Déficit, consumo y deuda: las lecciones económicas de Manuel Belgrano

Eclipsado por su rol como militar, revolucionario y creador de la bandera, el pensamiento económico de Manuel Belgrano resulta una obra fundamental para comprender sus nociones sobre el país que intentaba forjar.

20 de junio, 2022 | 00.05

“Belgrano siempre luchó en desventaja: con sus ejércitos, con su salud, y también en la economía política. En absoluta soledad, tuvo que hacer cuadrar el orden ideal que había leído con el desorden real que veía. En todos los ámbitos tuvo el coraje necesario para dar pelea con lo que tenía. Así consiguió reinterpretar la economía política europea para dar inicio al pensamiento económico descolonizador en Sudamérica”. De esta forma describe el economista y sociólogo por la UBA Rodrigo López el pensamiento económico de Manuel Belgrano, una obra de su autoría que lleva ese mismo título y fue editada por la Editorial Manuel Belgrano del Ministerio de Economía.

Basada en los artículos publicados por el mismo Belgrano en su periódico “Correo de Comercio” en los años 1810 y 1811, en los que se ocupó de la agricultura, la industria, el comercio interior y exterior, el dinero, el crédito, los bancos, los seguros, así como también en sus artículos y colaboraciones para El Telégrafo Mercantil, y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, de Vieytes, López emprendió la ambiciosa tarea de formular las teorías económicas de Belgrano, observando un enfoque económico que describió como “ecléctico”, por recurrir a distintas corrientes y escuelas, pero para atender la realidad de la colonia y en donde estos conceptos, agrega el autor “no operaban en compartimentos estancos, sino que los integraba entre sí creando una síntesis nueva”.

Liberalismo y proteccionismo

Según señala López, puede advertirse un Belgrano proteccionista en comercio exterior y también liberal en pos de terminar con el régimen colonial y para que los criollos elijan con que país comerciar. De hecho, López afirma que leyendo su obra “es difícil asociarlo a una libertad abstracta”, al punto que encuentra una definición del propio Belgrano en la que señala que “las restricciones que el interés político trae al comercio no pueden llamarse dañosas. Esta libertad tan continuamente citada, y tan raramente entendida, consiste solo en hacer fácilmente el comercio que permite el interés general de la sociedad bien entendida. Lo demás es una licencia destructiva del mismo comercio”.

Asimismo, López señala que se advierte en los textos que “la condición de país nuevo, independiente, lleva a cuidar la armonía de clases; velar por las condiciones de vida de la población; cuidar los precios que permitan pagar los sueldos; y no caer en deudas con el extranjero”. En ese sentido, consciente de lo que hoy se conoce como restricción externa, es decir la carencia de divisas o moneda dura, López encuentra que Belgrano plantea la importancia de no estimular la demanda sin vigilar el consumo de importaciones, al punto que recurre a una cita que señala que “el cuerpo político puede a su agrado permitir, restringir o abolir el uso de las mercaderías nacionales o extranjeras, cuando lo juzgue conveniente a sus intereses”, la cual se complementa con otras que señalan que la mercadería extranjera “que priva al pueblo de los medios de subsistir debe en general ser proscripta” y que “aquellos que contribuyesen a introducirla, sea vendiendo, sea comprando, son realmente culpables en la sociedad por aumentar o entretener el número de pobres que están a su cargo”.

De lo que se trata, afirma López, es que el cuidado celoso del comercio exterior tuviera como fin la prosperidad del comercio interior, comercios ambos que Belgrano buscaba diferenciar pues, señala Belgrano, “sus principios son diferentes y no pueden confundirse sin un gran desorden”, agregando que “es constante que el alma de los Estados es el comercio interior, pues con él es que se da vida a todos los ramos del trabajo de los hombres que los promueven”, donde “el legislador siempre está en estado de reprimir este exceso corrigiendo su principio; él sabrá siempre (…) aliviar con franquezas y privilegios la parte que sufre, y aumentar los impuestos sobre el consumo interior de las mercaderías de lujo”.
En este sentido, López señala que Belgrano podía admitir una balanza deficitaria, es decir mayores importaciones que exportaciones, si ese comercio era útil al país, a través de por ejemplo un insumo productivo del que se carecía para desarrollar una ocupación o una actividad “que repare, según Belgrano, con provecho esta pérdida”.

De ahí, afirma el autor, su firme negativa a importar las mercancías que impedían el consumo de las del país, o que perjudicaran el progreso de sus manufacturas, que “lleva tras de sí, advierte Belgrano, necesariamente la ruina de una nación”, pues estimular el empleo del sector manufacturero, era para Belgrano lo que lograba mayor valor en el intercambio e impulsaba nuevas y más profesiones.
 

El rol de la demanda

Del texto de López se interpreta también que Belgrano desafió ley de Say y a la escuela clásica en el concepto de que “la oferta crea su propia demanda”, pues postulaba su inverso, que la demanda dominaba a la oferta, la cual se vinculaba también con el nivel de ingreso, a la que le seguían el consumo y la producción. Así, Belgrano sostenía que “la superioridad de los progresos en el trabajo industrioso entre dos naciones depende de la superioridad de sus consumos, sean interiores, sean exteriores”. Con todo, agrega el autor, este posicionamiento del lado de la demanda, era “con la prudencia de advertir cierta restricción externa”.


También Belgrano se refirió a la inflación, a la cual lejos de condenarla de forma automática, creyó conveniente comenzar a distinguirla, separando una buena y una mala, “como el colesterol”, señala López, agregando también que el aumento de la cantidad de dinero y el crédito bancario estimulaba la producción, y no tenía efectos inflacionarios en ciertas condiciones de la economía. Sin embargo, advertía sobre el equilibrio fiscal, solicitando prudencia el incremento de sus gastos, que según López en esa economía era principalmente la nómina salarial, sobre todo si se reducía la recaudación de impuestos.
Donde sí Belgrano efectuó una condena cerrada, fue con el endeudamiento externo, aunque “no con argumentos morales sino económicos” señala López, pues denunciaba incluso la zoncera de comparar los gastos del Estado como si fueran una familia. De hecho, Belgrano señalaba que la deuda externa mantenía elevadas las tasas interés, lo que perpetuaba un déficit crónico que reclamaría un esfuerzo mayor para cancelarla, mientras se deprimía aún más la inversión productiva local.

Un pensamiento propio

López agrega en su obra que “la sucesión lineal de pensamiento económico solo es válida en el relato anglosajón clásico”, pues “cada país encontró su doctrina para desarrollarse”, y cita los ejemplos de la escuela americana de economía política de Alexander Hamilton en Estados Unidos, el sistema nacional de economía política de Friedrich List en Alemania, o las leyes de granos promulgadas en la Inglaterra librecambista y combatidas por Ricardo, que se mantuvieron hasta pasada la mitad del siglo XIX. Belgrano, afirma López, llevó adelante un éxodo de las escuelas europeas para llevarse solo lo indispensable y necesario “para hacer progresar estas tierras, en un mundo que era un polvorín” respondiendo a las necesidades de una región que dejaba de ser una colonia sin todavía llegar a ser una nación independiente, con todo lo que implicaba el hecho de pensar una economía propia para “un país en guerra, que aún era una idea y no tenía resuelto el orden territorial, las instituciones políticas y económicas más elementales”.
 

Su rol en Real Consulado

Si bien resulta evidente que su protagonismo en la Revolución de Mayo, en la defensa ante las Invasiones Inglesas, o en la creación de la bandera, dejaron en un segundo plano su rol como economista, no menos real es que desde 1980 se celebra el “día del economista” el día 21 de septiembre por ser la fecha de 1794 en la que se nombró a Belgrano, -considerado también “el primer economista argentino”-, como primer Secretario del Real Consulado de Buenos Aires. Rodrigo López señala, citando al investigador Pedro Navarro Floria, que su gestión allí asumió una posición revolucionaria contra las intenciones de España de aprovecharse del país para su beneficio y el de sus mercaderes, antes que para el desarrollo autónomo de los criollos. De hecho, señala que Navarro Floria afirma en su investigación que la forma de pensar y actuar del Consulado de Belgrano fue “la cuna de la Revolución”, donde se entrenó a los nuevos actores políticos criollos para la posterior toma de la milicia. No es casualidad en este sentido, que en el preludio de la Revolución, Belgrano comience a editar el periódico el “Correo de Comercio” con ocho páginas semanales de teoría económica pura, pues, para acompañar el levantamiento, López señala que Belgrano creía que era necesaria una publicación sobre teoría económica.