Cuando el Supremo Tribunal Federal de Brasil rechazó el hábeas corpus presentado por la defensa de Lula y Sergio Moro ordenó su detención, muchos no creímos en la posibilidad que esa decisión pudiera sostenerse.
Imaginamos presión social, hombres y mujeres de las favelas de Brasil movilizados en defensa de quien los sacó de la pobreza, les garantizó 5 comidas diarias y le dio la posibilidad de estudiar una carrera universitaria.
Suponíamos que sería insostenible transitar todo el proceso electoral con Lula, primero en todas las encuestas, tras las rejas y que aquellos que deseaban una vuelta del PT al gobierno harían sentir su bronca ante semejante atropello.
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Nada de eso sucedió. Jair Bolsonaro ganó las elecciones con el principal candidato opositor proscripto y Lula lleva 500 días en prisión. ¿Cómo llegamos a esta situación?
El rechazo de centros urbanos como San Pablo y Río de Janeiro al gobierno del Partido de los Trabajadores, cierto alejamiento de los sectores populares a la propuesta petista y el recrudecimiento de la violencia y el narcotráfico llevaron a millones de brasileros a cambiar el escudo protector de Lula al filofascismo violento de Jair Bolsonaro. Ese voto, por mas raro que parezca, se repitió de a cientos de miles en el vecino país. “Yo iba a votar a Lula porque me protege, si no es esta voy a elegir a Bolsonaro que al menos me da armas para que me defienda”, razonó un votante durante las pasadas elecciones. No obstante, el PT fidelizó el nordeste, y eso no es menor en un contexto de crisis de los partidos tradicionales.
Pero esto no se trata del análisis de las elecciones brasileras sino de dimensionar la enorme gravedad institucionalidad a la que la Operación Lava Jato sometió a Brasil. Luego de la destitución de Dilma Rousseff, Lula era el último escollo para que la derecha se apoderara con toda la fuerza de la conducción del Estado.
Y así fue. Apertura y des-regulación económica, trasnacionalización de la economía en resortes estratégicos, reforma laboral regresiva, congelamiento del gasto público y una campaña sistemática de demonización y persecución contra el PT y la izquierda con la complicidad de los grandes medios de comunicación.
La figura de Sergio Moro fue clave en esto último, ya que, las cataratas de prisiones preventivas contra funcionarios de los gobiernos petistas ayudaron a la estigmatización de una fuerza política que, con aciertos y errores, protagonizó uno de las experiencias más virtuosas e inclusivas de la historia reciente de Brasil. La puntada final fue Lula, víctima de un proceso que se desarrolló en tiempo récord, que lo encarceló sin pruebas y que expuso el odio de clase de una clase dirigente que esta dispuesta a todo para borrar del mapa al progresismo.
Bolsonaro asumió como nadie este desafío con su retórica y la obscena designación del juez Sergio Moro como ministro. El panorama se torna más escandaloso luego de las revelaciones del sitio The Intercept que demuestra las irregularidades, arbitrariedad y parcialidad de Moro y los fiscales del Lava Jato, especialmente, Deltan Dallagnol.
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El único motivo por el cual el proceso no fue anulado por el máximo tribunal de justicia es que aún la opinión pública pesa demasiado en las decisiones de la justicia y buena parte del gobierno de Bolsonaro quiere mantener a Lula privado de su libertad. Esto cambiará rápidamente si el gobierno y Moro sigue cayendo en imagen y el mapa político regional empieza a equilibrarse. Además, en la medida que la economía siga sin dar respuestas favorables, la figura de Lula seguirá creciendo como polo aglutinador de la voz de resistencia al actual rumbo de cosas.
Lula está preso pudiendo haberse refugiado en una Embajada. Él sabe que es inocente y hará todo lo necesario para que el grito de injusticia se escuche cada vez más alto en Brasil y en todo el continente. Lula, que sabe superar momentos duros de la vida que cualquiera de nosotros se hubiese derrumbado, es consciente de lo que generan sus declaraciones y confía en que la relación de fuerzas puede torcerse a su favor.
Brasil es un peor país desde el 7 de abril de 2018 pero como escribió el Papa Francisco en la carta que le envió a Lula: “El bien vencerá el mal, la verdad vencerá la mentira y la salvación vencerá la condenación”.