La economía local tiene problemas, pero el más urgente puesto nuevamente en evidencia esta semana con los datos de empleo, es especialmente doloroso: la actual administración no consiguió todavía recuperar la pérdida de ingresos de los asalariados consolidada durante el macrismo.
Son hechos exógenos con impacto interno que existió una pandemia global y que la OTAN está en guerra en el este de Europa, pero también que se presentan verdaderas paradojas como, por ejemplo, una baja sostenida del desempleo en el marco de recuperación del producto, aunque en los últimos meses se haya frenado, pero con un poder adquisitivo del salario que continúa deteriorándose. ¿Por qué es una paradoja? Porque en teoría cuando aumenta el empleo aumenta la capacidad de negociación de los trabajadores, lo que en el marco de la puja distributiva habilitaría a una recomposición tendencial de ingresos.
La paradoja lleva a la siguiente pregunta ¿por qué la recomposición de ingresos no se produce? La respuesta seguramente la viven muchos lectores en su piel, la recuperación no se produce porque la economía se encuentra bajo un régimen de alta inflación y los mecanismos tradicionales de recomposición de salarios, las paritarias, las negociaciones colectivas entre trabajadores y empleadores, no funcionan, se quedan cortas y no alcanzan a todos los asalariados. Ello es así porque se suma un componente adicional, los cambios en la naturaleza del empleo en los últimos lustros, que fueron marcados por un peso creciente de la informalidad y los trabajos de mala calidad. Existe la posibilidad de conseguir empleo, pero con condiciones de ingresos que en muchos casos no cubren o bordean la canasta de pobreza. Luego, que buena parte del empleo sean trabajos de mala calidad limita las posibilidades de rotación, de desplazarse hacia trabajos de mayor calidad e ingresos. El resultado general de estos procesos es un mar de fondo de descontento social cuyos efectos a corto y mediano plazos son realmente impredecibles, pero que preanuncian potenciales transformaciones en la representación política.
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La pregunta de la hora, entonces, es cómo hacer para recuperar el poder adquisitivo de los salarios en un plazo lo suficientemente corto como para que no se aborte el proceso político en curso. Dicho de manera rápida, cómo evitar perder las elecciones y que se produzca una nueva recaída neoliberal y el consiguiente nuevo retroceso en los ingresos de los trabajadores ¿O es que acaso alguien cree que un cambio de signo de gobierno no sería hacia una radicalización de derecha, socialmente insustentable por definición?
A grandes rasgos, el nivel de ingresos medios de una economía como la local está determinado por el nivel de productividad y la disponibilidad de divisas. Si quiero aumentar salarios en el largo plazo la magia no existe, se debe aumentar la productividad y las exportaciones. Decir esto no significa negar que siempre existe una puja por la apropiación del excedente, que en determinados momentos los salarios pueden aumentar por arriba o por debajo de la productividad, pero lo que sí sabemos es que los salarios no pueden aumentar permanentemente por encima de la productividad y de la disponibilidad de divisas, más concretamente, no pueden hacerlo sin que la economía se quede sin stocks acumulados o en su defecto se endeude, un problema que no existe en el presente, en tanto la economía está sobre endeudada y sin stocks.
Por ejemplo, cualquiera que se sienta próximo a las ideas básicas del postkeynesianismo sabe que, si se expande la demanda agregada el Producto crece. La demanda agregada es la suma del consumo, la inversión, el gasto y el neto del balance comercial (las exportaciones empujan y las importaciones retraen). Es una ley universal, si se promueve en cualquier economía del planeta cualquiera de los componentes de la demanda, la economía se expande, pero cuando esto sucede también se ponen en marcha otros procesos, el más evidente, ya en el caso de la economía argentina, es que aumentan las importaciones y aparece la restricción externa, la escasez relativa de dólares.
Si la economía no tiene dólares y no puede endeudarse quiere decir que no se puede expandir la demanda a voluntad. No alcanza con decir, por ejemplo, que se aumenta el Consumo por decreto y listo. Las restricciones reales existen. No se puede aumentar el gasto en pesos a voluntad sin que esto se transforme, por distintas vías, en un aumento de la demanda de divisas que termine en una devaluación.
Creer que no se puede tener cualquier déficit, que no es el caso local, no significa ser fiscalista, significa no caer en ideologismos. Luego está el pensamiento mágico, la creencia de que existen las alquimias financieras que permiten hacer desaparecer las restricciones reales. Hacemos aquí referencia a la idea de que siempre existe una tasa de interés lo suficientemente positiva en moneda propia que puede neutralizar cualquier déficit, cualquier expectativa de devaluación en contextos de alta inflación y, por lo tanto, cualquier demanda de dólares (1).
Es obvio que en la economía local existe un consenso generalizado y muy negativo en que las tasas bajas son siempre deseables, lo que llevó a que en las últimas décadas las tasas de referencia en pesos sean casi todo el tiempo “reales negativas”, lo que funcionó como un gran aliciente a la dolarización de los excedentes, la mal llamada “fuga”. Está claro que en economías como la local las tasas reales positivas son una condición sine qua non para la reconstrucción de la moneda, pero al igual que ocurre con los déficits fiscales, no se debe caer en ideologismos. Así como no es posible sostener cualquier déficit, tampoco se puede sostener cualquier nivel de tasas. Para la teoría económica el laboratorio siempre es la historia. Sin ir muy lejos, allí están las súper tasas de Guido Sandleris en el ocaso del macrismo, las que no evitaron la dolarización de los excedentes. De nuevo, las restricciones reales existen y, salvo durante períodos acotados y a un costo altísimo, no se pueden hacer desparecer por la vía de las alquimias financieras.
No sólo la tasa de ganancia máxima es un límite a la tasa de referencia, sino algo más pedestre, la disponibilidad de divisas. Imaginemos capitales del exterior que ingresan para hacer “carry trade”, es decir para aprovechar un diferencial de tasas positivo ¿Qué estarán mirando siempre esos inversores para decidir la continuidad o no de su permanencia en el mercado local? Obviamente la disponibilidad real de divisas de la economía.
Una segunda idea mágica es que, sin endeudarse y consumirse stocks, se puede mantener apreciado a voluntad el tipo de cambio (2), el precio del dólar, siempre vía tasas súper positivas. El tipo de cambio es efectivamente una variable distributiva. Cuanto más apreciado mejores salarios y viceversa. Además, la economía local es tomadora de precios en los mercados globales, lo que elimina la necesidad de tener un tipo de cambio “competitivo”, es decir devaluado y contractivo. Pero otra vez, mantenerlo apreciado significa tener con qué y recordemos que es difícil imaginar un flujo de ingreso de capitales atraído por un diferencial de tasas positivo en una economía sospechada de haber alterado los números del Indec para pagar menos intereses, que hace apenas tres años entró en cesación de pagos de su deuda en pesos, que entra en cesación de pagos cada diez, que hoy se encuentra altamente endeudada en dólares, a la que le faltan reservas internacionales y que tiene una inflación que podría llegar al 100 por ciento anual.
De nuevo, la economía local ya vivió, en más de una oportunidad, situaciones de apreciación cambiaria, y en consecuencia de salarios altos en dólares, no sostenidos sobre la base del aumento de la productividad y los mayores ingresos de divisas por exportaciones, sino consumiendo stocks o endeudándose. La experiencia histórica, como dijimos el laboratorio de las relaciones causa efecto de las políticas económicas, debería ser suficiente para no repetir errores.
Regresando al principio, en el corto y mediano plazo las posibilidades reales de mejorar los ingresos de los trabajadores demandan en el presente dos líneas de acción. La primera es un plan de fuerte reducción de la inflación que permita que vuelvan a ser efectivos los instrumentos tradicionales de negociación salarial en un marco de estabilidad cambiaria. La segunda es un aumento salarial, urgente y por decreto, que asista a la base de la pirámide. Un gobierno popular debe velar primero por los ingresos de los sectores populares y no sólo por los de las siempre carísimas clases medias.
(1) Esta es la visión que sostienen Amico, F., Vernengo, M. y Serrano, F. en “Cómo evitar el bimonetarismo y el monetarismo” en “La parte del déficit fiscal en moneda nacional que el mercado no retiene en moneda doméstica puede ser financiada por el Banco Central al nivel de la tasa básica de interés. Si esta tasa es lo suficientemente alta como para generar un diferencial positivo que torne a los activos en pesos más rentables que el dólar, no habrá efecto sobre el tipo de cambio, independientemente de la existencia o del tamaño del déficit fiscal. Por otra parte, justamente porque la cantidad de moneda disponible en la economía es endógena, el sector privado puede obtener crédito en pesos y comprar dólares cuando le sea conveniente. En suma, lo esencial es tener un diferencial de tasas de interés positivo”
(2) Ibid.