El ex primer ministro japonés Shinzo Abe, asesinado este sábado mientras participaba de un mitin partidario, batió un récord para la política del país de mantenerse en el poder durante 12 años, entre 2012 y 2020, a pesar de haber sido blanco de varios escándalos políticos y financieros.
El expremier, de 67 años, murió hoy atacado a balazos, casi dos años después de que problemas de salud lo obligaran a dejar el cargo. Nacido el 21 de septiembre de 1954 en Shinjuku, Tokio, tenía 52 años cuando asumió como primer ministro en 2006, convirtiéndose en la persona más joven en ocupar el cargo. Era considerado un símbolo de cambio y juventud, pero también aportaba el perfil de un político de tercera generación, preparado desde muy joven para ejercer el poder en el seno de una familia conservadora de élite, reseñó la agencia AFP.
Su primer período fue turbulento, acosado por escándalos y disputas, y terminó con su abrupta dimisión un año después. Inicialmente dijo que renunciaba por motivos políticos, pero luego admitió que sufría de un problema de salud, que luego fue diagnosticado como colitis ulcerosa. La condición requirió meses de tratamiento, y la superó gracias a un nuevo medicamento.
Se postuló nuevamente, y volvió a la jefatura de gobierno como un salvador en diciembre de 2012. Con ello puso fin a un período turbulento en el que los primeros ministros se sucedían a un ritmo de hasta uno por año. Golpeado por los efectos del tsunami en 2011 y el posterior desastre nuclear de Fukushima, Japón encontró en Abe una conducción confiable.
Abe se hizo conocer en el extranjero por su estrategia de reactivación económica, conocida como los "abenomics", lanzada a partir de 2012, en la que mezclaba flexibilización monetaria, masiva reactivación presupuestaria y reformas estructurales. Registró algunos logros, como un alza de la tasa de actividad de las mujeres y las personas de mayor edad. También recurrió de manera más importante a la inmigración para enfrentar la escasez de mano de obra.
Sin embargo, a falta de reformas realmente ambiciosas, este programa solo tuvo éxitos parciales, en la actualidad eclipsados por la crisis económica causada por la pandemia del coronavirus. Abe estuvo preparado desde muy joven para ejercer el poder, marcado por la historia familiar de dos generaciones de dirigentes políticos antes que él. Su gran ambición era revisar la Constitución pacifista japonesa de 1947, escrita bajo la influencia del ocupante estadounidense, y jamás enmendada.
En el escenario internacional, adoptó una línea dura con Corea del Norte y asumió un papel de pacificador entre Estados Unidos e Irán. Priorizó una relación personal cercana con el expresidente estadounidense Donald Trump para proteger la relación entre los dos países del nacionalismo de Trump, y buscó enmendar los vínculos con Rusia y China.
Durante mucho tiempo se aferró a la esperanza de mantener los Juegos Olímpicos de Tokio en el verano boreal de 2020, que iban a ser el punto culminante de su mandato, que finalmente pasaron para el año siguiente a causa de la pandemia.
Los resultados fueron mixtos: Trump insistió en obligar a Japón a pagar más por los soldados estadounidenses que hacen base en el país; no logró concretar un acuerdo con Rusia sobre las islas Kuriles, cuya soberanía ambas naciones se disputan, y lo mismo ocurrió con su plan de invitar al presidente chino, Xi Jinping, para una visita de Estado.
A menudo salpicado por escándalos que afectaron a su entorno, supo aprovechar acontecimientos externos -disparos de misiles norcoreanos, catástrofes naturales- para desviar la atención y presentarse como un jefe indispensable ante la adversidad. También se benefició de la falta de un rival de envergadura en el seno de su partido, el PLD, y de la fragilidad de la oposición, aún no recuperada de su desastroso paso por el poder entre 2009 y 2012.
Su popularidad declinó desde el inicio de la pandemia, ya que el accionar de su gobierno fue considerado demasiado lento y confuso.
Con información de Télam