(Por Héctor Puyo). El director Daniel Marcove concibió una potente puesta de "Israfel", de Abelardo Castillo, una obra que mezcla la realidad con los delirios alcohólicos del escritor Edgar Alan Poe, que dentro de un elenco destacado tiene como protagonista a Juan Manuel Correa, actor privilegiado, y cuyas últimas funciones del año serán este fin de semana en el porteño Centro Cultural de la Cooperación.
La obra tiene su leyenda, pues fue uno de los grandes éxitos de Alfredo Alcón en 1966, dirigida por Inda Ledesma, cuya repercusión y éxito de público en el luego incendiado teatro Argentino de la calle Bartolomé Mitre motivaron su transmisión televisiva, en un hecho poco frecuente en la época.
Marcove acierta al comenzar la acción con el propio autor, encarnado por Aldo Pastur, que juega al ajedrez en soledad y cuenta la gestación de la pieza a partir del poema homónimo de Poe en tiempos de la preparación de la revista literaria El Grillo de Papel, hacia 1959, y sus discusiones al respecto con Humberto Costantini y otros intelectuales.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Lo de la mesa de ajedrez no es aleatorio: es un guiño a quienes recuerdan la obsesión que tenía el gran escritor muerto a los 40 años, en situación confusa, con "el Turco", un misterioso autómata que a mediados del siglo XIX hacía apuestas por dinero contra quien deseara, sin que nadie pudiera descubrir su mecanismo. Se dice que ese muñeco incomprensible sería el punto de partida del interés de Poe por la narrativa de misterio.
Ese artificio parece marcar asimismo el trabajo del casi siempre brillante Marcove, quien convierte al escenario en un ámbito acaso irreal con la ayuda del escenógrafo Héctor Calmet y los iluminadores Miguel Morales y Horacio Novelle, para tratar a sus intérpretes con el inevitable patetismo de las marionetas. Solo sobra el molesto humo artificial, que con la excusa de crear climas brumosos está tan de moda en los espectáculos.
La historia, supervisada por Sylvia Iparraguirre -viuda de Castillo- y Claudia Solans, es simple aunque la forma teatral necesite cierto revoltijo narrativo: huérfano de padre, Poe va a vivir con una tía (Cristina Allende) y se enamora de su prima hermana (Julieta Pérez), menor de edad, mientras sueña con hacer dinero, editar una revista, volar por sus propios medios y lograr una vida prodigiosa. Esa tía no tiene empacho en que el escritor se case con su hija, pese a la consanguineidad y la diferencia de edades, pero el hecho no pasa inadvertido para los prejuiciosos.
La acción se centra en una taberna en Richmond, Virginia, hacia 1826, y luego llamativamente en Baltimore, Maryland, ambas regenteada por Marcos Woinski, donde Poe/Correa se encuentra con amigos, enemigos y fantasmas, bebe hasta el cansancio, consume láudano, sufre sus alucinaciones y de ellas extrae historias que luego se hallarán en sus cuentos más conocidos -"Berenice", "Eleanora", "Ligeia"- que aun en sus aspectos más monstruosos estarían inspirados en su esposa-prima.
En el último local comienza el final de la corta vida de Poe, con la declamación de "El cuervo" y su famosa letanía "never more", en la que incurre en los temas de lo irracional, el inconsciente, la melancolía, la nocturnidad y aún la necrofilia, en una escena que el director Marcove viste con un equilibrio contrapuesto al misterioso encuentro del protagonista con la muerte.
Pese al aspecto angelical que le imprime Julieta Pérez, su criatura participa asimismo de los delirios y los desequilibrios psíquicos que observa en el protagonista, al que también el texto enfrenta borgeanamente a su otro yo, "William Wilson", un personaje creado por él y con el que se identifica, incluso en la fecha ficticia de su nacimiento y en el que deposita todas las vilezas que supone albergar.
Todo en "Israfel", que es el nombre de un ángel en la religión musulmana poseedor de la más bella música, y al que Poe interpela en su famoso poema, es nebuloso y onírico: solo el papel de su tía-suegra y por momentos su amigo más cercano (Christian De Miguel) o su tío Nilson (Mario Petrosini) parecen poner sus pies en la realidad; el resto, George Lippard (Miguel Sorrentino), Thomas Bolling (Diego Sassi) y Rufus Griswold (Martín Fiorini), con quien mantiene una relación violenta, están en el umbral.
Castillo, en su momento, lo enunció: "'Israfel' me devuelve a mis orígenes menos conscientes, a mis lecturas de adolescencia ( ) Me obliga, además, a formular una pregunta que nunca me hice ni me hicieron: por qué Poe, y por qué en los años 60, en aquella realidad histórica de luchas y esperanzas multitudinarias, la vida de un poeta norteamericano que fue casi el emblema del individualismo extremo, de la irrealidad, del desdén por la muchedumbre. Sólo tengo una respuesta; ningún autor elige sus temas. Ellos lo buscan a él."
Esas razones que el autor no discernía son las que validan la puesta actual de "Israfel", un espectáculo que por momentos deslumbra e inquieta, en una etapa histórica con perspectivas emancipatorias en duda y con fuerzas que intentan empujar al universo hacia el siglo XIX, solo que con los sueños tecnológicos cumplidos.
Por eso fue el momento de que Marcove desempolvara a Poe, ese "emblema del individuo extremo" perdido en la muchedumbre, y volviera a ponerlo en un escenario transformado en hecho artístico, sobre todo cuando se tiene el talento de servirlo con profundidad y belleza.
Hay que aprovechar sus últimas funciones del año: el próximo viernes a las 19 y el sábado a las 22.30 en la sala Solidaridad del complejo sito en Avenida Corrientes 1543.
Con información de Télam