Aprovechemos el verano para poner a un lado, al menos por un momento, la coyuntura. Efectivamente el presente está jaqueado por una sumatoria de problemas urgentes: un endeudamiento en divisas crónico que pende sobre los grados de libertad de la política económica, la amenaza cierta de un nuevo regreso del neoliberalismo que, como siempre lo hizo, podría llevar a nuevos niveles de destrucción, y un conflicto distributivo que se expresa a través de la inflación y que no permitió que la recuperación del crecimiento se reparta con mayor equidad. Dicho de manera rápida, en la lucha de clases los trabajadores siguen perdiendo.
En el actual estadio del debate político la resolución de estas problemáticas urgentes suele analizarse en forma dicotómica, es decir y a grandes rasgos, como una contradicción entre neoliberalismo y gobiernos nacional populares. Sin embargo, esta mirada dicotómica vela la posibilidad de un análisis más profundo para la verdadera superación de los problemas, es decir un análisis de lo importante. Aunque parezca una repetición aburrida, el verdadero problema de fondo de la economía local es de desarrollo. Desarrollo significa transformar la estructura productiva para aumentar las exportaciones y sustituir importaciones, lo que debería ser el norte de cualquier tarea de gobierno. Avanzar en este camino supone a la vez que ya no habrá un solo sector generador de divisas, sino muchos. El efecto social será una diversificación de la estructura de la clase dominante, que hoy es principalmente agrofinanciera. Pero además, si se reduce la escasez crónica de divisas se podrá avanzar, lentamente, hacia la estabilidad macroeconómica.
Debe comprenderse que la única manera de evitar la mal llamada “fuga de divisas” no es con cepos cubanos, sino mediante la recuperación de la función de reserva de valor de la moneda. La formación de activos externos no se produce por la “voluntad fugadora” de los actores, por la perversión avara de la clase empresaria local, sino por la simple búsqueda de seguridad y reserva de valor. Si usted lector, recibiese una gran herencia difícilmente la dejará en pesos, salvo que decida no seguir un comportamiento lógico. Para evitar la fuga de divisas, entonces, se necesita algo de regulación, pero sobre todo estabilidad macroeconómica. Y para conseguir estabilidad macroeconómica se necesitan divisas.
También aburre decir que en economía la magia no existe, que las restricciones reales no son un invento de la derecha. Sostener la demanda para expandir el producto solo es posible si al mismo tiempo se planifica también la expansión de la oferta. No se puede ser heterodoxo por el lado de la demanda y creer al mismo tiempo que la oferta se acomodará sola. ¿Qué quiere decir planificar la oferta? Elegir a los sectores productivos que se desarrollarán, planificar y sostener esa planificación en el tiempo. Es un todo relacionado, porque además serán estos sectores elegidos los que aportarán las divisas para la estabilidad macroeconómica, es decir para hacer frente a los ingentes compromisos externos y conseguir estabilidad cambiaria. Si se quiere aumentar el ingreso de las mayorías se necesitan divisas, esta es la restricción de hierro, la primera con la que no es posible hacerse los zonzos.
Es un tópico del progresismo maltratar al modelo chileno. Aquí no se lo reivindicará, pero es necesario recordar que el vecino país, bajo el programa “Chile potencia alimentaria” eligió sectores y los desarrolló, y hoy no solo genera divisas a través de su minería, que no deja de crecer, sino a través de sectores como la acuicultura de salmónidos, la fruticultura y la industria forestal, los que aportan miles de millones de dólares en exportaciones. Su estabilidad macroeconómica no es producto del neoliberalismo, sino del desarrollo. Su neoliberalismo puede generarle contradicciones sociales, evidentemente, pero su modelo sería imposible sin desarrollo.
Mirando hacia el futuro no alcanza con azuzar el fantasma del regreso del neoliberalismo. Se necesita explicitar el modelo de desarrollo. Existe una porción del Frente de Todos, la que dice tener más votos, que carece de una propuesta seria para conducir las contradicciones y desafíos del presente. Todo parece limitarse a incumplir las reglas del sistema financiero internacional desde el limitado poder de un solo país.
Es un hecho que el endeudamiento macrista fue una desgracia. Es otro hecho que el desmesurado crédito otorgado por el FMI fue una decisión política sin el debido sustento técnico, aunque no necesariamente para financiar la campaña de Macri, sino para volver a atrapar a la economía local en las redes de la dependencia con el poder financiero global.
Eso fue el macrismo, la reconstrucción acelerada de la dependencia, por eso desesperaba cuando se veían transcurrir los hechos en tiempo real. Ahora bien, producida esta reconstrucción la salida no es a fuerza de voluntad. El Frente de Todos asumió el gobierno sabiendo que la tarea central de la primera etapa, cuando nadie imaginaba la pandemia, sería renegociar el endeudamiento macrista. La tarea se llevó adelante obteniendo prácticamente lo máximo que se podía lograr “dentro de las reglas del sistema”: una postergación de las erogaciones, un período de gracia en los pagos. Fue más de lo que solía lograrse en anteriores renegociaciones. ¿Se podía lograr más? Probablemente también tendrían que haberse rechazado las sobretasas, pero se tensionó hasta donde se pudo. Aparecer en el presente cuestionando lo que fueron las decisiones estratégicas iniciales de la propia fuerza no parece ser el camino más conducente. Mucho menos considerar que estas posturas sean genialidades. Pero además la cuestión de fondo sigue irresuelta ¿qué se propone como alternativa real? El aparato de poder peronista puede tener fronteras ideológicas laxas, pero no es trotskismo.
La misma falta de propuestas se reproduce en materia de inflación, la que al igual que la fuga de divisas se atribuye a la idea de que la Argentina es un caso único, donde sus empresarios son peores que los de otros países. Aquí también habría empresarios malos que buscarían aumentar su tasa de ganancia hasta el infinito, como si tal cosa fuese posible, remarcando precios. Todo sería un problema de oligopolios, como si la fase actual del capitalismo no fuese oligopólica por definición y como si los oligopolios no existiesen en los países con baja inflación. Lo dicho no quiere decir que, en un contexto de aceleración inflacionaria, los acuerdos de precios no sean útiles para frenar la inercia en el marco de un programa antiinflacionario, pero se trata de un caso particular. Esta visión sobre la inflación llevó a creer que el problema de la inflación se resolvía en la Secretaría de Comercio y se lo redujo a una tan inútil como insólita disputa interna. La culpa de la inflación era del extinto ministerio de Producción. En algún momento deberá regresar la autocrítica.
Un último problema, bastante grave, se encuentra en el falso ambientalismo. Lo recordamos, hay un ambientalismo real, preocupado por la polución y el calentamiento global derivado de las emisiones de carbono, que persigue mitigar estos efectos en el desarrollo de las actividades económicas, y un ambientalismo falso, financiado mayormente por ONGs europeas y vinculadas al Departamento de Estado estadounidense, cuyo enemigo es ni más ni menos que el desarrollo y las actividades generadoras de divisas. Es la corriente de pensamiento que rechazó la instalación de la producción de celulosa (conflicto de Botnia con Uruguay) la instalación de granjas porcinas “chinas”, la salmonicultura en Tierra del Fuego, la explotación minera en Chubut, la que se opone a la “megaminería”, a la explotación petrolera no convencional, la que rechaza la extracción de litio y la que consiguió reiterados aplazamientos para la exploración petrolera a 300 km de la costa bonaerense. Nótese que se trata de actividades con grandes posibilidades de desarrollo relativamente rápido y de las fuentes de divisas que la economía local necesita desesperadamente para estabilizarse, pagar sus deudas y crecer. Pero el verdadero problema no es que estas ideas sean militadas por minorías intensas de diverso origen, sino que, bajo la peregrina idea de “interpretar las demandas de los jóvenes”, penetren en la propia fuerza enmascaradas en títulos como “ambientalismo popular”. No hay tal cosa, solo ambientalismo y falso ambientalismo.
La conclusión preliminar es que los problemas de la economía local no se resuelven saliéndose de las reglas de la economía global, sino mediante el desarrollo, la planificación y la elección de sectores con capacidad exportadora y, en menor medida, sustitutiva. Esta generación de divisas es la que permitirá hacer frente al endeudamiento y estabilizar la macroeconomía. La buena noticia, es que Argentina es poseedora de estos sectores con gran capacidad de desarrollo potencial: minería, especialmente cobre y litio, e hidrocarburos, in y offshore. A ello se suma un extenso litoral marítimo para la acuicultura, las infinitas posibilidades de una biotecnología de frontera, como lo demostró el desarrollo de los cultivos resistentes a las sequías, y las siempre presentes bondades agrícolas en todo el territorio. Sólo hace falta seguir sumando voluntades a favor del desarrollo, un partido cuyas fronteras pueden ir bastante más allá que solamente las del peronismo.-