Este 11 de marzo, el sol sale por el Oeste. Todos los ojos de América latina están puestos en el gobernante más joven del mundo y de la historia chilena, Gabriel Boric, de 36 años, oriundo del extremo sur del continente, de Punta Arenas.
Es el primer presidente nacido después del criminal golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Fue un activo militante durante las protestas estudiantiles de 2011 y referente fundamental en la rebeldía popular que estalló en octubre de 2018. Este proceso insurreccional, que aún vibra en el aire de Chile, fue la cuna de su candidatura al Palacio de La Moneda y de otro hecho histórico: la convocatoria para que la ciudadanía decidiera si quiere o no dejar atrás para siempre la Constitución neoliberal del dictador Augusto Pinochet.
Excelente orador y político carismático, Gabriel Boric ha abandonado su melena estudiantil de Mayo Francés y ha adoptado -tanto en el discurso como en la apariencia- un estilo mucho más moderado.
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Sabe decir frases conmovedoras, pero ¿podrá/querrá cumplirlas? “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo también será su tumba”, prometió. Aludía al ensayo que los “Chicago´s Boys”-seguidores del economista norteamericano ultraliberal Milton Friedman- impusieron al pueblo chileno durante la dictadura pinochetista. El nombramiento de Mario Marcel, un ortodoxo de la economía de mercado, como ministro de Hacienda nos permite poner en duda el cumplimiento de esa promesa.
Los desafíos de Boric son muchos y muy complejos. Su pueblo exige un sistema de salud que no discrimine entre ricos y pobres; una educación gratuita y de calidad; el fin de las jubilaciones privadas (AFP); el control estatal de los recursos estratégicos como el agua (su privatización es un caso único en el mundo), entre otras medidas. En una palabra, enterrar para siempre el pinochetismo.
Pero su tarea está plagada de escollos. En primer término, la batalla cultural del neoliberalismo ha sido exitosa y penetrado profundo en el pueblo chileno y, por otra parte, una franja muy poderosa y no menor de la población sigue apoyando el modelo de Pinochet.
El segundo escollo es no tener mayoría legislativa en un Congreso muy fragmentado como resultó ser el elegido el año pasado. Hay 22 bancadas, con ideologías diversas, compuestas por una o dos decenas de legisladores cada una. Boric y su coalición de izquierda Apruebo Dignidad deberán negociar, con esa veintena de grupos, la aprobación de cada uno de sus proyectos, lo que implicará un considerable desgaste. Por otro lado, la derecha conserva una importante cuota de poder. En el Senado, aunque sin quorum propio, es la fuerza mayoritaria. En Diputados, el número mágico para aprobar cualquier medida es 78: el oficialismo y sus aliados de la ex Concertación (sin la Democracia Cristiana) cuentan con 74 mientras la derecha tiene 68 de un total de 155 bancas.
Algunos expertos consideran que el objetivo de Boric al armar un gabinete tan variopinto tiene como fin ampliar el juego político y poder superar ese obstáculo. Su equipo, se sabe, es mayoritariamente paritario, joven y afín a la Asamblea Constituyente en curso. Incluye figuras de peso simbólico como Maya Fernández (la nieta de Salvador Allende, el presidente de izquierda derrocado por Pinochet) como ministra de Defensa. Pero en su afán de hacer equilibrios también nombró a personas controvertidas como Antonia Urrejola, ex consejera de Luis Almagro (actual secretario general de la OEA y facilitador del golpe de Estado contra Evo Morales), como cancillera.
La política exterior de Boric está claramente alineada con Washington: ha mantenido silencio con respecto a las violaciones de la OTAN y criticado sólo a Rusia durante los episodios bélicos en Ucrania. También se ha manifestado contra los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. El Departamento de Estado, no obstante, está variando su posición y, al parecer, ha emprendido el deshielo con Caracas. ¿Qué hará el nuevo gobierno de Chile?
Finalmente, uno de los grandes desafíos de la “era Boric” será que el pueblo chileno refrende la nueva Constitución. En octubre de 2020, la ciudadanía movilizada votó a favor de una Convención Constitucional, organismo que ya ha marcado los nuevos tiempos de Chile, caracterizándolo como un “Estado regional, plurinacional e intercultural, conformado por entidades territoriales autónomas, en un marco de equidad y solidaridad entre todas ellas”.
En pocos meses la nueva Carta Magna deberá estar terminada. Se someterá a la aprobación popular, en la segunda parte de 2022, con el llamado “plebiscito de salida”. Este referendum será obligatorio en un país donde, desde 2012, el voto es optativo y voluntario.
Antes de morir Salvador Allende auguró que se abrirían las “grandes alamedas” de un mundo nuevo con justicia social para Chile. Ojalá Boric, joven y dinámico sea quien tienda la mano para concretar ese sueño.