Nadie no lo sabía. Cuando hace apenas un lustro se supo que el FMI le prestaría a la Argentina más de 50 mil millones de dólares, cualquier iniciado supo inmediatamente que el dato proyectaba hacia el futuro la sombra infame de una larga dependencia. Jamás existió una cosa tal como un “nuevo FMI”. El Fondo nunca dejó de ser la institución de siempre. Jamás fue un organismo técnico, sino de dominación política. Sus auditores carecieron siempre del menor brillo intelectual, son apenas burócratas mediocres que fuerzan a los países a aplicar recetas estandarizadas, algo de contabilidad y matemática para garantizar la continuidad de la “extracción del excedente”. Y detengámonos aquí, en lo que nunca se nombra taxativamente, en la “extracción del excedente”, que de esto se trata.
El imperialismo nació clavando en el territorio del vencido la bandera del vencedor. El mecanismo de extracción del excedente asumía la forma del tributo a la metrópoli, lo que ya desde entonces suponía una imbricación con las clases dominantes de las regiones conquistadas. Más tarde, a partir de las transformaciones que llevarían a la revolución industrial, el mecanismo de extracción mutó al monopolio del comercio. Las colonias “hispanoamericanas” del imperio de Carlos V son quizá el mejor ejemplo. No suele enseñarse en las escuelas, pero uno de los lemas de la Revolución de Mayo fue “la libertad de comercio”, muy cara a los “piratas de Buenos Aires”, que por razones obvias se habían especializado en el contrabando, el mejor camino para luchar contra el imperialismo comercial y, de paso, enriquecerse. Fue cuando la metrópoli se desplazaba desde España a Inglaterra y el mecanismo de extracción del excedente comenzaba a residir en lo que hoy se conoce como “términos del intercambio”. Primero se había pasado del control territorial al control comercial, pero ahora el mecanismo se volvía inasible. No se podía ver, no demandaba control ni regulación, solo necesitaba “libertad”, librecambio. Era mucho más que vender caro y comprar barato, residía en la capacidad cuasi monopólica de producir mercancías a bajo costo e imponer su libre circulación.
Ya en el siglo XX, con “el imperialismo como fase superior del capitalismo” y la aceleración de la globalización financiera, el mecanismo de extracción del excedente se diversificó y sumó un componente adicional, la deuda y la subsiguiente imposición de políticas económicas. Es a esta tarea a la que se avoca el FMI, una de las herramientas fundamentales del gobierno global de las multinacionales. Y como en el imperialismo primigenio, en el presente también existe una asociación con las clases dominantes locales. La mejor manera de entender este proceso es en términos funcionales (Gramsci): las clases dominantes locales son auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Esto es así porque el gran capital local es subsidiario del capital global. Una forma de interpretarlo es pensar el funcionamiento de cualquier multinacional y la relación entre subsidiarias y matrices. Dicho de otra manera, la estructura de clases sigue a la estructura del capital, es su producto. ¿Y qué política económica demandan las multinacionales? Una que garantice la libre circulación de capitales y mercancías.
Lo expuesto tiene una finalidad: entender el problema de base, entender cómo fue posible que, a pesar de la experiencia histórica, las clases dominantes locales hayan decidido voluntariamente regresar al FMI. Lo que se intenta interpretar son las razones del sometimiento voluntario. Argentina no regresó al FMI a punta de pistola. Lo hizo voluntariamente, renunció con libre albedrío a una política económica independiente. Y quienes tomaron la decisión fueron las clases dominantes locales funcionando como auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. En esto reside la racionalidad de la decisión tomada cinco años atrás. Las políticas que impone el Fondo son las políticas que estas clases globalizadas demandan y son, a la vez, las políticas que desean para la economía local las multinacionales que conducen la economía global: estado pequeño, desregulación y desarmar todo lo que sea disfuncional a la libre circulación de capitales y mercancías.
No se trata de cuestiones abstractas. Lo transparentó Sergio Massa, el FMI le pidió taxativamente postergar obras de infraestructura. Al Fondo y a las matrices de las multinacionales no les interesa, por ejemplo, el asfalto de una ruta en el sur, las producciones de las empresas públicas o la mejora de la infraestructura educativa. El mandato es eliminar subsidios, reducir el gasto para achicar el Estado y maximizar la extracción del excedente. Y para lograrlo también hace política. El FMI es un actor político partidario muy activo. Actúa partidariamente cuando le habilita 56 mil millones de dólares a Mauricio Macri para que evite el estallido de la crisis externa y permanezca en el poder y actúa políticamente cuando asfixia al actual oficialismo al borde de las elecciones. Hasta octubre del FMI sólo puede esperarse una permanente corrida del arco, es su modus operandi. El Fondo prefiere a Juntos por el Cambio no por fidelidad a quien lo trajo de regreso, sino por la sencilla razón de que persiguen el mismo menú de políticas.
Faltan solamente dos semanas para las PASO. Desde una mirada superficial las elecciones parecen desangeladas, carentes de mística y recargadas de incertidumbre. Eso que se mal describe como el ala dura de la coalición oficialista, en paradójica coincidencia con la prédica de los medios de comunicación hegemónicos, parece creer que la elección del presente polarizará entre dos fórmulas de derecha, una extraña remake del “son lo mismo” postulado en 2015 por la pseudo izquierda. A lo sumo la disputa sería entre una derecha extremista y una más moderada. Finalmente, sostienen, cualquiera que gane deberá aplicar la receta del FMI. Pero quizá la falta de mística responda precisamente a esta mala lectura. Lo que en realidad está en juego en las próximas elecciones es mucho más radical de lo que parece a simple vista, la opción en el cuarto oscuro será entre un modelo nacional y uno neoliberal.
Es un hecho que el 11 de diciembre cualquiera que gane tendrá al FMI adentro y tendrá que afrontar la alta inflación y las obligaciones externas. La pregunta que deben responderse los electores es quien puede resolver mejor estos problemas y quien puede renegociar mejor con los acreedores externos, el oficialismo 2015-19 que a pesar de haber tomado 200 mil millones de dólares de deuda no logró estabilizar la economía y trajo de vuelta al FMI, o el oficialismo actual, que a pesar de la pandemia y la sequía mantiene a la economía en altos niveles de actividad y logró gestionar de manera casi asombrosa la falta de divisas.
En 2024 las restricciones serán menores a las de 2023. La economía comenzará lentamente a generar más dólares y a desarrollar sus recursos potenciales. Disminuirá el déficit energético, se expandirá la minería y no habrá sequía. En ese escenario ¿la receta para conjurar los problemas será seguir a pie juntillas el ajuste que siempre pide el Fondo, recortar derechos y darle palos a los que protesten o, ya con más divisas, renegociar con los acreedores desde una posición de fuerza y con mayor solvencia? Para la vida cotidiana de la población las opciones no serán lo mismo. Resta esperar que la memoria histórica, incluso la de corto plazo, actúe por encima de los enojos transitorios. Patria o FMI es hoy mucho más que una consigna. Y aunque cualquiera que resulte electo deberá enfrentar la dura tarea de estabilizar la macroeconomía, quienes pagarán los mayores costos nunca serán los mismos.