Cuando el fútbol femenino se convirtió en un producto global y organizado bajo las reglas de la FIFA, Estados Unidos ya contaba con una estructura y un desarrollo que le posibilitó establecerse como potencia con marcada distancia sobre el resto de los seleccionados nacionales.
La país de América del Norte fue precursor en el impulso del fútbol de mujeres a partir de un sistema de leyes civiles puesto en vigencia hace más de 50 años después de una pertinaz lucha del movimiento feminista.
Como resultado, en 1972, se sancionó una norma pública -conocida como Title IX-, que fue parte de un paquete de reformas de la Educación, mediante la que se prohibió cualquier tipo de discriminación por género dentro de los establecimientos de enseñanza.
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En concreto, la letra de la ley dispuso: "Ninguna persona en Estados Unidos, por motivos de sexo, será excluida de la participación, se le negarán los beneficios o será objeto de discriminación en ningún programa o actividad educativa que reciba asistencia financiera federal".
La medida se tradujo rápidamente en un aumento del número de estudiantes mujeres que iniciaron su participación en deportes organizados dentro de las instituciones educativas estadounidenses.
La igualdad y la equidad en el deporte se convirtió en un principio transversal y garantizado por la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación de Estados Unidos con un estricto control sobre los establecimientos.
En los primeros años después de entrar en vigencia la ley, el fútbol femenino se transformó en el tercer deporte más ofrecido y más practicado dentro del ámbito de las universidades, los colegios y los programas educativos. Sólo fue superado por el básquetbol y el vóleibol.
Con los deportes de consumo masivo "masculinizados" (fútbol americano, béisbol y hockey sobre hielo), las mujeres buscaron en el "soccer" un lugar propio para desarrollarse.
Las instituciones educativas registraron una alta demanda de las mujeres interesadas, la inversión en la actividad se volvió condición necesaria para cumplir con la norma y el fútbol femenino creció de modo exponencial, especialmente en las universidades, lo que representó el germen de la profesionalización.
Durante la década del '90, Estados Unidos plasmó a nivel mundial un predominio expresado con la conquista de la primera Copa del Mundo de la FIFA en China (1991) y la medalla de oro en los Juegos Atlanta '96, edición que incorporó el fútbol de mujeres al programa olímpico.
Al inicio del nuevo milenio, la Women's United Soccer Association (WUSA) surgió como la primera liga femenina con todas sus jugadores profesionalizadas. La integraron 8 equipos y dejó de funcionar en 2003 por problemas financieros.
Seis años más tarde se creó la Women's Professional Soccer (WPS) pero duró solamente hasta 2011 y al año siguiente se instituyó la estructura todavía vigente: la National Women's Soccer League (NWSL) .
A lo largo de ese período, el seleccionado femenino estadounidense se transformó en el más ganador del planeta. Ganó cuatro de las ocho ediciones de la Copa Mundial de la FIFA, en las que nunca bajó del podio, y se colgó cuatro medallas de oro en siete ediciones olímpicas celebradas.
La causa de su rotundo éxito quedó reflejada con una estadística de un informe elaborado por la FIFA en 2014: 15,9 millones de las 30,1 millones de jugadores censadas ese año en todo el mundo eran surgidas Estados Unidos.
Con más de la mitad de la población mundial de jugadoras en su territorio, el proceso de profesionalización se aceleró de tal manera que la NWSL se convirtió junto con la de España y Corea del Sur en una de las tres ligas femeninas con el ciento por ciento de sus deportitas rentadas.
El paso siguiente, entonces, fue la lucha por la igualdad salarial, que tuvo como principal impulsora a la campeona olímpica y mundial Megan Rapinoe, además ganadora del Balón de Oro y el premio FIFA The Best en 2019.
En 2022, las jugadoras de Estados Unidos alcanzaron un logro histórico: el compromiso de la Federación de Fútbol local (USSF) de repatir 24 millones de dólares más primas para el plantel, la misma masa salarial destinada a los hombres.
La negociación también fijó un fondo de 2 millones de dólares para beneficiar a las jugadoras en sus carreras posteriores al fútbol.
Los continuos avances del fútbol femenino en Estados Unidos, por último, se constatan en otro registro inédito relacionado al Mundial 2023: 60 jugadoras de la NWSL nutrirán a 16 de los 32 seleccionados participantes en Australia y Nueva Zelanda.
Con información de Télam