La soberanía y el nuevo acuerdo con el FMI

Debe entenderse, no obstante, que con (o sin) acuerdo con el FMI la economía argentina enfrenta un cuadro sumamente delicado.

31 de enero, 2022 | 00.05

El acuerdo entre el gobierno argentino y el FMI fue recibido con aprobación por la mayoría de los analistas. Aunque se escuchen las previsibles voces disidentes es consenso que las condicionalidades resultaron menores a las esperadas. La meta de superávit fiscal no parece imposible de alcanzar, no se imponen reformas ‘estructurales’ como la laboral o previsional, se patean pagos hacia adelante y hasta habría un saldo favorable de reservas en un escenario signado por la escasez de divisas. Debe entenderse, no obstante, que con (o sin) acuerdo con el FMI la economía argentina enfrenta un cuadro sumamente delicado. Nuestras reservas internacionales son mínimas (siendo optimistas, 2000 millones netas), la inflación supera 50% anual y enfrentamos una tendencia crónica a la salida de capitales. Para evitar una devaluación que deprima más aún salarios y niveles de actividad alimentando el proceso inflacionario, el gobierno se ve obligado a imponer restricciones a la compra de dólares que entorpecen exportaciones, obstaculizan inversiones y terminan por dificultar la propia acumulación de reservas. En lo esencial esta situación es independiente del acuerdo. Hasta podría empeorar si la incertidumbre del default incentiva la demanda dólares aumentando la brecha. La rebeldía del “no pago”, por su parte, puede tener penalidades severas al interrumpir el financiamiento internacional. Hasta las inversiones de empresas y bancos chinos y rusos, como se anunció recientemente, pueden depender de un acuerdo con el FMI.

Lo que preocupa, comprensiblemente, es que los funcionarios argentinos cada tres meses deberán rendir examen ante los burócratas del organismo, lo que hace prever renegociaciones permanentes y conflictos de intereses. En este sentido, a no dudarlo, un acuerdo con el FMI siempre es una mala noticia. Pero en este caso no estamos en condiciones de optar entre alternativas buenas o malas, sino entre malas y peores. Cuando un país se queda sin reservas internacionales pierde su soberanía. Si la demanda por productos, servicios o incluso activos financieros del exterior (divisas y títulos de deuda incluidos) es mayor que su capacidad para financiarla, invariablemente dicho país comienza a sufrir los síntomas de nuestra enfermedad endémica: la restricción externa. Desde los orígenes del Estado moderno, tener soberanía exige disponer de capacidad financiera. La autodeterminación no es gratuita. En otras palabras, si la demanda de productos, servicios o activos financieros de un determinado país al resto del mundo es sistemáticamente mayor que la demanda del mundo por los productos, servicios o activos financieros de dicho país, inevitablemente el mismo terminará endeudado en una moneda que no controla y deberá someterse reglas de juego que no son propias.

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Como argumentamos en una nota anterior en este medio, la restricción externa tiene dos dimensiones: una comercial y otra financiera. Si empezamos por la segunda dimensión, debe decirse que es imprescindible fortalecer la posición del peso y reducir la demanda por activos financieros del exterior. Sin una moneda nacional fuerte no habrá soberanía. En este sentido el Ministro Guzmán realizó dos anuncios en la dirección correcta. Sostuvo que se buscará consolidar el mercado de deuda en pesos como estrategia de financiamiento estatal. Es así como se financian todos los Estados soberanos del mundo desde la creación de los sistemas nacionales de deuda pública en el siglo XVII. La mayoría de las economías funcionan con déficit fiscal. Una diferencia fundamental es que algunos Estados se financian en moneda local y otros en moneda extranjera. Los economistas más influyentes del macrismo imaginaban (y siguen imaginando) que esta distinción es artificial. Sería indiferente endeudarse en pesos, en dólares o en guaraníes, aunque el primero sea emitido por la autoridad argentina, el segundo por la norteamericana y el tercero por la paraguaya. Fue así como el gobierno Macri batió todos los récords de endeudamiento en moneda extranjera para terminar defaulteando en dólares. ¡Y también en pesos! Un segundo anuncio es complementario con el anterior: el Ministro sostuvo que van a subir tasas de interés para generar opciones de ‘ahorro en pesos’ para los argentinos. Para consolidar un mercado de deuda en pesos y fortalecer la posición de nuestra moneda es necesario que quien apuesta al peso gane. Es imprescindible que sea más rentable quedarse en pesos que irse a dólares. Para complementar estos medidas, debe admitirse, también es necesario un plan consistente para reducir la inflación.

Con relación a la dimensión comercial de la restricción externa es importante entender que la meta de déficit fiscal cero para 2025 equivale a privar a la economía argentina de una fuente de gasto autónoma. Es decir, de aquí en más y mientras dure la tutela del FMI, el gasto público será inducido por la recaudación. Si ésta crece, el gasto también podrá hacerlo. Pero si cae, lo propio debería ocurrir con el gasto. Esta es una restricción fundamental y a veces poco comprendida. Téngase en cuenta que la mayoría de los Estados del mundo opera con déficit fiscal. Al nivel agregado del planeta como un todo los Estados siempre gastan más de lo que recaudan y esta es una de las principales fuentes de crecimiento de la demanda global de bienes y servicios. ¿Cuál podría ser entonces la fuente de demanda autónoma para sostener el crecimiento de la economía argentina en los próximos años? Aquí es donde se visualiza la importancia crucial que en este contexto deberían tener las exportaciones, las inversiones con destino al mercado internacional y la posibilidad de sustituir importaciones, como el combustible con operaciones en Vaca muerta, el fallido reemplazo del salmón chileno por producción local y la posibilidad de desarrollar extracciones offshore. En este contexto, y valga la insistencia, la formación de una coalición antiexportadora disfrazada de ambientalismo es uno de los tantos problemas a resolver en los próximos años. Si el gasto público no puede crecer con autonomía, si nuestra dependencia de productos del exterior no se modifica y nuestras exportaciones siguen estancadas, ¿de qué forma podríamos generar nuevos empleos y reducir la pobreza?