Hasta hace poco, realizar transferencias de dinero entre cuentas propias en Argentina era un trámite sencillo y libre de complicaciones fiscales. Sin embargo, con las normativas actuales de la AFIP, muchos argentinos descubrieron que pueden perder una cantidad considerable de pesos simplemente por mover dinero entre sus propias cuentas. Esto causó preocupación y confusión entre los ahorristas.
La AFIP había establecido ciertas normativas que regulan las transferencias bancarias, con el objetivo de evitar maniobras de evasión fiscal y lavado de dinero. Si bien es cierto que estas regulaciones eran necesarias para garantizar la transparencia en el sistema financiero, también habían generado una serie de efectos no deseados para los ciudadanos de a pie.
Cuando una persona decidía transferir dinero de una cuenta a otra bajo su mismo nombre, en muchos casos, la entidad bancaria solía clasificar esa operación como una "compra de dólares". Esto era particularmente relevante cuando se transfería dinero desde una cuenta en pesos a otra en dólares. Según la normativa vigente, dicha transferencia estaba sujeta a la percepción del Impuesto PAIS del 30%, más el adelanto de Ganancias del 35%. En total, estos recargos implicaban una pérdida de 65 pesos por cada 100 pesos transferidos, lo que podía ser devastador para los ahorros de una persona.
Pero la cosa no terminaba ahí. En casos donde se realizaban transferencias entre cuentas en pesos, la AFIP también había comenzado a prestar especial atención, especialmente si las cuentas estaban en bancos diferentes. Esto se debía a que la agencia fiscal consideraba que tales movimientos podrían ser intentos de ocultar fondos o de evadir impuestos. Como resultado, el dinero transferido podía estar sujeto a retenciones impositivas adicionales. Estas retenciones, aunque variaban según la situación, también podían representar una pérdida significativa de dinero.
Un ahorrista perdió el 10% de su dinero transfiriendo de una cuenta propia a otra
Un caso que había llamado mucho la atención en su momento fue el de un ahorrista que había transferido una suma considerable de pesos desde su cuenta de ahorro a su cuenta corriente, ambas bajo su nombre. Para su sorpresa, al revisar su saldo, había descubierto que había perdido aproximadamente el 10% de su dinero debido a diferentes cargos y percepciones aplicadas por el banco y la AFIP. Lo que debía haber sido una simple operación de rutina se había convertido en una pesadilla financiera.
Para aquellos que operaban con sumas más grandes, estas pérdidas podían alcanzar cifras alarmantes. Por ejemplo, alguien que hubiese transferido un millón de pesos entre sus cuentas podía haber visto cómo 100.000 pesos desaparecían solo en conceptos impositivos y comisiones. Esto generaba un fuerte impacto en la capacidad de ahorro y en la confianza del sistema financiero.
En conclusión, las normativas de la AFIP habían creado un escenario donde incluso las transferencias entre cuentas propias podían resultar en pérdidas significativas de dinero. Los ahorristas se veían obligados a navegar un complejo entramado de regulaciones y comisiones, lo que hacía que cada movimiento financiero tuviera que ser cuidadosamente calculado para evitar sorpresas desagradables. La situación demandaba una revisión urgente para asegurar que los ciudadanos pudieran manejar sus propios fondos sin sufrir penalidades inesperadas.