Un condenado y 51 cómplices por los abusos a Gisèle: terminó el juicio que estremeció a los feminismos del mundo

El juicio, que comenzó en septiembre de 2024, fue rápidamente calificado como extraordinario. No solo por la gravedad de los hechos, sino también por la magnitud del dispositivo judicial. Este proceso dejó al descubierto lo que las feministas han denunciado durante años.

19 de diciembre, 2024 | 19.19

Los jurados emitieron este jueves el veredicto sobre los múltiples abusos a los que fue sometida la francesa Gisèle Pelicot: los 51 coacusados fueron declarados culpables y condenados a penas de entre 3 y 20 años de prisión, tras un proceso judicial de casi tres meses con repercusión internacional, que llegó a transformar a la mujer en un símbolo contra la violencia machista, según los propios movimientos feministas de ese país. 

Todo comenzó con la detención de Dominique Pelicot en un supermercado del sur de Francia. Estaba filmando por debajo de la falda de una clienta cuando fue identificado por un agente de seguridad. Sin embargo, el caso tomó otro rumbo cuando, durante su detención, se encontraron en su teléfono 20.000 fotos y videos de su esposa, Gisèle Pelicot. En las imágenes se veía a su mujer inconsciente, totalmente inerte, siendo violada por distintos hombres en cada ocasión. La investigación duró más de tres años. En total, se documentaron 200 violaciones ocurridas entre 2011 y 2020, en las que habrían participado al menos 80 personas.

El juicio, que comenzó en septiembre de 2024, fue rápidamente calificado como extraordinario. No solo por la gravedad de los hechos, sino también por la magnitud del dispositivo judicial. 51 personas se sentaron en el banquillo de los acusados. En el centro del caso estaba Dominique Pelicot, marido y verdugo, quien entre 2011 y 2020 utilizó sustancias químicas para someter a su esposa y contactó a desconocidos a través de redes sociales para cometer los abusos. Además, fue la decisión de Gisèle Pelicot de hacer público el juicio lo que amplificó la dimensión del caso. Un gesto político, según sus propias palabras: “La vergüenza debe cambiar de lado. No expreso mi ira ni mi odio, sino una determinación de cambiar la sociedad”, declaró al tribunal para justificar su elección.

El juicio fue particularmente difícil para la víctima. Primero, por la decisión de proyectar los videos de las violaciones, y luego por la negación, la descalificación y los ataques de la defensa. Aunque no podían negar su participación, la mayoría de los acusados basaron sus argumentos en un machismo descarado: “El hecho de que él [Dominique Pelicot] estuviera presente implicaba su consentimiento”; “Si hubiera querido violar, no habría elegido a una mujer de 57 años, habría buscado a una linda”; o incluso: “Lo que vi al entrar en la habitación fue a una señora cansada, con una lencería algo vieja. Nada sexy, ¡la verdad!”. Esta visión de las mujeres como simples objetos, propiedad de sus maridos y disponibles a voluntad, también fue reforzada por los abogados defensores, quienes llegaron a afirmar absurdos como: “La testosterona es la hormona del deseo, y los hombres tienen mucho más que las mujeres”. A esto se sumaron ataques personales hacia Gisèle Pelicot, insinuando un supuesto interés por el libertinaje o poniendo en duda su inconsciencia durante las violaciones. Y finalmente, la acusación de que las feministas estaban utilizando el juicio, calificadas de "histéricas", comparadas con "parásitos" por los abogados.

Sin embargo, este proceso dejó al descubierto lo que las feministas han denunciado durante años: las raíces estructurales de la violencia patriarcal y cuán profundamente están arraigadas en las prácticas y mentalidades. Recordó al mundo, en continuidad con el movimiento #MeToo, que no existe un perfil único del violador. Los 51 acusados tienen entre 27 y 74 años, provienen de todas las clases sociales y orígenes, y no se ajustan a la imagen de “monstruo” frecuentemente asociada al violador. Esta imagen de “monstruo” lleva a muchos hombres a decir “no todos los hombres”. La abogada Lorraine Questiaux  defendió esta idea, subrayando que una violación “traduce una relación de dominación material de los hombres sobre las mujeres, legitimada por una cultura y por creencias falsas, como esta imagen del violador monstruoso que sería un desviado”. Precisamente, esta cultura de la violación, definida por ONU Mujeres como “el entorno social que permite normalizar y justificar la violencia sexual, alimentado por las desigualdades persistentes entre los géneros y las actitudes hacia ellos”, es señalada por sociólogos y militantes feministas. A través de las representaciones, la educación y los modelos, los hombres construyen una imagen de la mujer como alguien necesariamente disponible, cuyo cuerpo ya no le pertenece.

El juicio también puso sobre la mesa el rol de la ley y, en particular, la noción de consentimiento. En el caso de Pelicot, las pruebas permitieron una condena, pero no ocurre lo mismo en la mayoría de los casos de violencia sexual. Según una encuesta del INDEC de 2021, en Argentina, solo el 20% de las víctimas de violencia sexual denuncia los hechos a las autoridades. Estas cifras alarmantes reflejan la profunda desconfianza hacia el sistema judicial y la falta de apoyo institucional.

La situación se ha agravado con los recortes presupuestarios del gobierno de Javier Milei, que “no solo ponen en riesgo la vida de mujeres, niñas, adolescentes y diversidades, sino que perpetúan la discriminación estructural por razones de género y vulneran los compromisos internacionales asumidos por el Estado argentino en la materia”, afirmó Mayca Balaguer, de la Fundación para el Desarrollo de Políticas Sostenibles (FUNDEPS).