Este 23 de julio se cumplieron seis meses del día en que Juan Guaidó —presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela— se proclamó en una autopista como “presidente encargado” del país. Retrospectivamente, se puede decir que eso no alcanzó para provocar la caída de Nicolás Maduro.
Si bien Guaidó cuenta con el fuerte apoyo de Estados Unidos, Maduro sigue en el palacio presidencial de Miraflores, controla todo el territorio y sus representantes están en las Naciones Unidas y en casi todos los organismos internacionales.
Algunos gobiernos y medios de comunicación se apresuraron a vaticinar la pronta salida de Maduro luego del 23 de enero y creyeron que eso sucedería un mes después, cuando desde Colombia varios camiones intentaron cruzar la frontera con ayuda humanitaria y un puñado de periodistas montados en los camiones, como si estuvieran entrando en Bagdad con las tropas estadounidenses en el año 2003. Pero todos quedaron varados en la frontera.
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¿Por qué fracasó Guaidó, que parecía tan seguro de que el chavismo se desmoronaría como un castillo de naipes? ¿Acaso pensó que las sanciones de Washington tendrían efecto inmediato? La historia demuestra que el bloqueo a un país no alcanza para que la población se alce contra su gobierno. Cuba es la mejor prueba de ello. Los bloqueos, embargos o boicots internacionales pueden contribuir a debilitar y aislar un gobierno, pero por sí solos no alcanzan. Y si no alcanzó, es porque la oposición no parece tener una estrategia clara para tomar el poder.
Si se mira el siglo XX se verá que las estrategias de toma del poder han sido mucho más estudiadas por las izquierdas que por las derechas en sus múltiples variantes. Las izquierdas siempre se consideraron heredaras de la revolución francesa de 1789 y la toma popular de la Bastilla en París o del Palacio de Invierno por los bolcheviques en Rusia en 1917. Esto significa que —a diferencia de las derechas— las izquierdas siempre han pergeñado revoluciones, como la larga marcha de Mao Tse Tung liberando territorios a su paso o las guerrillas latinoamericanas que intentaron crear “focos revolucionarios”, imitando de manera simplista el paradigma de la revolución cubana. Las izquierdas suelen tener “modelos” de toma de poder que se basan en la movilización popular.
En cambio, Guaidó, que no logró sostener en el tiempo las movilizaciones de apoyo, apostó a que los militares derrocarían a Maduro. Como en la memoria latinoamericana esto remite a los golpes militares del siglo pasado, provocó incluso el rechazo de muchos de quienes lo apoyan. Por eso sorprendió que el canciller Jorge Faurie esta semana en Buenos Aires, al finalizar la reunión del Grupo de Lima -que nació para aislar al gobierno de Maduro-, se saliera del libreto del Grupo y declarara que “siempre el uso de la fuerza será un recurso y quedará para el momento que correspondiera”.
Si la intervención militar es el único recurso que le queda a la oposición en Venezuela, Juan Guaidó haría bien en recordar aquella frase del astronauta del Apolo 13: “Houston, tenemos un problema”.