La guerra militar y económica que desató la invasión de Rusia a Ucrania desnudó una confrontación que se venía construyendo hace años entre algunas de las potencias mundiales y también provocó algunas consecuencias que nadie pronosticó. La última es sin dudas la reunión de enviados del presidente estadounidense Joe Biden con su par venezolano Nicolás Maduro, un mandatario que la Casa Blanca formalmente no reconoce, que está imputado por el Poder Judicial norteamericano por los delitos de narcocotráfico, terrorismo y corrupción, y sobre el que existe una recompensa de 15 millones de dólares por su captura. Washington de repente dejó todo esto de lado y luego de un primer encuentro de alto nivel y muy publicitado hizo saber a Venezuela y al mundo que está interesado en discutir “seguridad energética”. Inmediatamente el viejo argumento de ‘vienen por el petróleo’ convenció a aliados y detractores del chavismo, pero como dice el mantra de los analistas, nada es tan simple.
El giro de 180 grados de Biden se entendió como una consecuencia directa del embargo que había impuesto junto al Reino Unido a las exportaciones rusas de petróleo, gas y carbón apenas unos días antes, como parte de su estrategia de asfixia económica a Moscú por la invasión a Ucrania. Venezuela tiene las mayores reservas de crudo del mundo y ahora Estados Unidos necesita reemplazar lo que no recibirá más de Rusia. Expuesto así, este argumento, que se sustenta además en el creciente malestar de la sociedad estadounidense por la inflación y el aumento del precio de la nafta, parece explicar lo repentino y drástico del cambio de la Casa Blanca. Sin embargo, al mirar los detalles de la actualidad de la industria petrolera venezolana, no parece tan obvio que en ella se encuentre una solución a la escalada de precios global y la posible escacez energética si la confrontación con el gobierno de Vladimir Putin sigue aumentando.
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¿Venezuela puede reemplazar a Rusia como proveedor?
Venezuela era un importante proveedor de crudo para Estados Unidos -de hecho especialistas del rubro sostienen que las refinadoras de la costa del Golfo de México en Estados Unidos tienen la tecnología necesaria para procesar el petróleo extrapesado venezolano- hasta que las sanciones del entonces gobierno de Donald Trump pusieron fin a esa relación comercial de larga data. En ese momento, Washington encontró en Rusia un nuevo socio energético que le permitía reemplazar ese suministro cortado. Según cifras oficiales, el año pasado las compras estadounidenses de crudo y derivados de Rusia alcanzaron su mayor nivel. En promedio, importó unos 672.000 barriles diarios: alrededor de un 30% era crudo y el resto de productos refinados, informó la Administración de Información Energética.
"El año pasado, Estados Unidos importó alrededor de 650.000 barriles de petróleo ruso por día, apróximadamente lo mismo que compraba a Venezuela antes de imponer las sanciones en 2019", aseguró un experto en el sector energético venezolano del Instituto baker en la Universidad Rice en Houston, Igor Hernandez, en una entrevista con France 24 y continuó: "Estados Unidos usó a Rusia como sustituto para Venezuela. Así que si las sanciones se levantan, uno podría imaginar que se puede volver a la situación previa a 2019."
El problema es que las sanciones estadounidenses -que cortaron el comercio petrolero con Estados Unidos, pero también asfixiaron su capacidad de comerciar con terceros países y de conseguir financiación- profundizaron el declive que venía sufriendo la industria petrolera venezolana desde hacía años. En 2004, tras la famosa huelga de este sector que terminó con una masiva purga de técnicos, el país producía unos tres millones de barriles diarios. Para 2015, esta cifra había descendido a 2,6 millones, y para noviembre de 2018, es decir, dos meses antes de que Trump impusiera sus sanciones contra el sector, la producción se había derrumbado hasta 1.137.000 barriles diarios.
En diciembre pasado, el gobierno de Maduro celebró una recuperación después de un 2020 pandémico muy malo, anunció que había alcanzado los 871.000 barriles diarios, una cifra que muchos expertos pusieron en duda, y prometió alcanzar los dos millones de barriles diarios este año. No adelantó los detalles, pero su limitada recuperación en 2021 se consiguió gracias a las importaciones de diluyentes de Irán, otro país fuertemente sancionado por Estados Unidos, incluido su sector energético. Además, uno de sus principales compradores fue Rusia, que ante la crisis económica dramática de su aliado, no solo ayudó -junto a China- a circunvalar las sanciones estadounidenses para mantener un comercio internacional mínimo, sino que además venía aceptando cobrar parte de su enorme deuda -del Estado y empresas rusas- con crudo, derivados y hasta porcentajes de algunos de sus proyectos petroleros.
En conclusión, si Estados Unidos deseara dar marcha atrás y volver a la situación previa de finales de 2018, no solo debería levantar todas las sanciones contra la industria petrolera venezolana -y seguramente contra Maduro-, sino que además tendría que reemplazar la ayuda, financiación y el comercio que supuso la alianza política con Rusia (e Irán ya que Caracas no podría seguir contando con suministros sancionados por Washington). Y aún así, el resultado en el corto plazo sería insuficiente porque el gobierno venezolano no puede aumentar su capacidad de producción de la noche a la mañana y reemplazar el suministro de Rusia a Estados Unidos significaría vender a su vecino del Norte prácticamente todo lo que produce en detrimento de quienes fueron sus aliados incondicionales durante estos duros años y con quienes, además, mantiene compromisos e importantes deudas.
Por ejemplo, si la empresa petrolera estatal Pdvsa no cumple con sus compromisos de deuda con su par rusa Rosneft, la tercera más importante en de ese país y la segunda empresa estatal que más ganancias produce en ese país, entonces esta última podría activar el 49% del paquete accionario de Citgo, la subsidiaria de Pdvsa en Estados Unidos hoy sancionada, que Caracas puso como garantía.
Mucho más difícil es que Venezuela pueda ocupar el vacío que un embargo más amplio del petróleo ruso generaría en el mundo y evitar un mayor aumento del precio internacional, como sugirieron algunos analistas internacionales para explicar el giro de 180 grados del gobierno de Biden. El año pasado, Rusia aportó más de 10 millones de barriles diarios a la producción global, una cifra imposible de comparar con la capacidad actual y hasta la capacidad histórica de Venezuela.
Motivación de EEUU
No hay dudas de que el escenario energético global preocupa al gobierno de Estados Unidos. Incluso ya le preocupaba antes de la invasión rusa a Ucrania. En noviembre pasado, cuando la escalada de amenazas entre el gobierno de Biden y el de Putin comenzaba a ganar fuerza, la Casa Blanca anunció que liberaba 50 millones de barriles de crudo de sus reservas estrátegicas para enfriar los precios internacionales y luego, dos días después, la Cancillería rusa informó que sus pares norteamericanos le habían pedido que se sumaran a su esfuerzo con un aumento de la producción petrolera, un llamado que venía haciendo al resto de los países de la OPEP sin demasiado éxito.
La guerra en Ucrania profundizó esta escalada de precios internacionales y la decisión de Estados Unidos de imponer un embargo al petróleo y derivados rusos le generó un faltante que deberá suplir: aproximadamente un 8% de sus importaciones de hidrocarburos, de las cuáles solo alrededor del 3% fueron de petróleo crudo, según las cifras de 2021. Pero ni Venezuela puede solucionar el problema de la demanda global ni redirigir y ampliar su producción de manera rápida y simple. Entonces, ¿por qué Biden dio un volantazo en uno de los temas que ha dominado la agenda del país hacia América Latina en los últimos años? ¿Qué espera ganar con una decisión que sin dudas podría costarle caro dentro del país -ya fue criticado por la oposición y por aliados estratégicos en el Congreso como el titular de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Menendez- y ya molesta a algunos de sus socios en la región, como Colombia?
En diálogo con el portal de noticias venezolano Efecto Cocuyo, Antero Alvarado, director de la consultora Gas Energy en Latinoamérica, propone una respuesta más de corte político: “Estamos viendo que Estados Unidos quiere sacar a Venezuela de la esfera de influencia de Rusia en la región. Si se entiende esto así, parte de la cooperación iría por el tema de crudo. Pero también por la restauración de la diplomacia, vuelos directos, ayuda antidroga y temas de democracia, como la presentación de un cronograma electoral. Entonces, si se ve esto como un conjunto más global, pues ya uno puede entender que el tema va más a largo plazo.”
Desde que comenzó la guerra en Ucrania, uno de los argumentos más repetidos por el gobierno ruso y también por numerosos analistas en el mundo es qué pasaría si Rusia intentara expandir su influencia militar sobre países vecinos de Estados Unidos, como la alianza occidental OTAN ha estado haciendo sobre las ex repúblicas soviéticas hasta llegar a las fronteras rusas. En este escenario hipotético, no hay mucha duda de que el vecino de Estados Unidos más grande que podría ser permeable a una mayor influencia militar rusa es Venezuela. Y tampoco hay dudas de que han sido en gran parte las decisiones de la Casa Blanca las que terminaron de empujar a Caracas a construir una dependencia con Rusia -y China- que hoy será muy dificil de deshacer.