El encuentro entre los presidentes de Argentina y Brasil se produjo a casi un año de la asunción de Alberto Fernández. A nadie se le escapa que Jair Bolsonaro apostó por la reelección de Mauricio Macri y que no vio con simpatía la visita de Fernández a Lula da Silva mientras estaba preso. Argentina y Brasil hoy representan las visiones contrapuestas de una América Latina en disputa entre dos grandes corrientes políticas.
A diferencia de América Central cuyo Sistema de Integración Centroamericana (SICA) existe desde 1991, o de la Unión Europea que tiene 27 miembros, las exacerbadas disputas políticas en América del Sur han afectado su funcionamiento; en especial por los derrocamientos de Fernando Lugo en Paraguay (2012), Dilma Rousseff en Brasil (2016) y Evo Morales en Bolivia (2019). Estos hechos y la existencia de una Venezuela chavista dificultan la convivencia regional.
Hay que recordar que el gobierno de Fernández nunca reconoció a Jeanine Añez como presidenta legítima de Bolivia y denunció el golpe de Estado contra Evo Morales. Bolsonaro, que tuvo una activa participación en la destitución de Dilma Rousseff reivindicando la dictadura militar brasileña, sí reconoció a Añez y nunca dejó de atacar a todos los gobiernos que tuvieran un tinte progresista.
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Si durante unos años la corriente progresista fue mayoritaria, una vez que se invirtió la ecuación los gobiernos de derecha con Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y Lenín Moreno dieron pasos acelerados para destruir la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), vista como un organismo creado por los gobiernos progresistas para afianzar posturas de izquierda. Moreno incluso desmanteló la sede que tenía el organismo al norte de Quito, en la “mitad del mundo”.
Está claro que las derechas latinoamericanas son incapaces de convivir con las fuerzas progresistas a pesar de tener un discurso que suele enaltecer los valores democráticos. Por el contrario, las fuerzas progresistas comprenden que la integración regional contempla visiones contrapuestas incluso en temas muy sensibles. En este sentido, el encuentro entre Fernández y Bolsonaro es un paso para limar asperezas, sabiendo, por supuesto, que hay temas importantes que los separan.
El gran desafío es poder trabajar de manera conjunta en aquellos temas comunes -que no son pocos- sin ocultar las diferencias, para integrar la región, una necesidad impostergable.