Hace apenas cinco días, Independiente no tenía presidente ni director técnico titular, su situación institucional era (es) caótica y el presente deportivo desolador, por lo que la atmósfera del Libertadores de América en el clásico con Racing Club suponía una forma efectiva de tomar la temperatura social.
Los hinchas enardecidos que asistieron a la sede de Avenida Mitre el martes pasado después de la renuncia de Fabián Doman podían multiplicarse por miles en la jornada del partido más caliente del año, al que el equipo llegó con un nuevo entrenador designado 48 horas antes.
Sin embargo, el arribo del Ruso Ricardo Zielinski, un técnico prejuzgado por ser ajeno al histórico paladar de la institución, pacificó un estadio que en los partidos anteriores se transformó en un punto de manifestación contra la dirigencia y los jugadores.
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Los fanáticos del Rojo que cubrieron la totalidad de las tribunas, sobre los cuatro costados, ni se acordaron de Néstor Grindetti, el presidente en ejercicio, ni del resto de la Comisión Directiva que colapsó a sólo seis meses de ganar las elecciones.
No hubo cantos contra los directivos, tampoco banderas de repudio ni manifestaciones individuales. Una cancha despolitizada, con una multitud dispuesta a emitir buena energía para el contagio de sus jugadores con el fin de honrar el mensaje de un trapo ubicado detrás del arco: Los dueños de Avellaneda.
Los hinchas aplaudieron a Zielinski más que a nadie, hasta cantaron por él antes de ver jugar al equipo, en claro reconocimiento a su valentía de asumir sin tiempo para preparar el cruce con el mayor rival histórico.
Bajo la lluvia de una tarde gris, el público apoyó con hidalguía, fue paciente ante la inseguridad de Javier Báez y frente a la torpeza de Nicolás Vallejo para cometer el penal del empate de Racing.
Desató un clima infernal cuando el uruguayo Martín Cauteruccio, que un rato antes había salvado un gol en la línea con su cabeza, controló de pecho y remató a la base del palo izquierdo de Gabriel Arias para establecer el 1-0.
Con la ventaja en el marcador, hubo baile de cuerpos mojados en los playones de las populares y las plateas; y tampoco faltaron las selfies con las tribunas en estado de ebullición de fondo.
Se palpaba con nitidez el deseo de ganar el clásico por encima de cualquier otra necesidad, para cortar la tendencia reciente de 5 derrotas en los últimos 6 enfrentamientos con La Academia, un registro contradictorio con el centenario historial del clásico.
En la estadística global, el Rojo goza de una orgullosa paternidad producto de 88 victorias, 71 empates y 74 derrotas en 233 encuentros.
Los enojos de los hinchas locales estuvieron dirigidos al árbitro Yael Falcón Pérez, quien hasta esta semana fue empleado de la intendencia de Lanús a cargo de Grindetti. Desde el penal sancionado a Racing, todos los fallos en contra del local provocaron indignación en el estadio.
Pero no taparon los aplausos y la aprobación para un Independiente con nuevo espíritu, que empujó con vergüenza a su rival en la última media hora de juego en busca de un triunfo que se niega hace once fechas.
El empate no se alteró pero la sensación, esta vez, fue otra. El equipo fue más que el rival y mostró otro carácter a pesar de todo lo vivido en la semana. Los fanáticos recordaron que nacieron hijos nuestros y los jugadores dejaron el campo en medio de una ovación. Acaso haya comenzado otro tiempo en Avellaneda, con paladar ruso.
Con información de Télam