los próximos días, un proyecto de legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Aunque su éxito, particularmente en la cámara alta, no está garantizado, dio un paso histórico al convertirse en el primer presidente en impulsar esta política de salud pública, que dejó de discutirse hace demasiados años en los países que suelen ponerse como modelos a seguir. Acompañar el anuncio con otro, que apoya desde el Estado la maternidad deseada, ayuda a desengrietar el tema, mejorando las posibilidades de que sea aprobado por los diputados y senadores.

El discurso culminó como había comenzado, hablando del problema más importante de todos los argentinos y argentinas: el bolsillo. Acaso porque el Presidente sabe que ningún otro cambio estará en el horizonte de lo posible si no se resuelve el acceso a lo más básico, pero que abocarse a resolver la economía no es excusa, tampoco, para dejar de lado la ampliación de derechos humanos y ciudadanos. En el cierre, insistió con un urgente llamado a la unidad. Ese parece ser el cambio de rumbo del que habló en la campaña. Queda la duda de hasta dónde podrá avanzar sin ir al choque, y de cómo reaccionará cuando esa confrontación resulte inevitable. Hasta entonces, su propuesta parece una saludable brisa de aire fresco en la a veces claustrofóbica democracia argentina.

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