Martha Argerich: el retorno del goce

14 de agosto, 2022 | 10.39

(Corrige segundo párrafo)

(Por Mariano Suárez) La presencia de la pianista Martha Argerich en la Argentina opera como un esperado rellano para el Teatro Colón, de rumbo errático en los últimos años: su regreso, a los 81 años, es el retorno de un estado de goce que, en este caso, por la protagonista, tiene potencia para conmover al público recién aventurado y también a quien ha desarrollado competencias para la escucha que maximizan su capacidad de disfrute.

Para cualquiera de esas dimensiones resulta pertinente la inclusión en el programa del sábado (que se repite en la función de hoy) de la Partita N°2 en do menor, BWV 826 de Johann Sebastian Bach, perfectamente accesible y que, a la vez, habilita el contraste con la conocida grabación de Argerich en el Concertgebouw de Amsterdam, en 1978/1979.

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Para examinar la Partita N°2 aparece una tensión natural entre ubicar en énfasis en la obra misma -que como es propio de Bach representa una síntesis de un tiempo histórico y un punto de equilibrio en la tensión entre la gravitación de la polifonía (en descenso) y la armonía (en ascenso)-, por los méritos de la composición; o en las singularidades de la intérprete, particularmente en este caso, que se trata de una especialista en Bach.

En esa encrucijada cobra pertinencia aquella afirmación del pianista canadiense Glen Gould -referencia por excelencia sobre Bach- que señalaba la peligrosa tentación de los intérpretes por sobrecargar los ligados y exagerar la fase dinámica creyendo que, por esa vía, se obtiene "un efecto expresivo" cuando el centro de gravedad, recomendaba, debía estar enfocado en "la respiración rítmica de la frase".

Como si asumiera aquella premisa pudo observarse (y escucharse) a la pianista desde el inicio de la "Sinfonía" -el primero de los seis segmentos de la obra- que resulta una llamativa mixtura de la música francesa e italiana de su tiempo e, incluso, acaso siembra una huella para la Sonata para piano N°8, "Patética", de Ludwig van Beethoven.

Esos poco menos de veinte minutos bastaron para justificar la jornada.

Para quien pudiera asistir sólo una vez a un concierto de Argerich, nada mal le resultaría que el repertorio de esa oportunidad abarcara la Partita. Representativa de sus elecciones y de su forma de abordar el instrumento.

En la segunda parte del programa, con La Historia de un Soldado, de Igor Stravinsky, Argerich cedió su espacio, como es regla en su Festival.

La obra, maleable para ofrecerla en diferentes formatos y timbres, se presentó bajo la dirección musical de Charles Dutoit y la dirección escénica de Rubén Szuchmacher.

A Elías Gurevich le tocó asumir un rol central el ensamble desde el violín, acompañado por Elián Ortiz Cárdenas (contrabajo), Mariano Rey (clarinete), Gabriel La Rocca (fagot), Fernando Ciancio (trompeta), Matías Bisulca (trombón) y Christian Frette (percusión).

La interacción entre los textos instrumentales y la dramaturgia presentó un escenario relativamente amable para que, a la narradora de Annie Dutoit (hija de Charles y Argerich), se sumara la actuación de Joaquín Furriel (diablo), Peter Lanzani (soldado) y Cumelén Sanz (princesa), todos de probada experiencia en otros territorios de la actuación y finalmente indemnes en esta nueva dimensión.

El vínculo de Dutoit con la Argentina (fue en otro tiempo un visitante regular del Colón), jalonado también por seis años de matrimonio con Argerich, no pareció resentirse por sus problemas para ser contratado en otros escenarios internacionales (en 2017 se conocieron varias denuncias en su contra por "contacto físico no deseado"), cuestiones que el Colón no se plantea o que acaso eligió no atender dadas las inevitables dificultades de agenda ocasionadas por la pandemia, el presupuesto, el tipo de cambio y la situación internacional.

El Festival Argerich, que se extenderá durante ocho encuentros, continuará hoy desde las 17 con el mismo programa. Mañana desde las 20 el escenario de Festival albergará al pianista armenio Sergei Babayan.

No es ocioso el debate, que el Colón no termina de asumir, por la forma en que debe una sala pública afrontar una visita de la jerarquía de Argerich y si el valor de entradas que alcanzan a 30 mil pesos en las mejores ubicaciones se compensa debidamente con las transmisiones por streaming, la disposición sobre la hora de entradas remanentes y el acotado público que accede al "gallinero" del teatro, que aparece hoy atravesado por otras urgencias.

Con información de Télam