Después de la salvaje toma de Brasilia, el pasado 8 de enero, no quedan dudas de que un nuevo plan –sea Cóndor o no- está asolando Sudamérica. Colombia, Perú, Argentina, Bolivia, Brasil…las constantes operaciones de desestabilización política e, incluso, los frecuentes intentos de magnicidios ya no son sólo destituyentes sino que, como alertó con preocupación el presidente colombiano Gustavo Petro, buscan terminar con el pacto democrático que, desde los años 80, adoptamos en la región. ¿Cuál son los objetivos? ¿Qué grupos y qué intereses locales e internacionales están detrás?
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Quien no quiera ver que detrás de los últimos intentos de magnicidio contra jefes de Estado en funciones -¡cinco en cinco años!- hay una conjura violenta para extirpar los procesos democráticos progresistas, está políticamente ciego.
En 2018, dos bombas instaladas en drones suicidas intentaron asesinar a Nicolás Maduro.
En 2019, el avión mexicano en el que se encontraban Evo Morales y Alvaro García Linera la noche del golpe de Estado en Bolivia fue bombardeado al despegar. Por la trayectoria de los misiles, el piloto mexicano estimó que el fuego venía del aeropuerto de Cochabamba y atestiguó que, mientras estaban en tierra, un lanzacohetes RPG los apuntaba constantemente. El relato del piloto mexicano aparece en los documentos oficiales y en el libro “A la mitad del camino” escrito por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
“Durante el ascenso inicial, el piloto alcanzó a observar desde el lado izquierdo de la cabina de mando, y cuando casi alcanzaba los 1.500 pies sobre el terreno, una estela luminosa similar a la característica de un cohete en la posición de las siete (atrás a la izquierda de la trayectoria del avión) por debajo del horizonte”, dice el texto. “El piloto efectuó un viraje ceñido hacia el lado contrario de la trayectoria del proyectil (lado derecho) incrementando el régimen de ascenso para evitar el impacto, observando que la traza, muy por debajo de la aeronave, efectuaba una parábola hacia el terreno sin haber alcanzado la altura que en ese momento ya tenían, aproximadamente a 3 mil pies sobre el terreno”. Morales había sufrido otro atentado fallido pocos días antes, el 4 de noviembre de 2019. Después de Fidel Castro y Hugo Chávez, probablemente sea Evo el líder que mayor cantidad de intentos de asesinato sufrió.
En la lista hay que sumar, en 2022 y lo poco que lleva el 2023, dos femimagnicidios: uno contra la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner (cuya casi nula investigación y punición es también parte de la conjura), y otro contra la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez.
Un listado similar puede hacerse de la amplia gama de tácticas – que en muchos casos adoptan el formato de las revoluciones de colores- que van desde gestos antidemocráticos (y de extrema grosería) como no dar o recibir la banda presidencial -como hizo Jair Bolsonaro al huir a Miami antes de la asunción de Lula o, mucho peor aún, como hizo Mauricio Macri, quien retorció la legislación vigente, se burló del pueblo y nombró un presidente interino por unas horas con tal de no recibir los máximos símbolos de Presidencia de manos de Cristina Kirchner- hasta operaciones de lawfare; manifestaciones violentas de grupos neofascistas; promoción de los discursos de odio, etc.
En cuanto a la actitud de Bolsonaro, el tema fue ampliamente criticado por la prensa local e internacional, pero en el caso argentino no hubo una repercusión acorde a la gravedad del gesto autoritario de Macri, algo que, de alguna manera, anticipaba no sólo otras conductas antidemocráticas, sino el silencio de la prensa y gran parte de la dirigencia política frente al avance de la violencia (bolsas mortuorias en la Casa Rosada, piedrazos a la oficina de CFK en el Senado; hasta el intento de magnicidio).
El brillante sociólogo portugués, Boaventura de Souza Santos, lanza una seria advertencia en una entrevista para la agencia Telam. “Hay una extrema derecha antidemocrática, fascista, que está intentando bloquear a todos los gobiernos populares que no sean de derecha dentro del continente. La democracia tiene que prepararse para entrar en un período en el que debe defenderse”.
Aunque su análisis se centra en el golpe fallido del domingo pasado contra Lula, previene que el fenómeno excede nuestra región porque, para entenderlo cabalmente, debe enmarcarse en el gran proceso de cambio y transformación hegemónico que vive el mundo. “El problema de la extrema derecha es global y tiene un perfil particular en cada país. Argentina lo sabe, Chile lo sabe, Colombia lo sabe. Brasil es un país muy grande y tiene un perfil especial, pero hay que entender que el bolsonarismo no depende de Bolsonaro. Él puede terminar preso, pero eso no va a significar mucho”.
En esta etapa, analiza Boaventura, “ya no se estila poner en marcha golpes de Estado, sino que la extrema derecha se dedica a boicotear, desde dentro, a las democracias. Y lo hace de varias maneras, por ejemplo, financiando y creando partidos políticos. El bolsonarismo es un partido que está en el Parlamento, además de otros de derecha”. El sociólogo agrega que además de los grupos ultraderechistas hay “una intervención brutal” de empresas como Cambridge Analytica (que operó para el triunfo de Macri en 2015) y el “think tank Atlas Network”, financiado por el Departamento de Estado y agencias implicadas en varios golpes de Estado como la NED (National Endowment for Democracy) de Estados Unidos.
El entrecruzamiento de intereses locales e internacionales es sólo una parte de la complejidad de estos nuevos procesos. A los sectores de poder que quiere terminar con el progresismo y con la democracia les repugna la llegada de obreros o indios a la presidencia; las políticas distributivas; la vigilancia estatal de los recursos naturales como el litio; la defensa de la multipolaridad; la preservación de la naturaleza; la integración regional y las políticas soberanas, entre muchas otras.
A diferencia de la primera ola de gobierno progresistas del siglo XXI, los actuales se insertan en un mundo que está en un punto máximo de tensión y enfrentamiento. Como explica el sociólogo portugués los gobiernos de la primera ola tuvieron mejores condiciones internacionales. “El gran desarrollo de China era crucial para Argentina y Brasil. En aquel período China era un socio de EEUU, hoy es un rival”.
Las razones geoeconómicas (el saqueo de nuestros recursos naturales) y geoestratégicas (la absoluta necesidad de Washington de tener bajo total control todo el continente para su plataforma de resistencia al declive hegemónico) están también detrás de esta nueva era de violencia contra las democracias sudamericanas.
La jugada, asegura el analista internacional Pepe Escobar, “consiste en tirar de todos los hilos para impedir la expansión comercial y la influencia política de China y Rusia en América Latina, a la que Washington -sin tener en cuenta el derecho internacional y el concepto de soberanía- sigue llamando «nuestro patio trasero». El establishment estadounidense no permitirá que Brasil -un actor regional clave- y la economía de los BRICS con mayor potencial después de China, vuelva a funcionar con toda su fuerza y en sincronía con la asociación estratégica sino-rusa”.
Las señales de alerta son más que claras y los dados está echados. Es hora de que los ciudadanas y ciudadanos de a pie también nos comprometamos activamente en la defensa de la democracia. De otra forma, lo lamentaremos.