Por Maite Durietz, Lic. en gerenciamiento ambiental, especialista en sustentabilidad y consultora B (@unaovejaverde).
La sequía no es una cuestión netamente ambiental o climática, sino que está íntimamente relacionada con la seguridad alimentaria. La escasez de agua representa un riesgo cada vez más grande para la producción y la disponibilidad de alimentos en todo el mundo.
La sequia es uno de los grandes impedimentos para el desarrollo sostenible. Muchas veces relacionamos esta problemática con los países en vías de desarrollo y el sur global. Sin embargo, cada vez son más los países del Norte afectados. Según la Organización de Naciones Unidas, se estima que para 2050 las sequías afecten a más de las tres cuartas partes del mundo, en parte, por el crecimiento poblacional y el avance del cambio climático. La cantidad y la prolongación de las sequías aumentaron un 29% desde 2000 y hay más de 2300 millones de personas que sufren la escasez de agua.
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Además, la sequía también puede desencadenar una serie de impactos socioeconómicos negativos. Por ejemplo, la falta de agua y la reducción de la producción agrícola pueden llevar a la pérdida de empleos en el sector agrícola, lo que a su vez puede aumentar la pobreza, además de la inseguridad alimentaria. Por otro lado, los precios de los alimentos pueden aumentar por la escasez de oferta, lo que dificulta el acceso de las personas más vulnerables a una alimentación sana, nutritiva y completa.
El aumento de las temperaturas altera los patrones de precipitación y todo el ciclo del agua. Es decir que, si bien el cambio climático no es el responsable de las sequías, sí empeora la situación. Otros factores importantes a destacar son la deforestación y el mal uso y gestión del agua, sobre todo en procesos productivos, que no colaboran con la conservación de este bien tan preciado.
El modelo de producción de alimentos actual también es responsable de las sequías. Si bien depende de una gestión responsable tanto del agua como del suelo, representa el 70% del total del consumo de agua dulce.
Tenemos que empezar a producir de una manera que conserve el agua, que la use de manera más sostenible e inteligente, que asegure el acceso suficiente y equitativo a los alimentos a nivel global, y que ayude a la agricultura a adaptarse al cambio climático, e inclusive a mitigarlo.
Además de las buenas prácticas y mejores tecnologías para el manejo del agua, como la modernización del riego, el almacenamiento del agua de lluvia, la reutilización de aguas residuales y el control de la contaminación, hay otras cuestiones a tener en cuenta en la industria agroganadera. La rotación de cultivos, el uso de abonos orgánicos, la conservación del suelo y las buenas prácticas para el mejoramiento de su estructura, son un buen punto de partida para migrar a modelos más amigables con el entorno.
Pero la acción individual también cuenta. Algunas de estas buenas prácticas podemos trasladarla de la industria a la vida cotidiana, y podemos incorporar algunos otro hábitos que nos van a ayudar a conservar y proteger el agua:
* El ahorro del agua en los hogares es esencial. No siempre somos conscientes del esfuerzo y el costo, tanto ambiental como económico, de llevar el agua potable hasta nuestros grifos. Abrir la canilla y que salga el agua, es un lujo y hay que valorarlo como tal. No cuesta nada cerrar esas canillas cuando lavamos los platos, nos cepillamos los dientes, etc.
* También podemos recolectar agua, no solamente de lluvia, sino también de la ducha mientras esperamos que se caliente, o de las ollas donde hervimos alguna verdura, y luego reutilizarla para regar nuestras plantas.
* El almacenamiento de agua de lluvia también es válido para los hogares, no hace falta que tengamos una industria o edificio entero, podemos instalar fácilmente un colector de agua de lluvia en nuestras casas.
* Reduciendo el desperdicio de alimentos, también mejoramos la situación, tanto de la escasez de agua como de la seguridad alimentaria. Planificar nuestras comidas, comprar solamente lo necesario, reutilizar aquellas partes de los alimentos que solemos descartar y no discriminar a los alimentos por la apariencia sino elegirlos por la calidad real, son algunas de las acciones que nos pueden ayudar a reducir el desperdicio innecesario y generar un impacto positivo enorme.
* Elegir alimentos agroecológicos y apoyar a los productores locales, es apostar a la conservación de los recursos y a la vida.
* Evitar productos químicos que puedan contaminar el agua, también es esencial. Podemos elegir alternativas biodegradables para la higiene personal y la limpieza del hogar.
Y, por supuesto, siempre la educación resulta esencial para avanzar hacia el desarrollo sostenible. Es imprescindible que nos hagamos cargo de nuestro papel en la protección, la conservación y la regeneración de los ecosistemas.
Con información de Télam