Con una inflación que se apresta a cerrar el año en tres dígitos, según la última estimación del Relevamiento de Expectativas del Mercado que difundió el BCRA, la única alternativa para frenar la espiralización de precios es plantear un congelamiento inmediato, al menos para productos de primera necesidad. Básicamente, enfocarse en desacelerar la suba de los precios de los alimentos. Con ganancias sobre ventas que se triplicaron o pasaron de ser negativas a positivas y récords en la primera mitad del año, las empresas cuentan con un colchón de rentabilidad más que suficiente para cerrar el 2022 sin nuevos incrementos en las góndolas. Tras la disparada que se inició en junio con la corrida cambiaria, las variables que se utilizaron para justificar la escalada en los costos de los alimentos se reacomodaron a la baja y dejaron una rentabilidad extraordinaria que puede ser aprovechada para congelar precios.
La brecha cambiaria volvió a ubicarse debajo del 100 por ciento, los precios de los alimentos a nivel global se retrajeron desde julio y los salarios no ajustaron al ritmo de la inflación. Este escenario significa que las empresas alimentarias no tienen ya ningún justificativo para que seguir subiendo los precios. Sin embargo, no se exhibe una desaceleración de precios al público y se está lejos de romper el piso del 7 por ciento en valores minoristas. A esta altura no se espera una corrección a la baja en los alimentos, aunque fuese lo más razonable; pero sí es posible que se pacte una tregua hasta diciembre.
En los primeros ocho meses del año –restan los datos oficiales de septiembre—el aumento de los precios de los alimentos fue de 58,8 por ciento, dos puntos y medio por encima de la inflación general. La transferencia de recursos que generó la inflación de los últimos meses desde trabajadores a empresarios podría ser aprovechado por el Gobierno para exigirles un freno a las empresas en su constante remarcación.
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Un indicador claro del colchón que se armaron las principales empresas del sector es la ganancia sobre ventas; es decir, cuál es el porcentaje de rentabilidad sobre la comercialización. Por ejemplo, Molinos Río de la Plata pasó de registrar pérdidas contables (-3,1 por ciento) a ganancias del 11,1 por ciento de sus ventas en los últimos tres años; o Arcor, que las incrementó del 3,3 al 23,2 por ciento.
Como corolario, las ganancias contables de la primera parte de este año muestran para firmas como Ledesma, Aluar, Molinos Río de la Plata y Arcor “una mejora de 62,5 por ciento respecto de la comparación con 2021”, de acuerdo con cifras del Centro de Economía Política Argentina (CEPA). El aumento incluso llega a 70,9 por ciento si se considera el promedio simple de las variaciones interanuales de cada empresa.
“Sorprende que sólo algunos meses de 2022 superan en 22 por ciento el resultado operativo del periodo anterior por parte de Ledesma, Aluar, Molinos Río de la Plata y Arcor”, agregó el CEPA. En 2021, el resultado operativo de las cuatro empresas ascendió a 426 millones de dólares, mientras que en el mismo periodo parcial de 2022 el resultado ya alcanzó los 519 millones de dólares. “También se observa que sólo seis meses de 2022 equivalen a todo el resultado operativo anual promedio desde 2014 a 2021 de los cuatro casos: 528 millones de dólares”, de acuerdo con el informe.
Esta mejora se contrapone con la situación de los salarios. “La apertura sectorial permite advertir que en la industria fue donde se puso de manifiesto una mayor recuperación de los márgenes de ganancia (del 27,2 al 36,2 del valor agregado industrial entre el primer trimestre de 2017 y mismo período de 2022), así como una superior caída en la participación de los trabajadores (de 51,9 por ciento del valor agregado industrial al 36 por ciento entre esos respectivos períodos)," detalló el último panorama económico de Cifra-CTA y Flacso. Entre el primer trimestre de 2017 y el mismo período de 2022, el volumen del excedente de explotación en precios constantes se incrementó 62 por ciento, cuando en el resto de la economía el incremento fue de 10,9 por ciento. Este excedente permite también encarar –o forzar—una recuperación salarial.
“Dadas las trayectorias disímiles entre los precios de las actividades fabriles que conforman una misma cadena sectorial, se puede presumir que esa recomposición no fue homogénea en el entramado empresarial. Es decir, que la regresividad distributiva no solo opera en la relación capital-trabajo, sino también en la relación capital-capital a favor de las grandes empresas que son oligopólicas en sus mercados y que tienden a integrarse en grupos económicos”, explicó el informe realizado por Cifra-CTA y Flacso.
Por su parte, el costo laboral en los balances muestra un fuerte retroceso. Si se considera la selección de las cuatro empresas alimenticias antes mencionadas, el costo laboral ascendió en 2022 a 16,7 por ciento, lo que evidencia un retroceso de más de un punto respecto de un año atrás (17,8 por ciento). “Lo más llamativo, de todas formas, es que la variación de ventas se mueve por encima de la variación del costo salarial, ilustrando la transferencia de ingresos derivada de tal proceso”, señaló el informe.
La relación entre los salarios del sector privado y su productividad (valor agregado por persona ocupada) está entonces en su peor momento desde 2018, cuando se desató una espiral inflacionaria que generó dicha transferencia de recursos del segmento laboral al empresario. La diferencia entre productividad y salarios supera ya los 15 puntos, medida en valores constantes, lo que genera un importante colchón de recursos para que los empresarios beneficiados por la escalada especulativa de precios otorguen mejoras salariales más sustantivas y frenan la remarcación de productos y servicios.
Desde 2018 los salarios privados perdieron en participación agregada18 puntos, mientras que la productividad se mantuvo casi sin modificaciones. La desmejora entre los salarios y la productividad, lejos de estar enlazadas, se inició en el segundo trimestre de 2018, cuando comenzó la espiral inflacionaria, a lo que se sumaba entonces la declinante generación de valor agregado que comenzó un año antes (2017). En junio de 2018 la inflación interanual superaba los 30 puntos. Ese año finalizó en 47,1 por ciento. En 2019 el índice de precios al consumidor cerró en 52,9 por ciento; mientras que en el 2020 se redujo a 34,1 por ciento. El año pasado finalizó en 51,4 por ciento y en agosto último se registró una inflación interanual de 79,1 por ciento.
La reducción del salario real produjo una significativa caída de la participación de los asalariados en el ingreso a partir de 2018. A eso se sumó el aumento de la productividad a partir de 2021. “Comparando los primeros trimestres de cada año, entre 2017 y 2022 la caída de la remuneración al trabajo asalariado fue de 54,3 a 46,9 por ciento del valor agregado, es decir, una caída de 7,4 puntos porcentuales. Resaltan los casi 4 puntos que se perdieron entre 2020 y 2021.
La contracara de la trayectoria del peso de los asalariados en el ingreso es la importante recomposición de los márgenes de ganancia. El excedente de explotación ascendió del 42,7 por ciento en el primer trimestre de 2017 al 47,8 por ciento del valor agregado del sector privado en el mismo período de 2022 (un aumento de 5,1 puntos porcentuales).