"Si querés saber lo que siente un pueblo, andá a la periferia, a las periferias existenciales"

01 de julio, 2022 | 07.02

(Por Bernarda Llorente) Francisco hizo un balance de los nueve años que lleva de papado desde que el 13 de marzo de 2013 fue elegido y anunciado como nuevo Pontífice en el balcón central de San Pedro, casi una década en la que impulsó reformas en la Curia que él mismo atribuyó a "ideas de todo el Colegio Cardenalicio" y en la que desplegó principios filosóficos no muy extendidos en Europa, como la revalorización de la "periferia" o la distinción entre "populismo" y "popularismo".

"Las cosas que hice no las inventé ni las soñé después de una noche de indigestión. Recogí todo lo que los cardenales habíamos dicho, en las reuniones pre-cónclave, que debía hacer el próximo Papa", dijo a Télam sobre los cambios que promovió en la Iglesia, para luego abordar desde la filosofía la relación entre centro y periferia.

"Si querés saber lo que siente un pueblo, andá a la periferia, a las periferias existenciales, no sólo las sociales", resumió.

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-Télam: En 2023 se cumplen 10 años de su designación en el Vaticano, un aniversario ideal para trazar un balance. ¿Pudo cumplir todos sus objetivos? ¿Qué proyectos quedan pendientes?

-Francisco: Las cosas que hice no las inventé ni las soñé después de una noche de indigestión. Recogí todo lo que los cardenales habíamos dicho, en las reuniones pre-cónclave, que debía hacer el próximo Papa. Entonces dijimos las cosas que había que cambiar, los puntos que había que tocar. Lo que puse en marcha fue eso que se pidió. No creo que haya habido nada original mío, sino poner en marcha lo que se pidió entre todos. Por ejemplo, en la parte de Reforma de la Curia terminó con la nueva Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, que después de 8 años y medio de trabajo y consulta se logró poner lo que habían pedido los cardenales, cambios que ya se iban poniendo en práctica. Hoy día hay una experiencia de tipo misionero. Praedicate Evangelium, es decir, "sean misioneros". Prediquen la palabra de Dios. O sea, que lo esencial es salir. Curioso: en esas reuniones hubo un cardenal que dijo que en el texto del Apocalipsis Jesús dice: "estoy en la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré". Él entonces dijo "Jesús sigue golpeando, pero para que lo dejemos salir, porque lo tenemos aprisionado". Eso es lo que se pidió en esas reuniones de cardenales. Y cuando fui elegido, lo puse en marcha. A los pocos meses, se hicieron consultas hasta que se armó la nueva Constitución. Y mientras tanto se iban haciendo los cambios. O sea, no son ideas mías. Eso que quede claro. Son ideas de todo el Colegio Cardenalicio que pidió eso.

-T: Pero hay una impronta suya, se observa una impronta de la Iglesia latinoamericana…

-F: Eso sí.

-T: ¿En qué posibilitó esa perspectiva los cambios que se están viendo hoy?

-F: La Iglesia latinoamericana tiene una historia de cercanía al pueblo muy grande. Si tomamos las conferencias episcopales -la primera en Medellín, después Puebla, Santo Domingo y Aparecida- siempre fue en diálogo con el pueblo de Dios. Y eso ayudó mucho. Es una Iglesia popular, en el sentido real de la palabra. Es una Iglesia del pueblo de Dios, que se desnaturalizó cuando el pueblo no podía expresarse y terminó siendo una Iglesia de capataces de estancia, con los agentes pastorales que mandaban. El pueblo se fue expresando cada vez más en lo religioso y terminó siendo protagonista de su historia. Hay un filósofo argentino, Rodolfo Kusch, que es el que mejor captó lo que es un pueblo. Como sé que me van a escuchar, recomiendo la lectura de Kusch. Es uno de los grandes cerebros argentinos Tiene libros sobre la filosofía del pueblo. En parte, esto es lo que vivió la iglesia latinoamericana, aunque tuvo conatos de ideologización, como el instrumento de análisis marxista de la realidad para la Teología de la Liberación. Fue una instrumentalización ideológica, un camino de liberación -digamos así- de la iglesia popular latinoamericana. Pero una cosa son los pueblos y otra son los populismos.

-¿Cómo sería la diferencia entre ambos?

-En Europa lo tengo que expresar continuamente. Acá tienen una experiencia de populismo muy triste. Hay un libro que salió ahora, "Síndrome 1933", que muestra cómo se fue gestando el populismo de Hitler. Entonces, me gusta decir: no confundamos populismo con popularismo. Popularismo es cuando el pueblo lleva adelante sus cosas, expresa lo suyo en diálogo y es soberano. El populismo es una ideología que aglutina al pueblo, que se mete a reagruparlo en una dirección. Y acá cuando les hablás de fascismo y nazismo entienden en ese aspecto lo que es un populismo. La Iglesia latinoamericana tiene aspectos de sujeción ideológica en algunos casos. Los ha habido y los seguirá habiendo, porque eso es una limitación humana. Pero es una Iglesia que pudo y puede expresar cada vez mejor su piedad popular, por ejemplo, su religiosidad y su organización popular. Cuando vos encontrás que a las patronales del Milagro de Salta te bajan los Misachicos desde 3 mil metros, hay ahí una entidad religiosa que no es superstición, porque se sienten identificados con eso. La Iglesia latinoamericana ha crecido mucho en esto. Y también es una Iglesia que supo cultivar las periferias, porque la verdadera realidad se ve desde allí.

-¿Por qué la verdadera transformación viene de la periferia?

-Me llamó la atención una conferencia que escuché de Amelia Podetti, una filósofa que ya falleció, en la que dijo: "Europa vio el Universo cuando Magallanes llegó al Sur". O sea, desde la periferia más grande, se entendió a sí misma. La periferia nos hace entender el centro. Podrán estar de acuerdo o no, pero si vos querés saber lo que siente un pueblo, andá a la periferia. Las periferias existenciales, no sólo las sociales. Andá a los viejos jubilados, a los chicos, andá a los barrios, andá a las fábricas, a las universidades, andá donde se juega el día a día. Y ahí se muestra el pueblo. Los lugares donde el pueblo se puede expresar con mayor libertad. Para mí esto es clave. Una política desde el pueblo que no es populismo. Respetar los valores del pueblo, respetar el ritmo y la riqueza de un pueblo.

Con información de Télam