(Por Walter Vargas) Más allá de simpatías y antipatías por tal o cual color de camiseta y más allá de neutralidades, simuladas o no, la final de la Copa Libertadores supone una fiesta que convoca y abraza a la comunidad futbolera de Sudamérica y ojalá que así sea entendida incluso después de que termine de rodar la pelota en el Maracaná.
Sin ánimos de agorerías ni de otra forma de profecía lúgubre, es de esperar, de apostar a los operativos de seguridad dispuestos por los funcionarios de Río de Janeiro, y de cruzar los dedos, por qué no, para que en el atardecer de la ciudad carioca prive la sana concordia.
(El jueves ya tuvimos una desdichada muestra gratis).
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En este punto, se vuelve ineludible tomar nota de que poblarán las calles hinchas de tres equipos: los de Boca, los de Fluminense y de su acérrimo adversario, Flamengo.
Ahora sí, vayan un puñado de observaciones sin más valor que el de un mensaje en la botella que, si de fútbol hablamos, llega a destino muy de tanto en tanto:
¿El favorito? Fluminense. Pongamos, 60 a 40.
Amén de que irá por la consumación de un sueño largamente atesorado, por una recompensa histórica, gozará de la inestimable condición de local.
Pero, ¿las ventajas comparativas del Flu serán meramente abstractas e intangibles?
Desde luego que no. Es un equipo muy trabajado en el llamado juego posicional que prioriza pelota al ras y desmarques de arco a arco. En definitiva, juega entre bien y muy bien.
Sustentado, sobremanera, por un puñado de jugadores de jerarquía y experimentados en paradas de elite. En orden impreciso, Marcelo (ganador de cuatro Champions con Real Madrid), Felipe Melo, Ganso y el patriarca Fabio, un arquero de 43 años al que el paso de los años ha sabido añejar como a los mejores vinos.
Por si fuera poco, ostenta la contribución argentina de Germán Cano, una máquina de hacer goles por la vía que fuere.
¿Y Boca? ¿Boca qué?
A primera mirada, a segunda también, es el Boca futbolísticamente más débil de cuantos han llegado a la final de la Libertadores.
Un Boca, el de Jorge Almirón, borroso en estilo y opaco en gestación y ejecución.
Tan cierto, en todo caso, como que le han sobrado capacidad de lucha, resistencia a la marea baja y mentalidad ganadora. Es mucho.
Y planetas alineados, más "Chiquito" Romero, uno de los cuatro con bagaje de finales. Los otros son el ausente Marcos Rojo (sensible la pérdida del defensor platense), el oriental Edinson Cavani y el peruano Luis Advíncula.
¿Y el fervor tribunero, los miles de xeneizes y su atronador Dale Bo, dale Bo? He ahí un porcentaje a favor, pero de influencia imprecisa.
Después, una final es un modo específico de convertir las verdades absolutas en relativas. Viceversa.
Y además, conste, una final facilita el bajado de la vara de las purezas estéticas.
Tanto es así que un sibarita como Jorge Valdano supo escribir que en una final está autorizado ganar habiendo jugado mal.
Con información de Télam