El lunes 23 de mayo el presidente Joe Biden dio una respuesta que cayó como una bomba. La pregunta fue lanzada por la CNN en medio de una conferencia de prensa que el mandatario estaba dando en Tokio junto al premier japonés, Fumio Kishida.
-¿Llegado el caso, está dispuesto a involucrarse militarmente para defender a Taiwán?-, preguntó la periodista.
-Sí. Ese es el compromiso que asumimos-, respondió Biden.
Como CNN es un canal amigo de los gobiernos demócratas, es difícil caracterizar la pregunta como una zancadilla o pensar que fue lanzada al azar. Es más verosímil creer que se trató de una consulta sopesada y consciente de los efectos que podría generar.
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Por si cabían dudas Biden agregó: “Esta es la situación: estamos de acuerdo con la política de Una Sola China. La firmamos y todos los acuerdos correspondientes se hicieron a partir de ahí, pero la idea de que se puede tomar (Taiwán) simplemente por la fuerza es inapropiada".
Luego, se produjo un clásico de la política norteamericana. Desde Washington, funcionarios como la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, fingieron poner paños fríos y repitieron el compromiso con “Una sola China”, de acuerdo con el “Comunicado de Shangai” firmado por el ex presidente Richard Nixon hace 50 años, el 27 de febrero de 1972.
Los dichos de Biden y sus posteriores “correcciones” son equívocos deliberados que se conocen con el nombre de “ambigüedad estratégica” y que permiten a Estados Unidos quedarse con todas las opciones sin evidenciar cuál va a ser su verdadero juego.
El diario Global Times, que expresa la voz del Partido Comunista chino, lo puso en claro: para Beijing “la determinación de resolver la cuestión de Taiwán no se verá afectada por la ‘ambigüedad estratégica’ o la ‘claridad estratégica’ sino que mantendrá su ritmo original”. Y algunos columnistas de ese diario desestimaron que se tratara de un “error” (varios diarios occidentales apuntaron educadamente a una cierta senilidad de Biden) sino más bien “señales peligrosas de que EE. UU. eliminaría su política de una sola China”.
Beijing aprendió varias lecciones amargas de los “errores” de Washington. Por ejemplo, los cinco misiles lanzados por aviones norteamericanos contra su embajada en Belgrado, en mayo de 1999, que dejó un saldo de tres periodistas chinos muertos y decenas de heridos. El contexto fue el brutal ataque de la OTAN contra la ex Yugoslavia (sin autorización de la ONU). Las explicaciones que el entonces presidente Bill Clinton dio al gobierno chino parecían una burla: dijo que se trataba de un “accidente”, que el bombardeo (casualmente el único en toda la campaña dirigido por la CIA) tenía como objetivo una dependencia yugoslava, pero que la CIA se había manejado con “mapas desactualizados”. Como niños bobos, la prensa hegemónica de Occidente repitió esa versión como si fuera la verdadera.
¿Puede ser que EEUU esté pensando en incumplir los acuerdos firmados hace medio siglo atrás?
En esta última semana de mayo, hubo tres hechos irritantes para China. Uno, la alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, estuve seis días en China evaluando la situación, especialmente en la región de Xinjiang donde, según medios occidentales, se habría perseguido a la población uigur de mayoría musulmana. Xinjiang es una de las cinco regiones autónomas de China; es un territorio estratégico que limita con Rusia, Mongolia, Kazajastán, Kirguistán, Tayikistán, Pakistán y Afganistán.
Al parecer Bachelet no encontró lo que Estados Unidos esperaba y el 1º de junio, la prensa occidental, furiosa, empezó a pedir su renuncia acusándola de “falta de firmeza” y de “abandono catastrófico de su deber”.
El segundo hecho fue el lanzamiento por parte de Biden, en la mencionada visita a Japón, de un nuevo modelo de cooperación regional denominado, por sus siglas en inglés, IPEF 13 (Marco Económico del Indo-Pacífico), para “crear un orden económico en la región”. Según diarios como el “China Daily” esta iniciativa de EEUU es “un intento de boxear a China y restringir su esfera de influencia económica”. Además de EEUU y Japón integran este grupo: Australia, India, Vietnam, Corea del Sur, Indonesia, Filipinas, Malasia, Brunei, Nueva Zelanda, Singapur y Tailandia, todos tienen como primer socio comercial a China.
El tercer hecho es el más grave, porque además de admitir su disposición a “defender militarmente” a Taiwán, Biden, con la ayuda del premier japonés, asoció ese eventual conflicto con Ucrania e, indirectamente, amedrentó a los países de Asia con posibles consecuencias como las que hoy sufre Europa.
-Se dislocará toda la región-, amenazó el jefe de la Casa Blanca.
-Los intentos unilaterales de cambiar el statu quo por la fuerza, como en Ucrania, nunca deben tolerarse en el Indo-Pacífico-, sumó el premier Kishida.
Biden aprovechó el comentario para mandar un mensaje al Kremlin: “Rusia tiene que pagar un precio a largo plazo por sus acciones. Y la razón por la que me molesto en decir esto, no solo es por Ucrania. Si llegara a haber un acercamiento entre los ucranianos y Rusia, y las sanciones no se mantuvieran, entonces, ¿qué señal se le estaría enviado a China sobre el costo de intentar tomar Taiwán por la fuerza?".
Aunque para muchos expertos norteamericanos, como el estratega y ex canciller Henry Kissinger, la actual política norteamericana sólo puede conducir a una catástrofe, no hay dudas de que la Casa Blanca está dispuesta a escalar la violencia también con China. Al menos hasta las elecciones legislativas de noviembre.
El mismo día que Biden, en Tokio, sugería una acción militar en Taiwán, su secretario de Estado aseguraba, en una charla dada en la Universidad George Washington, que China “es, a largo plazo, el desafío más serio para el orden internacional”. Como ya lo había expresa su jefe en el pasado, Blinken reiteró que el objetivo de EEUU es “mantener y modernizar el actual orden internacional” y que China es la principal piedra en ese camino.
“China es el único país que aspira a reformar el orden internacional y que cuenta, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”, agregó. Y en un alarde de “ambigüedad estratégica” afirmó que EEUU no busca impedir que China sea la gran potencia que ya es, pero “la visión de Beijing nos alejaría de los valores universales que han sustentado gran parte del progreso mundial durante los últimos 75 años”.
Lejos de toda diplomacia, el canciller Blinken, finalizó atacando al presidente chino Xi Jinping con duras acusaciones: “Socavar leyes, acuerdos, principios e instituciones le ha permitido a China ser exitosa. Bajo la presidencia de Xi, el gobernante PC Chino se ha vuelto más represivo en el interior y más agresivo en el exterior”. FIN FIN