Los próximos 24 meses

15 de noviembre, 2021 | 00.05

El mal resultado electoral que se insinuó en las PASO no fue previsto por nadie. Lo que sí era previsible es que los números fueran malos por razones bastante elementales: la acción combinada, en un escenario de pandemia, de elevados índices de pobreza, desempleo e informalidad con alta inflación y restricción externa no podían traducirse en otra cosa que en un profundo malhumor social. Los medios de comunicación siempre pueden amplificar o poner sordina a los hechos, pero la realidad material siempre se impone. Y cuando las sociedades están enojadas votan en contra de los oficialismos sin detenerse a identificar con claridad a los verdaderos culpables de sus males. El fenómeno ocurrió más o menos en todo el planeta y, si se mira bien, en la mayoría de los países de Occidente con mayor intensidad que en Argentina. En este contexto, la remontada de este domingo, a pesar de la resiliencia de una oposición formalmente impresentable, es una muy buena noticia. 

  Desde las PASO una parte de la sociedad cayó en la cuenta de la amenaza cierta de volver al reciente pasado ruinoso del neoliberalismo, pero al mismo tiempo dos meses son siempre insuficientes para cambiar el humor social. Sin embargo, en términos políticos, los últimos no fueron dos meses cualesquiera. El dato negativo fue que, dicho eufemísticamente, se profundizó la heterogeneidad de la coalición. Las derrotas, no es novedad, siempre profundizan las contradicciones y las disputas internas. El dato positivo fue que se aceleró el proceso de salida de la pandemia mientras la economía real profundizó su recuperación productiva. Otros problemas, en cambio, se mantuvieron casi intactos: a pesar del superávit comercial del último año, no pudieron acumularse reservas internacionales y la economía continúa bajo un régimen de alta inflación. Dicho de manera sintética, perdura la inestabilidad macroeconómica, la causa fundamental de la pérdida de apoyo sufrida por el oficialismo.

  Si se mira el resultado de las cuentas externas, en las que sobresale el superávit comercial, se tiene que la restricción externa es hoy un problema fundamentalmente financiero. Como no se logra estabilizar la macroeconomía los excedentes financieros se dolarizan. Es el perro que se muerde la cola, la inestabilidad profundiza la dolarización y la dolarización retroalimenta la inestabilidad. Y a mayor deterioro de la moneda mayor dolarización de excedentes. Esto quiere decir que si el problema no se resuelve no habrá salto exportador que alcance. Nunca.

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  Ahora bien, más allá de los resultados electorales, nada cambia el dato de que el oficialismo se encuentra en la mitad de su mandato y todavía le restan dos años de mandato. El dato debería ser suficiente para quitarle dramatismo al presente y concentrarse en los 24 meses que faltan. Lo que todavía puede hacerse es mucho, pero se necesita actuar con premura y precisión. El rumbo de la economía real es el correcto. Vaca Muerta ya produce más gas que Bolivia, pero hace falta muchísimo más. Es probable que la ley de hidrocarburos tal como está no alcance, pues fue pensada en términos de auto abastecimiento, no para un indispensable boom exportador de corto plazo. Argentina tiene hidrocarburos para 200 años, pero necesita extraerlos en 20 o 30, primero porque son una fuente de divisas, pero segundo porque cuando se complete la transición energética, proceso que dicho sea de paso demandará muchísimo gas, estos recursos ya no tendrán valor. El objetivo debe ser aumentar rápidamente la producción, pero para ello se necesita construir gasoductos a máxima velocidad, tanto hacia los puertos como para conectar hacia el norte. Las razones son dos. La primera es que la producción gasífera de Bolivia está en declinación, por lo que puede comenzar a pensarse en el futuro abastecimiento de Brasil. La segunda es que el gas, junto con el carbonato de sodio, es un insumo clave para la producción de carbonato de litio, grado batería. El gas de la cuenca neuquina debería comenzar a fluir rápidamente también hacia el NOA, donde adicionalmente debería construirse una planta de carbonato de sodio que abastezca la producción de litio local, sustituyendo importaciones, y que también exporte a Chile y Bolivia, aumentando la generación de divisas. Son todas inversiones estratégicas siguiendo la premisa de la generación de infraestructura para el desarrollo de los sectores que serán claves en la economía de las próximas décadas: los hidrocarburos y la minería, incluido el litio.

  Recapitulando, los hidrocarburos son la base para la rápida generación de las divisas necesarias para aumentar las reservas del Banco Central antes de que concluya la cuenta regresiva de 24 meses y mientras, en paralelo, se desarrollan otros sectores de maduración más lenta, como la minería. El punto crítico es que no se puede llenar la bañera si previamente no se le pone el tapón. Una economía que dolariza todos sus excedentes será siempre inviable. Por eso, hasta que se recompongan las reservas internacionales, se necesitará “un puente”, es decir conseguir dólares financieros, una tarea lamentablemente imposible sin el acuerdo con el FMI que anunció ayer el Presidente.

  El camino que comienza este 15 de noviembre demanda que en paralelo al shock exportador se comience a salir del desdoblamiento cambiario, situación que una economía sana no puede mantener para siempre. Una vía posible para este fin es que el desdoblamiento de hecho se oficialice, es decir que el Banco Central intervenga con fuerza en el mercado del dólar paralelo, que pasaría a llamarse “financiero”. Hasta hoy unas pocas decenas de millones de dólares fueron suficientes para alterar los precios de los paralelos, como pudo apreciarse en la reciente corrida preelectoral, cifras que no son dinero para una autoridad monetaria con más recursos. Luego, en la economía local estabilizar el precio del dólar es la puerta para estabilizar los precios y comenzar a frenar en serio la inercia inflacionaria.

  Comenzar a salir del desdoblamiento no es una operación sencilla, necesita de mucha pericia técnica porque entraña el serio riesgo de un indeseado salto devaluatorio, lo que en el presente sería desastroso en tanto ya no hay margen para ajustar salarios. Este riesgo fue el que hasta ahora motivó que las decisiones de fondo se hayan postergado (el famoso “dilema del decisor”), pero el nuevo riesgo es que quedarse quietos podría ser peor.

  En principio oficializar los paralelos en un solo dólar financiero demanda tres elementos: la certeza de que la economía está generando divisas genuinas vía salto exportador, un acuerdo con los acreedores y nuevos ingresos de capitales para financiar el puente. Para que el plan tenga éxito los tres elementos deben funcionar coordinadamente. En la transición, mientras se interviene en el nuevo financiero para reducir la brecha con el oficial, se necesitará también generar incentivos para quedarse en pesos. No parece factible continuar con tasas de interés reales negativas.

  Para finalizar, las vías para alcanzar los objetivos pueden ser variadas y debatibles, pero el plan para llegar con éxito al 2023 se sintetiza rápido: Conseguir dólares, de Vaca Muerta para el mediano plazo y financieros para liquidar la brecha en el corto plazo y estabilizar la macroeconomía. La peor parte es lo que sucedería si estos objetivos no se consiguen. Seguramente el gobierno se desangraría hasta 2023 y sería sucedido por una oposición de derecha que dolarizaría la economía. La dolarización generaría una sensación transitoria de estabilidad, lo que le brindaría un gran respaldo inicial, pero terminaría con la política monetaria autónoma y con la capacidad de intervención del Estado. En contrapartida, un gobierno de derecha explotaría rápidamente los recursos naturales, como lo hizo con la toma de deuda a partir de 2015, pero sin que los nuevos excedentes se destinen al desarrollo, es decir a la transformación de la estructura productiva para aumentar la inclusión y los grados de libertad de la economía. Una vez más, Argentina vuelve a estar frente a un momento bisagra de su historia. En los próximos 24 meses se definirá mucho más que un potencial cambio de gobierno en 2023.-