El cuadro que abre esta columna es un intento de graficar el comportamiento de los principales precios de la economía (indicadores nominales) y su correlación con la economía real en términos de actividad, empleo y su reflejo en el sector externo (indicadores reales) durante el 2020. Año que sufrió el impacto de la propagación del virus sobre la Argentina lacerada por el macrismo.
Veamos el cuadro entonces:
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Estos indicadores sustentan como pocos la afirmación de Cristina Kirchner en su discurso medular del Estadio Único de La Plata, cuando sostiene que “Argentina es el lugar donde mueren todas las teorías económicas”. El divorcio de la evolución de la nominalidad con la evolución de la economía real es notable.
La retracción histórica del nivel de actividad y la consecuente tasa de desempleo en dos dígitos debieron haber obrado como anclaje potente de los precios minoristas e inducido a un descenso de la tasa de interés. A su vez, la contracción económica que favoreció un importante superávit de la balanza comercial (u$s 12.500 millones) y el cierre del programa financiero de deuda pública debieron asegurar la holgura del sector externo que anclara al tipo de cambio. Por el contrario, las reservas internacionales del Banco Central disminuyeron.
Indicadores nominales de los principales precios de la economía elevados con fuerte retracción de la actividad, desempleo y vulnerabilidad externa es una combinación extraña al devenir económico habitual. Además de constituir un combo riesgoso.
El riesgo radica en los desbordes que pueden experimentar los indicadores nominales ante una recuperación fuerte de la economía real tal como se pronostica y vienen presentando los índices de producción del último trimestre del año.
Si en el 2020, con una recesión histórica y el sector externo comercial y financiero ordenados, la devaluación anual fue del 40,6% y la inflación minorista del 34,1%, ¿qué ocurriría con un crecimiento que promedie el 6% anual?
Las primeras señales las dieron el angostamiento del superávit comercial del último tramo del año y la aceleración inflacionaria de diciembre/enero.
El ministro Guzmán tomó nota de estas alertas, admitiendo que una nominalidad descontrolada puede complicar el despegue de la economía real.
En sus últimas apariciones públicas ha informado la necesidad de un orden macroeconómico como ancla para estabilizar las variables, con un énfasis singular en el cumplimiento de las pautas contenidas en el Presupuesto de la Administración Nacional 2021. Priorizando entonces la solvencia fiscal en dicho orden.
Este planteo se engarza con el intento de un acuerdo rápido con el FMI que constituiría el reaseguro de ese sendero fiscal ordenador.
Pareciera desplazarse la cuestión del sector externo del debate económico para abordar la previsibilidad de pautar la política monetaria y fiscal en línea con un acuerdo de “Facilidades Ampliadas” con el FMI como vector que regirá el próximo accionar del Gobierno.
La experiencia histórica indica que un sector externo holgado, reflejado en un voluminoso nivel de reservas del Banco Central, es el principal estabilizador económico. Un sector externo robusto permite sostener en el tiempo el desequilibrio de las cuentas públicas y pautar su descenso sin traumatismos. No ocurre a la inversa.
El abandono del intento de avanzar con políticas regulatorias que aseguren divisas para el tesoro del Banco Central y a la vez impidan el impacto de los precios internacionales sobre el mercado interno quedó expresado en la reunión mantenida entre el Gobierno y los representantes de las patronales agropecuarias.
A la inversa, en la reunión de consenso sobre precios y salarios entre empresarios y sindicatos, el ministro fue aplaudido por los representantes de los primeros cuando expuso el recorrido de orden fiscal y monetario, en consonancia con el FMI, que obraría como ancla para tranquilizar la economía.
Es bueno recordar que si el ancla es muy pesada puede hundir la embarcación.