Bastaron solo ocho minutos para que el presidente Vladimir Putin advirtiera a Estados Unidos y al mundo que no está dispuesto a tolerar ningún tipo de agresión contra Rusia como la lanzada esta semana por Ucrania con la ayuda de Occidente y, advirtió que, en caso de escalada bélica, la respuesta será “con la misma determinación y de forma recíproca”.
“Es EEUU quien, al mantenerse aferrado a su hegemonía, está empujando al mundo hacia un conflicto global. No es Rusia, es EEUU el que está destruyendo el sistema de seguridad internacional”, dijo Putin en su discurso por televisión, el pasado jueves 21, dirigido a “las Fuerzas Armadas rusas, a los conciudadanos y al mundo”.
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La situación global ha entrado en una fase altamente peligrosa. El presidente Joseph Biden, opacado en el tramo final de su mandato, blanqueó el lunes pasado que el conflicto bélico es, en realidad, un enfrentamiento entre la OTAN (o sea EEUU) y Rusia. Lo hizo autorizando el uso de cohetes británicos y estadounidenses de mediano y largo alcance contra el territorio ruso por parte de las tropas ucranianas, armas que las fuerzas de Ucrania no saben operar por lo que requieren de la asistencia directa de los anglosajones.
¿Por qué Biden decide cruzar esta temeraria línea roja cuando faltaban apenas dos meses para abandonar la Casa Blanca? ¿Piensa acaso en su legado o en garantizarse -aunque sea repudiable- algún lugar en la Historia? ¿Quiénes son los que, aprovechando la senilidad del presidente, buscan escalar y prolongar la guerra? El tema tiene varias aristas.
En la visión de Jeffrey Sachs, el conocido economista de Harvard, el establishment demócrata se ha quedado en el tiempo y le cuesta aceptar la nueva realidad de su país. “Biden sigue viviendo en el pasado, en el ‘momento unipolar’ y la élite política estadounidense está convencida de que Washington mantiene el dominio político y militar global. La política exterior, incluso en relación con Rusia, China y los países de Medio Oriente, se basa en el convencimiento de su propia excepcionalidad, algo que es, por supuesto, erróneo. Estados Unidos es ciertamente una potencia poderosa, pero ya no es una potencia hegemónica”.
La imprudente decisión de la administración demócrata apunta a dos objetivos: provocar al Kremlin y, a nivel doméstico, dejarle la cancha embarrada al próximo presidente, el republicano Donald Trump, quien había anunciado, durante la campaña proselitista, que pondría fin a la guerra ni bien llegara a la Casa Blanca.
Esa medida -muy bien recibida por el electorado norteamericano que está harto de que sus impuestos vayan a parar la guerra- implica, según dijo el mismo Trump, suspender los multimillonarios paquetes de asistencia militar que los demócratas proporcionaban al gobierno ucraniano de Vlodomir Zelensky. Poner fin a la guerra significa, por lo tanto, estropearle el negocio a muchos, entre otros, al llamado “complejo industrial militar”.
El presidente electo sabe muy bien a quiénes enfrenta y lo hizo público a través de su hijo Donald Trump Jr. quien escribió en su cuenta X: “El complejo industrial militar parece querer asegurarse de que comience la Tercera Guerra Mundial antes de que mi padre tenga la oportunidad de alcanzar la paz y salvar vidas”.
En cuanto al Kremlin, la respuesta no se hizo esperar y elevó tanto el nivel bélico como la retórica guerrera. En primer lugar, puso en vigor su nueva doctrina nuclear anunciada previamente en septiembre. Moscú se reserva el derecho de una respuesta nuclear si se produce 1) un ataque por parte de un Estado sin armas nucleares, pero con el apoyo de otro que sí las tiene sería considerado por el Kremlin como un ataque conjunto, 2) si ese país es miembro de una alianza, Rusia interpretará el ataque como el de la alianza en su conjunto y 3) estos criterios son válidos también en caso de que sea atacada la aliada Bielorrusia.
El 21 de noviembre, como respuesta a los ataques ucraniano-estadounidenses con misiles ATACMS; Storm Shadow entregado por el Reino Unido y seis misiles HIMARS de fabricación norteamericana en la zona rusa de Bryansk, las fuerzas del Kremlin dispararon un nuevo misil hipersónico Oréshnik (avellano en ruso), sin carga nuclear, que impactó en Dnipro, en el centro de Ucrania, en un importante complejo de fabricación de armas e infraestructura militar.
Según el comandante de las Tropas de Misiles de Designación Estratégica, Serguéi Karakáyev, es un arma de última generación “que puede impactar con precisión y gran velocidad en cualquier blanco de Europa”. Por el momento, según explicó Putin en su discurso televisivo “No hay arma que lo contrarreste. EEUU no logra aún interceptar estos misiles”.
Sin embargo, hay que considerar que la escalada rusa no fue todo lo dura que podría haber sido. Es probable que Putin esté queriendo, por ahora, ser más duro en el discurso que en el campo de batalla. Exhibe músculo; demuestra que es capaz de usar toda la fuerza necesaria, pero al mismo tiempo busca navegar lo mejor posible estos dos meses tormentosos de gobierno demócrata y esperar a ver si Trump cumple con la promesa de una salida más racional.
Durante su discurso al país y al mundo, Putin historizó el conflicto: “Creemos que EEUU cometió un error al romper unilateralmente, en 2019, bajo un pretexto inventado, el tratado de eliminación de misiles de corto y mediano alcance”. Y de inmediato denunció: “Hoy día EEUU no solo produce esas armas sino que está preparando sus tropas y están trabajando en el traslado de sus misiles avanzados a diferentes regiones del mundo incluyendo a Europa y Asia Pacífico”.
Finalmente, el presidente ruso lanzó una severa advertencia a Washington: “Nuestro despliegue será decidido según las acciones de EEUU y sus satélites (Putin siempre llama “satélites” a los europeos) en base a las amenazas contrala Federación Rusa. Recomiendo que esto sea tomado en serio por sus élites gubernamentales”