¿Cuánto más esperará lo social?

10 de junio, 2018 | 06.00

El poder neoliberal como un alien extraño se ha entramado en toda la cultura: un cuerpo social afectado por células neoplásicas malignas presenta un pronóstico reservado. Un dispositivo bio-psico-político opera depredatoriamente en forma silenciosa e invisible, dejando síntomas en la cultura que serán muy difíciles de remover. Uno de ellos es la colonización de la subjetividad, producida por los medios masivos de comunicación corporativos, que formatean y manipulan una masa social sumisa y despolitizada, que responde con una obediencia inconsciente acatando, aguantando, sacrificándose y votando en contra de sus intereses.

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En este contexto en que la colonización de la subjetividad se convirtió en una epidemia ¿es posible causar un deseo de emancipación? Perón dio una orientación que puede resultar de utilidad para desentrañar ese nudo, cuando afirmó: “Cuando los pueblos pierden la paciencia hacen tronar el escarmiento”. Creemos que sucede a la inversa, que el pueblo como tal no está al comienzo, sino que recién cuando se pierde la paciencia es posible el despertar y la emergencia del efecto pueblo. Así fue el 17 de octubre de 1945 con la demanda por Perón, el 29 y 30 de mayo de 1969 con el Cordobazo y el 19 y 20 de diciembre de 2001 con el cacerolazo que causó la caída de Fernando de la Rúa.

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De aquella frase de Perón se desprenden algunas consecuencias: que para que “suene el escarmiento” debe haber un pueblo, cosa que en una sociedad no siempre sucede, y que es necesario que se pierda algo que él denominó paciencia para que ese efecto acontezca.

La construcción de un pueblo implica una hegemonía sostenida en una voluntad popular, que implica diversas posiciones subjetivas y una temporalidad. La paciencia se presenta en un tiempo primero que es de espera, de observación y comprensión de los datos establecidos. La posición subjetiva aquí es de una debilidad que deberá perderse, no por decreto sino por la emergencia decidida de un deseo de emancipación articulado en una experiencia colectiva. Perder la paciencia es poner un límite que tiene función de corte en la situación, introduciendo un elemento heterogéneo que funda un acto.

Recordemos brevemente la lógica de la construcción de pueblo en términos de Ernesto Laclau. La hegemonía, tal como la estableció en su libro La razón populista, es el resultado de una construcción democrática cuyo punto de partida es la demanda insatisfecha, un pedido dirigido a las instituciones que irá encontrando otras demandas con las que se articulará en una cadena de diferencias. Las demandas en forma explícita refieren a una necesidad, al tiempo que implícitamente constituyen un pedido al poder de reconocimiento y aceptación en una comunidad.

Este momento inicial y necesario presenta un riesgo de detención, de quedarse gozando del reconocimiento o de la insatisfacción. La posición de demandar por un lado es un derecho, el derecho a tener derechos, como decía Hanna Arendt: todas las personas tienen en común que pueden aparecen en lo público, ser visibilizadas y escuchadas. Por otro lado, demandar es también una confirmación del poder del Otro, una posición de subordinación y debilidad respecto de ese poder.

La red de demandas diferenciales en determinado momento traza una frontera que delimita dos campos adversarios y cristaliza el conflicto político. Las diferencias, sin anularse, se hacen equivalentes frente al adversario y la construcción se potencia, se empodera, ubicándose en equidad respecto del poder. Es un momento que trasciende la anterior posición de debilidad y asimetría que implicaba la demanda, en el que se pone en juego un deseo que no pide reconocimiento sino que se autoriza por sí mismo.

Una articulación de deseos emancipatorios despliega el coraje de enfrentarse al acontecimiento hegemónico de emergencia de la voluntad popular. Se precipita la invención del significante vacío que, retroactivamente, nombra la construcción y funda su identificación al final: “Nosotros”, el pueblo. Nombrarse será la consecuencia de la emergencia de una novedad, una anomalía respecto de la situación anterior y conocida; nunca es un punto de partida sino un efecto de demandas, relaciones sociales, deseos, afectos, antagonismos y posiciones respecto del poder.

El neoliberalismo que gobierna produjo un evidente deterioro productivo, económico y democrático

Como se puede entrever, la hegemonía no es una creación de la nada sino que surge de una trama simbólica, histórica, a la vez que implica una ruptura con ellas. El efecto pueblo se pone en juego en cada situación singular y, de manera instituyente, interrumpe lo establecido. Produce un corte, un límite que divide lo social engendrando una inédita superficie y una nueva distribución de fuerzas: una discontinuidad respecto de una serie que se repetía. El surgimiento de un sentido desconocido lo vuelve acontecimiento, constituye la emergencia en acto de una verdad democrática fundamentada en la voluntad popular, irreductible a los saberes previos.

En la Argentina el neoliberalismo que gobierna produjo un evidente deterioro productivo, económico y democrático implicando pérdida de derechos, persecución a opositores, represión y abusos contra los más vulnerables. El marketing, los mensajes comunicacionales y las promesas del Gobierno funcionaron eficazmente alimentando la espera social: “el segundo semestre”, “la luz al final del túnel”, “lo peor ya pasó” y toda la serie de posverdades producidas que lograron generar falsas expectativas por un tiempo. El lugar asignado por el neoliberalismo al cuerpo social es el de la resignación, la impotencia, el sacrificio y la espera pasiva del “derrame” que nunca llega.

Cuando se pierde la paciencia es posible el despertar y la emergencia del efecto pueblo. Una bisagra que comenzó con la movilización contra la reforma previsional, la marcha multitudinaria del 25 de mayo, el rechazo al tarifazo, la Marcha Federal, la concentración de las mujeres por la ley de despenalización del aborto, la posibilidad de un paro nacional y la alta conflictividad planteada en estos días a lo largo y ancho del país, indican un nuevo clima social que denota la pérdida de la paciencia colectiva y una modificación en la posición de la subjetividad.

Una construcción hegemónica implica un salto político, un paso al límite, una elección y una responsabilidad de hacerse cargo de lo producido. Lo político es una causa democrática emancipatoria y no solo un programa para ganar elecciones.