Salir con la certeza de terminar mal. Salir de la cobarde privacidad para aturdir el reino de lo público. Recordarle al presente que puede ser invadido por la potencia del cansancio y que él tampoco se salva de la memoria. Que sobra una braza rebelde, una “chispa adecuada” para iniciar un calor caprichoso que derrita un poco la desigualdad. Mostrar y mostrar, para intentar conmover en algo a quien mira. Pero la misma imagen alimenta la rabia de unos y justifica el fascismo de otros.
El incendio sudamericano empezó más por inercia que por convicción. Cada país no puede analizarse desde un punto de vista único. Pero en Chile se puede resumir casi todo, el estallido lo produjo eso que es condición irrestricta del modelo neoliberal; la acumulación obscena, el breve camino a la indigencia, el precipicio inmediato, los infiernos que trae la cuenta cuando no cierra, el saldo gordo en sus quilombos, la inevitable catástrofe, el fin de mes cada vez más lejano, la deuda controlando la existencia. Entonces, millones empujados al abismo, casi que fueron obligados a rebelarse. Cuando el riesgo es parte de la vida es más fácil animarse a ser extremo, se grita desde lo percibido, de lo obvio, del bolsillo seco fritando la mente. Es más probable transformar la desesperación en acto, esta vez se aceptó la infección, se presenta revancha al látigo, se quiere equilibrar con cantos insurrectos todos los silencios cómplices, se necesita regular con piñas al espejo toda la otra mejilla brindada. Eso exhiben las calles latinoamericanas en estos días, una melancolía que se consideraba claudicada, una memoria atrevida que trepó por los subsuelos de la opulencia. No es que el estallido lo explica solo el dinero, como si este fuera un detalle más del existir. No es ningún detalle, el oxígeno mismo de existir es el dinero.
Seguramente los monumentos defenderán a los gigantes pisoteadores, y los abundantes pobres, en su mayoría, en caso de tener que decidir, optaran por lo inmóvil, pero una vez despertado el monstruo, aunque sea irrelevante en la cifra de suscriptores, hará que todo lo que creías sea contagiado de un virus letal. Volverá a venir el desgarro que no pretende ser dueño del futuro, el que se conforma con conquistar algunos segundos, al que le alcanza con arrojar una foto insurrecta a los abismos algorítmicos. La pasta de la multitud que compacta experiencias de vidas inverosímiles y diferentes sabe que en estos momentos el delirio debe ensamblarse con la disciplina. Hay que mantenerse en la calle y no estar solo un rato, relevar sus carteles, resignar un rato la certeza del cajero automático, confiar en la reunión, en los cuerpos que se rozan por el mismo sueño social. Inevitable es la revancha gubernamental, su gula de sangre, su paroxística puesta en escena, pero la violencia del poder agiganta la poesía de les manifestantes. Son las imágenes de esas plazas y parques que se llenan de un yo despersonalizado y a la vez dueño de su organismo las que aseguran que volverá a pasar. Recordamos lo absurdo de los esquemas que dominan nuestra vida, reprochamos nuestra abundante estupidez, reclamamos unos miserables restos de compasión.
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Las jaulas se rebalsarán, la movilización por sí sola no garantiza ninguna victoria, la multitud tampoco es genuina, eterno dilema, su novedad es la falta de líderes y a la vez el germen de su eterno retorno al fracaso. Mientras se duda los tiranos no cesan de disparar y lastimar, pero aunque el orden, en su esencia y por lo pronto, se mantenga intacto, ha sido desmentido. Eso crecerá irreversiblemente. Cada protesta chilena, boliviana, ecuatoriana, contradice a los dispositivos de la verdad. La tiranía solo cede si siente miedo, saben que mientras más miedo más posible la impunidad, pero cuando ni matar frena a la horda, corren a otorgar beneficios, a reescribir constituciones. Mientras perdure la guiñada de ojo el garrote gobierna. La derecha demostró no estar dispuesta a participar por un tiempo del juego de lo moderno, es ancestral o no es. Volvió a matar sin esconderse. Quizás en un año todo haya quedado en un recuerdo inofensivo, pero millones de imágenes han sido arrojadas a la inmensidad, y solo basta que el sol se mueva para que esas imágenes vuelvan a inspirar a las masas y otra vez el asqueo, la precariedad, la indigencia debida tomen las riendas de la agenda.
La calle ha recordado su mito, su fuerza arrolladora, su capacidad de ser un aleph que en segundos puede arrojar al basural de la historia varias de las verdades que organizaban nuestra aldea. Al igual que en varios vecinos la calle será protagonista en nuestra tierra, pero no con la misma responsabilidad. En nuestro caso la calle, al revés del mundo, servirá para defender a un gobierno. O mejor dicho; Acá la calle será el lugar a llenar para alcanzar un balance de fuerzas proporcional que mantenga subordinadas a las fuerzas de seguridad y a los poderes carroñeros, legendarios de masacres. Somos testigos de una remake golpista que quiere superar a su película antecesora, pero que no puede prescindir del principal argumento; sin la fuerza bruta la carroña no tiene ni razón de ser ni posibilidades de estabilidad. Van a querer sembrar nuevamente el terror, y se sabe que solo con el ingenio popular pacifista no se frena una bala. Toda biblioteca se ve desafiada en estos días, los supuestos beneficios del Estado de Derecho han perdido hasta su carácter de ficción, se han confesado. La paciencia puede ser tramposa. Volvió el monstruo que se creía ahogado. La estupidez militar otra vez en el centro del escenario, con la novedad de que ya nadie podrá excusarse para justificar y avalar, el hecho de no saber, de no estar al tanto, de no haber visto lo que pasaba. Las redes sociales y su inmanencia permiten sobre todo ver; se ve un golpe de estado con todos los ingredientes conocidos, en vivo y en directo acá nomas de nosotros. En los setenta no existía ni la ilusión de lo que hoy para nosotros es natural, es decir, imágenes del terrorismo de estado circulando permanentemente. La pregunta siempre estuvo, ¿Qué hubiese pasado en ese entonces de haber existido internet? ¿Quizás se evitaba tal atroz derramamiento de sangre?
El medio no es el mensaje. El medio siempre puede ser disputado. En la primavera árabe algunos países debieron cerrar toda la web al momento de las masivas protestas, para intentar de esa forma desalentar que la gente se atreva a quebrar las pavorosas fronteras de la puerta de su casa. Hoy veremos cuánto puede frenar internet los vientos marciales soplando en nuestro continente.