No siempre se requiere de medidas grandilocuentes ni demasiado profundas para cambiar la lógica de funcionamiento de un sistema. Siempre es mejor llevarlos a cabo; eso es seguro. Pero a veces basta con un ajuste para torcer, al menos un poco, la transferencia de recursos desde sectores concentrados a los de menores recursos. Esto es a lo que apuntó la medida que aplicó hace un año el Banco Central y que logró morigerar las exorbitantes ganancias de los bancos, mejorar la rentabilidad de los depósitos en pesos y quitarle presión al dólar. En abril del año pasado, en pleno arribo del COVID-19, la autoridad monetaria dispuso un piso de tasas de interés para las colocaciones a plazo minoristas, a través de una fórmula vinculada con instrumentos de financiamiento de las entidades, con el objetivo de estimular el ahorro en pesos.
De acuerdo con el último informe sobre bancos del BCRA, en abril el sistema financiero ganó 3830 millones de pesos, un volumen nada desdeñable pero que se ubica un 90 por ciento debajo de igual mes del año pasado (41.965 millones) . Cuando se revisan los estados de resultados de los bancos (públicos y privados de capital nacional y extranjero) que difunde la autoridad monetaria, se evidencia cierta estabilidad en casi todos los "renglones", con excepción de un fuerte salto en los "egresos por intereses" (pago de intereses por depósitos y colocaciones), que pasaron de 67.700 millones de pesos en abril del año pasado a 115.000 millones en igual mes de este año, explicando en buena medida el menor resultado operativo del sector.
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El año pasado, con el arribo de la pandemia y una aceleración de la inflación, el ahorro volvió a canalizarse al dólar y los depósitos en pesos registraban una fuerte caída interanual. En abril el Central, en medio de un paquete de medidas para contener la especulación con el dólar, dispuso que los plazos fijos menores a un millón de pesos (minoristas) remunerarán a los ahorristas con una tasa de interés mayor, equivalente al 70 por ciento de la tasa de Leliq que el Central les paga a los bancos, la cual se ubica desde entonces en un nivel del 38 por ciento anual.
Hasta abril del año pasado, la tasa de interés en las entidades financieras promediaba el 18,7 por ciento anual, lo cual implicó una primera suba de diez puntos, que fue reforzada luego para fijarla en 37 por ciento anual. El porcentaje fue elevado varias veces y actualmente alcanza el 93 por ciento del promedio simple de las tasas de las licitaciones de Letras del BCRA, lo que determina que la tasa mínima para plazos fijos minoristas se ubique actualmente fijada en ese 37 por ciento.
Un engranaje en la rueda financiera
Con el objetivo de esterilizar (absorber) el exceso de liquidez del sistema, según las pautas de crecimiento que se plantea el Gobierno, el Banco Central recurre a la emisión de letras (Leliq, por Letras de Liquidez) que coloca a los bancos para quedarse con los pesos. Esa colocación actualmente le rinde a los bancos un 38 por ciento anual, libre total de riesgo (nunca el banco central incumple el pago de deuda que puede emitir, por obvias razones).
El rendimiento de estos instrumentos se convierte en un piso natural para las tasas activas (por préstamos), ya que cualquier crédito privado va a ser más riesgoso que colocar la liquidez en letras del Central. Pero también es un techo para lo que los bancos están dispuestos a ofrecer para obtener esa liquidez que después inmovilizan en letras. Sin parámetros ni restricciones, este piso para los préstamos y techo para los depósitos quedan abiertos a la especulación de los bancos.
Hasta abril del año pasado los bancos tomaban depósitos al 18 por ciento y los colocaban al 38 por ciento. Un negocio "redondo". El problema es que esa tasa, bajísima en términos reales, profundizó la salida de ahorristas del sistema. En ese mes las colocaciones minoristas habían perdido un 10 por ciento de su volumen respecto de un año atrás y se mantuvieron en torno a los 2,1 billones de pesos para todo el sistema. Un año después de la suba en las tasas el monto de depósitos se duplicó hasta los 4,3 billones de pesos.
La decisión de atar los parámetros para un corredor de tasas viable a la política monetaria (la colocación de letras) había sido implementado a fines de 2015, por el entonces presidente del Banco Central Alejandro Vanoli, con el objetivo de estimular el ahorro en moneda local en un contexto de fuerte dolarización de activos.
En lo que fue la primera medida regulatoria en materia financiera del macrismo, su sucesor Federico Sturzenegger eliminó esas restricciones y también flexibilizó las condiciones para que las entidades financieras apliquen cargos a las operaciones. Esta flexibilización es la que luego hizo que tuviera nulo impacto la suba constante de la tasa de política monetaria (que llegó a superar el 76 por ciento) en el ahorro en pesos. En definitiva, lo que sucedía es que los bancos no trasladaban igual la suba a los plazos fijos, sino que solo se favorecían de esa mayor brecha que tenían a disposición.
Miguel Pesce, al frente del Central, recuperó hace un año ese mecanismo y el resultado fue una mejora sostenible en el volumen de ahorro, pese a que la tasa, frente a una inflación orillando el 50 por ciento interanual, sigue perdiendo en términos reales. Es por eso que también se instrumentaron, junto con el Ministerio de Economía, mecanismos de indexación de las colocaciones, como los créditos UVA, que buscan compensar la suba de precios. Este instrumento ajusta el interés en base a la inflación y ofrece un rendimiento extra, con una tasa que suele ser de entre 0,1 y 0,2 por ciento anual. Si bien evidencian cierta desaceleración en junio, acumulan en 2021 un crecimiento de casi el 200 por ciento en volumen, lo que le dio también algo de respiro al mercado cambiario.