A pocos días del aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, la beligerancia en Europa se acelera. No es una paradoja, ni una casualidad. Es quizás –como dijo Cristina Kirchner sobre Argentina- parte de un proceso circular que trae al presente un pasado terrorífico y supuestamente enterrado. En Europa, con centro en Ucrania, ese pasado que retorna es la lucha del nazismo por volver a imponerse y la batalla por eviarlo (y si fuera posible destruirlo).
Esta primera semana de mayo, cuatro atentados antirrusos implicaron una altísima provocación para el Kremlin. El más grave se produjo en la madrugada del miércoles 3. Los servicios especiales rusos derribaron dos drones teledirgidos contra la residencia del presidente Vladimir Putin en el Kremlin. Moscú lo calificó como “acto terrorista planificado y atentado contra la vida del presidente de la Federación Rusa” y anunció que “se arroga el derecho a tomar medidas de represalia”.
Ayer, sábado 6, explotó el vehículo en el que viaja el célebre escritor y político, Zajar Prilepin, cuando circulaba por la autopista de la región de Nizhni Nóvgorod. El chofer murió, Prilepin quedó herido y el auto destrozado. La bomba dejó un cráter de varios metros de diámetro. Prilepin es un conocido militante antiOTAN, defensor de la unión de las ex repúblicas soviéticas, militante desde 2014 por la autodeterminación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, que decidieron separarse de Ucrania y unirse a Rusia. En 2017 formó su propio batallón de voluntarios paramilitares, asumiendo el cargo de oficial político. Anteriormente, el 1 y 2 de mayo, dos atentados con explosivos en las vías del ferrocarril produjeron sendos descarrilamientos, sin víctimas, cerca de la frontera ruso-ucraniana.
Los ataques reflotaron una serie de interrogantes vinculados no sólo con la fragilidad de Rusia y su capacidad para controlar la seguridad sino, incluso, en relación a posibles enemigos internos que pudiera buscar el derrocamiento de Putin.
Los atentados no han cesado en los últimos meses. En abril, una bomba destruyó una confitería de San Petersburgo donde tomaba un café el popular bloguero Maxim Fomin, más conocido como Vladein Tatarski. El periodista era un conocido defensor de la Operación Militar Especial en Ucrania, decidida por Putin en febrero de 2022.
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El año pasado también hubo fuertes ataques. En octubre, un camión cargado de combustible estalló en el puente de Kerch que conecta la península de Crimea con Rusia. El puente había sido inaugurado con toda la pompa por Putin en 2018. Tres personas murieron y la estructura quedó temporalmente dañada.
En septiembre, estalló el importante gasoducto que comunicaba a Rusia con Alemania conocido como Nordstream 2. Según investigó el legendario periodista norteamericano Seymour Hersch (Premio Pulitzer 1970 por la cobertura de la masacre de My Lai en la guerra de Viertnam), el presidente Joseph Biden autorizó el sabotaje y fueron buzos de la Marina de Estados Unidos los que colocaron los explosivos.
En agosto, otra bomba de altísimo poder destruyó el auto donde viajaba la hija de Alexander Duguin, un filósofo y politólogo muy afin a Putin. En ese auto se suponía que iba a viajar él.
El desfile de la Victoria
Según el Kremlin, los últimos atentados de mayo tienen también como objetivo boicotear el desfile patriótico que Rusia realiza todos los 9 de mayo –desde aquel día memorable en que un soldado del Ejército Rojo plantara la bandera soviética en el Reichtag alemán-, para conmemorar el triunfo sobre el nazismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial. El desfile se hará de todas formas y Putin hablará en el acto como siempre, aseguró el Kremlin.
¿Por qué el boicot? En la última década, EEUU –seguida obedientemente por Europa- ha desplegado un doble operativo contra Rusia. Uno, más conocido, es el avance de las tropas de la OTAN hacia la frontera rusa (es decir, el incumplimiento de la promesa que la Casa Blanca le hiciera a Mijaíl Gorbachov, si éste retiraba –como lo hizo- las tropas del Ejército Rojo de Alemania). El segundo operativo es la batalla cultural en marcha que busca imponer la narrativa de Hollywood en relación a la Segunda Guerra Mundial, es decir, Hitler fue vencido por el llamado “Occidente”, ignorando el sacrificio ruso para derrotar al nazismo. La Unión Soviética sacrificó el 13,7% de su población (26 millones de personas) y, por la invasión de Hitler a su territorio, tuvo enormes pérdidas en agricultura y ganadería, el 20% de su capacidad industrial y más de 700.000 pueblos y ciudades arrasadas.
Luego del intento de magnicidio contra Putin, Rusia ha acusado a EEUU de terrorismo y ha prometido una respuesta. Las declaraciones explosivas de tres importantes dirigentes abren un panorama incierto. El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, afirmó: “Sabemos que las decisiones sobre los atentados no se toman en Kiev, sino en Washington. EEUU decide los objetivos y los medios y Kiev los ejecutan”.
EEUU rechazó cualquier vinculación con la intentona de la misma manera que negó –a pesar de las denuncias de Hersh- su complicidad con el atentado al gasoducto Nordstream 2.
Por otra parte, el ex presidente y actual viceministro del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvedev, quien representa el rol de duro entre los duros, propuso directamente una represalia extrema: “la eliminación física" del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.
Finalmente, María Zajárova, directora de prensa de la Cancillería, describió al gobierno ucraniano de Zelenski como una célula terrorista construida por EEUU: "Es un hecho, Washington y la OTAN han alimentado otra célula terrorista internacional: el régimen de Kiev. Osama bin Laden, el ISIS (también conocido como Estado Islámico de Irak y el Levante) y ahora Zelenski y sus matones. Esto es responsabilidad directa de EEUU y el Reino Unido", escribió en su cuenta de Telegram.
La semana que comienza será crucial. En un mundo inestable, con mutaciones gigantescas en la balanza de poder, con crisis económica y disconformidad social, estas nuevas provocaciones podrían avivar aún más la hoguera del odio.