América Latina se encuentra en un momento único y difícil de su historia. A nivel internacional, está intentando -en gran parte- asumir una posición no alineada en un mundo cada vez más polarizado entre una China que ofrece las millonarias inversiones y ayuda directa que muchos de los países endeudados y subdesarrollados necesitan, y un Estados Unidos que perdió su encanto comercial, pero mantiene su garrote e influencia política. A nivel nacional, en tanto, sus jóvenes democracias se ven amenazadas por una extrema derecha en avanzada que trajo de nuevo a los militares al centro de la escena electoral, en algunos casos, y del debate de seguridad, en otros; presiona para desandar las conquistas de derechos sociales y humanos, normaliza los discursos xenófobos, homofóbicos y racistas; y hasta a veces ataca la credibilidad del fundamento mínimo de las democracias formales: el sistema electoral.
Esta semana, el CELS invitó a Buenos Aires a los profesores brasileños Mónica Herz y Andrea Ribeiro Hoffmann, de la Universidad Católica (PUC) de Río de Janeiro; Flavia de Campos Mello de la PUC de San Pablo y el investigador Giancarlo Summa, de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París para hablar de sus investigaciones sobre el avance de la extrema derecha en su país, un caso emblema en la región tras el Gobierno de Jair Bolsonaro, y cómo fuerzas similares del resto del mundo, especialmente occidental, se organizan y coordinan. El Destape charló con los cuatro fundadores del proyecto Multilateralismo y Derecha Radical en America Latina (Mudral) sobre el escenario latinoamericano actual, lo que significó la llegada de la segunda ola de Gobiernos progresistas o de centro-izquierda y el peligro de que ésta no cumpla con las expectativas que creó, y la responsabilidad de la derecha tradicional y democrática en la construcción de una sociedad cada vez más privatizada, sin espacios colectivos laicos, en donde intercambiar ideas progresistas que comiencen a disputar el discurso moral y los valores que hace tiempo vienen trabajando la extrema derecha.
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"Lo importante es comprender cómo esas personas, que no son democráticas, que no defienden la democracia liberal, se ven como representantes de crecientes sectores sociales, que dicen: ‘Me representan, entonces lo que digan es democrático’. Las complejas instituciones del sistema democrático ya no importan, lo que importa es la representación. Esas personas son autoritarias, pero representan mis intereses, mi familia, mis valores", explicó Herz sobre los dirigentes de la extrema derecha, mientras De Campos Mello agregó: "Se apropian de la idea de la democracia para decir que la izquierda no es democrática, que quieren imponer la agenda de género, de las instituciones internacionales. Hay una apropiación de la idea de la democracia, de una posverdad, y se invierte la idea de democracia."
Summa puso como ejemplo el foco que la derecha y la extrema derecha suele poner en la situación política y las denuncias de violaciones a los derechos humanos y represión política Cuba, Venezuela y Nicaragua. "La misma derecha que reduce o está en contra de los derechos acusa a la izquierda de ser autoritaria por querer imponer la agenda de género, el matrimonio igualitario y, además, ponen como ejemplo lo que pasa en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Ahí hay un problemazo de la izquierda latinoamericana que no logra hablar del tema democrático en nombre del anti imperialismo para condenar, siquiera, a Nicaragua. Porque sobre Cuba y Venezuela se puede hablar aunque con algunas complicaciones, pero no de Nicaragua, que es hoy probablemente el Gobierno más autoritario de América Latina", aseguró.
Para De Campos Mello es importante entender que esto no es una coyuntura, sino un proceso en desarrollo: "La ola es gigantesca y no desaparecerá. Han venido para quedarse con todas sus agendas."
La construcción de la base popular
La razón por la que la extrema derecha puede empezar a jugar la carta democrática con más fuerza es que tiene un creciente apoyo popular para sostenerlo y ganar cargos en las urnas y espacios en los grupos de poder, incluso los más tradicionales. Los ejemplos sobran en el mundo y también en Sudamérica.
En Brasil, Bolsonaro gobernó durante cuatro años y hoy su apoyo y aliados mantienen una cuota de poder importante y condicionan las chances de Lula de cumplir con sus promesas. En Argentina, Javier Milei sacó 17% en la capital federal en 2021, las encuestas ahora le dan entre 18 y 23 puntos porcentuales para las presidenciales y su discurso fue apropiado por un sector de la derecha tradicional de Juntos por el Cambio, que también parece crecer en los sondeos de la mano de Patricia Bullrich de cara a las internas. En Uruguay, el partido pro militares y apologista de la dictadura Cabildo Abierto es parte de la coalición de Gobierno de Luis Lacalle Pou, mientras que en Bolivia, hace apenas tres años, un sector radicalizado ingresó al palacio presidencial con una biblia y los militares y se mantuvieron en el poder durante un año.
En Chile, José Antonio Kast y su Partido Republicano llegó al balotaje presidencial hace menos de un año y, aunque perdió por menos de 10 puntos, hoy la fuerza dirige el órgano que redacta la nueva Constitución por tener la bancada más grande. Finalmente en Perú, Rafael López Aliaga, un fiel defensor de Vox en España, fue electo alcalde de Lima, mientras los sectores populares y la izquierda movilizada denunciaban la creciente estigmatización y represión por parte de los sectores más radicales de la derecha.
Representación directa
Las estrategias para construir estas bases populares son varias y muchas veces cuentan con la ayuda, consciente o inconsciente de las fuerzas tradicionales democráticas. Primero, la construcción de esa representación directa. "Hay que pensar que las poblaciones locales, sus identidades colectivas muchas veces son organizadas y defendidas por actores religiosos de la derecha y la extrema derecha. Hay que pensar también en términos de la subjetividad colectiva, del debate cultural y moral de lo que es la familia, los derechos reproductivos. En ese campo estamos en una situación muy difícil de construcción de coalición. En Brasil, es impresionante. La mitad de la población percibe a la izquierda como una amenaza a su familia", explicó Herz.
"Todas las políticas progresistas de inclusión de la izquierda o mismo de la derecha nacional e internacional son leídas como una amenaza a la libertad del individuo y de la familia. Es una vida completamente limitada a la vida de la familia y de la iglesia. Las personas no tienen experiencias de otra vida social, comunitaria, de solidaridad…por ejemplo, cuando se habla de los miembros del Movimiento Sin Tierra (MST), se ve que tienen una experiencia de vida completamente distinta pero son una minoría", agregó.
Ribeiro Hoffman coincidió y advirtió que esta construcción no será fácil de disputar, especialmente desde el Estado: "Ahora es importante un cierto diálogo intercultural religioso, no para despolitizar, pero sí al menos para intentar separar esta visión que tiene a Bolsonaro como líder de ese movimiento o a otros líderes muy activos como su esposa o la ministra de Derechos Humanos, que fue central en esta política conservadora basada en ‘lo moral’. En resumen, esto sigue existiendo y es difícil controlarlo desde el Estado".
Políticas económicas liberales
Esta privatización de la vida de los ciudadanos se complementa con un avance de un modelo económico liberal para el cual, los politólogos advierten, el progresismo y las izquierdas no logran imponer una alternativa. Para Summa esto se puede ver tanto en Argentina como en Brasil con "la desindustrialización y el fin de los sindicatos obreros".
"El Brasil de hoy es estructuralmente diferente en lo social al Brasil en el que Lula emergió como líder sindical e, incluso, en el que Lula fue electo por primera vez en 2002. La industria representa el 10% del PBI en Brasil hoy. Ya no es el gran país industrial que fue y los sindicatos también son una sombra de lo que fueron. Igual que acá (Argentina). Por la precarización de los trabajadores, la uberización y el aislamiento de cada uno de los servicios los sindicatos no logran tener ni capacidad de movilización ni capacidad de diálogo porque ya casi no tienen bases. ¿Cómo discutir, formar opinión progresista en una sociedad donde casi todo está privatizado? No hay espacios de congregación públicos, de discusión", alertó.
Y Herz sumó: "Las agendas liberales crean, producen esa parte de la población de la que venimos hablando: privatizada, precarizada, sin derechos, que no tienen experiencias de movimientos sociales. Crean la base social para la extrema derecha. Las políticas económicas extremadamente liberales son también parte del proceso de genealogía de la extrema derecha".
Debate político
Para muchos las redes sociales sustituyeron los espacios públicos de discusión política y social. Allí es donde hoy los ciudadanos pueden discutir, compartir, pelear casi sin límites. Sin embargo, Ribeiro Hoffmann advirtió que esta ilusión no es cierta: "Las redes sociales funcionan con una lógica muy diferente porque no hay realmente un espacio común político donde todos participan, sino espacios segmentados políticos. En ellos, es difícil alcanzar, una vez que se construye una cierta visión del mundo, un intercambio verdadero. No se desafían las visiones porque son espacios muy segmentados".
Para Herz, la derecha tradicional alimenta este proceso no solo con sus programas económicos liberales que construyen una sociedad cada vez más privatizada, sino también "normalizando la agenda de la extrema derecha tanto porque se suman a coaliciones o simplemente por la incorporación del discurso por actores que son de derecha que no hacen parte del discurso antidemocracia". "Tenemos que mirar cómo esas agendas migran a espacios políticos de derecha más tradicional", sostuvo y Summa agregó dio describió esta agenda: "Es contra los derechos reproductivos, el feminismo, los derechos LGBT, defensores del medio ambiente, comunidades indígenas y todos los sectores que ven y describen como una amenaza. Crearon una visión de la sociedad en la que las únicas ‘personas de bien’ son los que tienen su agenda de familia, propiedad, religión, orden."
La segunda ola progresista: expectativas y peligros
Una de las principales preocupaciones de quienes están investigando el avance de la extrema derecha en la región es que los liderazgos democráticos progresistas, de izquierda o centro-izquierda -especialmente aquellos en el poder- no están tomando medidas concretas y urgentes para frenarlo.
Herz pone como ejemplo Brasil. "No veo a la izquierda en Brasil -quizás en los países andinos es distinto- preocupada en organizar a la población. Porque la izquierda también está colonizada por esta lógica privatista según la que lo que importa es mi familia. Al final de la guerra mundial, los ingleses aplicaron una política socialdemócrata y crearon centros comunitarios en todo el país, donde las personas podían hacer cosas juntos. No era necesariamente algo político, sino un espacio colectivo laico. Nosotros no tenemos espacios colectivos laicos, con algunas excepciones como en las favelas que hay algunos movimientos, o el MST", alertó.
Sin trabajo de base visible y con toda la apuesta puesta a la construcción política de arriba para abajo, este grupo de politólogos teme que las enormes expectativas depositadas en esta segunda ola rosa, como la llaman, de gobiernos progresistas o de centro-izquierda en la región pueda terminar con una mayor desilusión que alimente aún más a la extrema derecha, especialmente dado que los actuales de Gobiernos de Lula, Alberto, Arce o Boric se enfrentan a contextos nacionales mucho más conservadores y reactivos que sus antecesores de la primera ola rosa, y un escenario global mucho menos atractivo en lo económico y más belicoso en lo político.
"El regreso de Lula fue un regreso más complejo de lo que parece. Los que lo eligieron fueron, por una parte, los simpatizantes de Lula, que son minoritarios hoy en Brasil. La otra parte son personas que nunca antes lo habían votado o alguna vez en el pasado, pero hace mucho tiempo, y que lo votaron porque era la única alternativa para sacar a Bolsonaro. Una suerte de frente amplio democrático", explicó Summa quien participó de la comunicación de las campañas presidenciales de Lula en 2002 y 2006. "Pero además de la cuestión democrática, está lo material. Las encuestas dicen que la gran masa de sus electores fueron los más pobres. Por eso, si la vida de estos sectores no mejora en los próximos años, no está garantizado que vuelvan a votar por Lula o por el candidato candidata que apoye en 2026", alertó.
Un mundo también en disputa
Para Summa, "con todas sus limitaciones, América Latina es la región del mundo donde hoy hay una izquierda más estructural, más fuerte electoralmente, en términos de representación y con movimientos sociales muy fuertes". "Por eso, aún hay disputa", explicó pero advirtió "hay que disputar ahora porque sino la cosa también puede empeorar muy fácilmente".
La lucha es tanto política como económica y tanto nacional como internacional. Mientras esta disputa se da en el corazón de los países de la región, a nivel global América Latina quedó en el centro de la pulseada entre Estados Unidos y China, y, por primera vez en su historia, muchos de los Estados sudamericanos están intentando asumir una posición no alineada en un mundo cada vez más polarizado.
"Las consecuencias para el proceso político de cada uno de nuestros países tienen varias dimensiones económicas, democráticas, ambientales, entre otras. Por ejemplo, en la dimensión ambiental. La propuesta china tiende a apostar al proyecto extractivista en América Latina. En paralelo, está la dimensión democrática: es un país autoritario y eso está muy claro en el dilema que tiene Lula sobre cómo se relaciona con los Gobiernos autoritarios - como Rusia también- y al mismo tiempo recibe el apoyo del Gobierno de (Joe) Biden en la crisis que vivimos en enero", describió Herz y Summa agregó que en "Estados Unidos fue muy contundente en su mensaje a los grandes empresarios y sectores económicos, pero también a los políticos, militares y servicios de inteligencia, de que no aceptaría un quiebre del orden constitucional, es decir, le dijeron no al golpe".
"Para los generales brasileños, la posición del Gobierno de Estados Unidos fue absolutamente crucial", ratificó Herz.
La disputa entre China y Estados Unidos también juega en el corazón del discurso de la extrema derecha, aunque en la última década y, especialmente con la pandemia, empezó a entrar en una incómoda contradicción. "En Estados Unidos y países europeos cambiaron hacia un llamado neokeynesianismo, en el que el rol del Estado se fortaleció, incluso salvando a los bancos. Pero en América Latina, la propuesta de la extrema derecha sigue pidiendo un rol muy pequeño del Estado. Es una peculiaridad y creo que por eso hoy Lula tiene como objetivo revertir esto y tiene una propuesta de reindustrialización", aseguró Ribeiro Hoffmann.
"Pero hay propuestas neoliberales y propuestas de desarrollo y reindustrialización dentro de la coalición de Lula", alertó la politóloga y agregó que incluso en este momento "las bases económicas hoy en Brasil no siguen" una lógica reindustrializadora. Puso como ejemplo los esfuerzos del presidente brasileño de reunificar a la región detrás de un proyecto de integración financiado por bancos de desarrollo como el local Bndes e internacionales como el BID o el BM.
"Lula mantiene su diplomacia presidencial. En la cumbre en Iguazú, toda la recepción que hizo a Maduro fue un gesto muy cierto de que quiere reunificar a la región. Pero esta propuesta de reindustrialización incluye a sectores muy pequeños. La base económica que existe son agroexportadores a los que no les interesa la integración", explicó y Herz sumó: "Habrá más espacio para la discusión del multilateralismo regional con el liderazgo de Lula, pero como siempre con baja disposición para inversiones institucionales más fuertes".