Es necesario hacer el esfuerzo de recordar que Alberto Fernández asumió, cincuenta días atrás, la presidencia de un país desequilibrado, en el que cualquier movimiento en falso podía arrastrarlo, y a todos, a un estallido social, económico y político desde el momento cero. El peligro no se conjuró; se le puso, en todo caso, otra fecha de vencimiento, el 31 de marzo, un poco más de cien días no de gracia (la actitud opositora no es exactamente benévola) sino de margen para maniobrar en los frentes múltiples que se abren a diario y se retroalimentan unos a otros, en una seguidilla sin descanso de cuestiones a resolver ya mismo. De eso se trata gobernar. Fernández lo sabe, por experiencia propia.
Entre el acuerdo y el choque, el Presidente siempre prefiere lo primero. Su prioridad, dice, es buscar el contento de todos los actores en pugna. Pero sabe que tan importante como aquello es dejar claro que cuando no se llega a un consenso, él tiene la autoridad que le confirió el pueblo argentino y tiene que hacerla valer. “Siempre he creído en la política del diálogo, y eso no lo voy a cambiar. Pero también sé que soy el Presidente y tengo el poder, que no me lo dio ninguna corporación sino la gente. Y si no nos ponemos de acuerdo, tendré que ejercer el poder”, advirtió hace dos semanas en la extensa entrevista que le hizo Horacio Verbitsky en El Cohete a la Luna. Es una cuestión de mera supervivencia. El poder no se clama, se ejerce.
Mientras el equipo que encabeza Daniel Arroyo se aboca a paliar las urgencias sociales, las prioridades número uno, dos y tres del Presidente, por estos días, apuntan a desarmar la bomba de tiempo de la deuda externa. La coordinación de ese trabajo entre los equipos nacionales y de la provincia de Buenos Aires es absoluta. Da cuenta de eso las largas horas de conversación a solas que mantuvieron Fernández con el gobernador Axel Kicillof en los aviones y desayunos del viaje a Israel. La tercera pata de ese equipo, desde Buenos Aires, es Martín Guzmán, el interlocutor con los acreedores, que se encarga del trabajo fino. Esta semana viajará a los Estados Unidos para avanzar con las negociaciones.
Así, la posición firme de Kicillof de no pagar la amortización de capital que vence hoy, prefiriendo el default antes que tomar decisiones desventajosas para su gobierno responde a lo que dijo en su última conferencia de prensa el ministro de Economía, que aseguró que el país ni la provincia tienen capacidad de hacer frente a la deuda en el corto plazo, algo que reconocen incluso on the record dirigentes de la oposición. Ambas, a su vez, surgen de la decisión política de Fernández, explicitada en la charla con Verbitsky. Se negocia hasta que la negociación en sí misma pasa a ser una situación desventajosa para el país. En este caso, porque mientras no haya acuerdo se siguen pagando los intereses, algo que no puede durar mucho más.
La estrategia argentina es arriesgada y novedosa: negociar desde una posición de fuerza, manifestando con el mismo énfasis la voluntad de pago y la imposibilidad de hacerlo en estas condiciones. Las numerosas irregularidades y excepciones que se cometieron en los sucesivos acuerdos con el Fondo Monetario Internacional brindan un argumento para plantarse, al igual que el incumplible cronograma de pagos diseñado por ese organismo. Resuenan, en el planteo, pragmático e idealista a la vez, los ecos de los años más virtuosos de administración nestorista. El Presidente evalúa, incluso, exigir un reconocimiento formal del FMI respecto a su responsabilidad en el asunto. Hacen falta más que ecos para resolver de manera airosa esta crisis.
Algunos pormenores de la oferta final que presentará el país en las próximas semanas ya están sobre la mesa de negociación. Van a ajustarse, seguramente, algunos detalles, después de las charlas que tenga Guzmán en Washington. Luego, el equipo argentino se dedicará a finalizar la propuesta. Una vez que sea formal, no habrá marcha atrás. Será cara o ceca, suerte o mierda, éxito o default. La Argentina ofrecerá las mejores condiciones posibles que no pongan en riesgo un programa integral de crecimiento y desarrollo, sin lugar para contraofertas. El Presidente y el ministro coinciden en que es mejor resolverlo ahora, para bien o para mal, antes que adoptar una solución que patee el problema al futuro, cuando será más difícil y caro de resolver.
El mismo equilibrio que aplica en materia financiera Fernández lo juega en el área diplomática. Su viaje a Israel mostró una nueva faceta, que hasta ahora nos resultaba desconocida. La ocasión no pudo estar mejor elegida: es difícil discutir la conmemoración del holocausto. Las bilaterales con el presidente Reuven Rivlin y el premier encargado Benjamin Netanyahu fueron equilibradas con declaraciones a favor de “la existencia de dos Estados”, en referencia al reclamo palestino, y con un encuentro con el principal dirigente opositor, Benny Gantz, que tiene chances de destronar a “Bibi” en las elecciones de marzo de este año. Menos prensa pero no menos importancia tuvo un encuentro que mantuvo con familiares de desaparecidos.
Aunque se cayó la posibilidad de dialogar cara a cara con Vladimir Putin, durante la estadía en Jerusalem la Cancillería argentina pudo armar una agenda importante para el próximo viaje a Europa. Además del encuentro con Francisco, en poco más de una semana planea visitar a las máximas autoridades de Italia, Francia y España. La agenda ya tiene confirmadas las bilaterales con el Presidente italiano, Giuseppe Conte; con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez; y con el mandatario francés, Emmanuel Macron. Además, es muy probable que se concreten encuentros con los jefes de Estado de Italia, Sergio Matarella, y de España, Felipe VI. La posibilidad de ir a Berlin a visitar a Angela Merkel se intentará concretar hasta último momento.
El mismo día que se anunciaba esa gira, en Buenos Aires, Evo Morales encabezó un acto masivo en el estadio repleto de Deportivo Español para apoyar a los candidatos de su partido en las próximas elecciones que deben celebrarse en mayo en Bolivia. La imagen es otra muestra más del equilibrio que hace Fernández en todos los frentes, demostrando que no es necesario resignar posturas históricas y dignas del país para ser recibido en los principales despachos del planeta. Con Putin habrá bilateral en los próximos meses, quizás en mayo en Moscú. Beijing deberá esperar: Xi Jinping tiene ahora asuntos de más importancia que atender. La delegación diplomática para ese destino toma forma con Luis Kreckler será embajador y Sabino Vaca Narvaja junto a él.
En el caso de Washington, Fernández evalúa viajar recién después de que cierren las negociaciones por la deuda, si es posible. El vínculo con el gobierno de Trump sigue por un buen carril: Jorge Argüello fue oficializado embajador, en un tiempo relativamente corto. Por supuesto, sobrevuelan los operadores que representan a bonistas y fondos buitre mientras practican su hobby de boicotear gobiernos progresistas de países del tercer mundo. Esta semana, pasearon a un funcionario del Departamento de Estado, Kevin O’Reilly, por las oficinas de un puñado de empresarios descontentos. No visitó, en cambio, despachos oficiales. Tampoco le dio el gusto a sus anfitriones de hablar con medios amigos para meter presión al gobierno argentino, como había hecho otro enviado norteamericano, Mauricio Claver-Carone, en una visita similar hace pocas semanas. Rara vez el mismo truco funciona muchas veces.