Julián Weich volvió a la actuación, después de 18 años sin protagonizar una ficción o una obra de teatro, con Velorio a la carta, una comedia que se estrenó en el Teatro Regina. Imparable, el conductor y actor de populares ciclos como Pelito, Clave de sol, La Banda del Golden Rocket, El Agujerito Sin Fin, Sorpresa y ½ y Expedición Robinson, entre otros, dialogó con El Destape sobre su esperado regreso, la labor solidaria y las claves que lo convirtieron en una de las figuras más queridas por la gente.
- ¿Estás ansioso por volver a actuar?
Pensaba cómo sería para mí volver a actuar, pero no me pasó nada en especial, ni me puse nervioso, ni me dio miedo. Hace muchos años que no me llegan propuestas de trabajo como actor, ideas, libretos o una llamada para ver si tengo ganas… estoy alejado de la actuación, pero no por decisión propia sino porque nadie más se fijó en mí. Eso fue hasta el guion de Velorio a la carta, que leí y me encantó.
- ¿Cómo es tu personaje en la obra?
Lo interesante no es solo mi personaje, sino el planteo de la obra. Siempre que se habla de la muerte por un lado causa mucha gracia y por otro genera incertidumbre, porque no hay mucha información. Mi personaje es el que provoca todo lo que pasa en el escenario. Él es el causante de todos los males y se cuestiona si lo quieren o no lo quieren, haciendo cualquier cosa para evaluar esto en vida. El gran misterio de la vida, además de la muerte, es saber quién te quiere y quién no.
- ¿Creés que hay vida después de la muerte?
Sí, obvio. Para mí existe la reencarnación y la vida física es una etapa de nuestra inmortalidad. Y si fuera mentira, vivo más feliz (risas).
- Me quedé pensando en la “misión” de tu personaje. En los medios, saber quién te quiere y quién no puede volverse confuso…
No participo de la farándula, no es algo que me interesa, entonces no vivo esa falsedad tan presente y a la que hacés referencia. Sí vivo el compañerismo, los vínculos y tener onda con los elencos, pero no creo que cada trabajo sea “un nuevo grupo de WhatsApp”. Pelito fue la primaria, Clave de Sol la secundaria, La Banda del Golden Rocket la universidad y después tocó seguir adelante. No acumulo amigos, sí vínculos y afectos.
- ¿Cuándo empezaste a desear ser actor?
Estudiando con Lito Cruz, mi primer maestro. Después estuve dos años en el Conservatorio, estudié con Raúl Serrano e hice cursos de zapateo americano, clown, mimo, acrobacia, capoeira, canto y no sé cuántos más, me enganchaba con todas esas cosas. Así tuve una formación intensiva de cinco años y en medio trabajaba, hasta que llegó un momento en que fue más lo que podía trabajar que el tiempo que tenía para estudiar, más allá de casarme y tener hijos.
Fue raro el tema de “hacerme actor”. Mi papá fue actor, pero no trascendió, y mi mamá era bailarina del Teatro Colón, o sea que había algo artístico en mi casa, pero no se promovía el arte como un futuro posible en mi vida. De hecho, cuando decidí estudiar teatro me miraron con sorpresa. Tenía 17 años y en ese momento estaba por recibirme de Técnico Electrónico para estudiar Ingeniería Electrónica, porque se suponía que era la carrera del futuro. A los 18 ya estaba trabajando como actor, fue todo muy rápido y no paré nunca más. Me faltó tiempo de adaptación, fue todo muy vertiginoso.
- ¿Qué recuerdos tenés de Pelito, tu debut en la televisión?
Pelito fue un trauma porque lo hacía muy mal, no me salía, me ponía muy nervioso frente a cámara y nadie me explicaba nada. La dirección era precaria y como me olvidaba la letra, amenazaban con echarme, ya que grabábamos mis escenas como 20 veces. Me desesperaba porque sabía que podía hacerlo, pero me ganaban los nervios. De alguna forma subsistí y pude, y ya en Clave de Sol estaba más canchero desplegando lo que creía que tenía para dar. Y me fue muy bien, estuve dos años en el programa.
- La fama no tardó en llegar.
Mi objetivo era ser un buen actor, por eso estudiaba tanto. Y la fama fue una consecuencia de mis trabajos, aunque nunca la viví como algo propio. Siempre entendí que la gente te ve y te hace famoso, yo no soy famoso. Nunca me distorsionó la vida ni tuve la sensación de creerme importante por estar en la televisión.
- ¿Y cuando ves a alguien del medio que “se come el cuento” de la fama?
Me da mucha pena, es una mentira hacia el otro y hacia uno. Quien se cree que es famoso está mintiendo y es horrible vivir así. Es algo de personas con muy poca autoestima, pobre gente (risas).
- ¿Recordás qué hiciste con tu primer sueldo como actor?
¡Lo abroché! Mentira, mi sueldo no, el sueldo de mi papá. Él -en una época- me daba plata por semana para mis gastos y un día le dije ‘no me des más plata que estoy ganando bien en la tele’. Papá me quería dar igual el dinero, entonces yo lo iba abrochando y lo escondía. Eso habrá durado muy poco, en algún momento lo terminé usando.
- ¿Cómo llegaste a la conducción?
Fue en un momento en el que me ofrecieron hacer Brigada Cola en Canal 11 o El Agujerito Sin Fin, que era un proyecto para presentar dibujitos animados en Canal 13, nada más que eso. Se ve que Ricky Cavana y Fabián Muñoz, que eran los creativos del programa, tenían ganas de hacer otra cosa porque el éxito que tuvo fue impactante. En El Agujerito Sin Fin aprendí a conducir, fue la mejor escuela del mundo. En esos dos años aprendí a hablar en serio, a hablar en joda, a pedir perdón. Nunca fui “un conductor”, simplemente fui yo mismo y eso a la gente le gustó porque es natural. Me parece que hubo una construcción de credibilidad muy sincera. Siempre que me equivoqué pedí perdón. Hoy, ¿cuántos programas de televisión y figuras hacen eso?
- ¿Creés que esa es la clave para que los televidentes te vean como alguien cercano?
Sí, el trato general al espectador y toda la cuestión social. Encaré la conducción de Un sol para los chicos en el ‘92 y lo hice durante 10 años. Eso tiene que ver con mi decisión de, cuando estoy frente a una cámara, además de conducir o entretener, dar un mensaje de apoyo o solidaridad, impulsar un pedido de recaudación y no estar involucrado en cosas raras. Después de 38 años de seguir siendo el mismo, se dio ese vínculo. Prefiero eso a los 40 puntos de rating, porque es más duradero.
- ¿Ves televisión?
Sí, toda la televisión. Me gusta y me crie viendo la tele. Jugué al rugby porque vi a Los Pumas, buceé porque vi documentales de Jacques Cousteau, hice El Agujerito Sin Fin porque vi Supershow Infantil. La tele me dio mucho estímulo para devolverle todo lo que me dio, cuando tuve la posibilidad de estar adentro, en el lado creativo. Tengo recuerdos de llamar a Canal 13 por teléfono a los 5 años para pedir que saquen a la bruja Cachavacha porque me daba miedo (risas).
- ¿Y qué pensás de la lucha por el rating?
Yo trabajo para hacer el mejor programa posible y que tenga la cantidad de rating necesario para permanecer, ese es mi objetivo. Después, si le gano al otro o no le gano no me importa. De hecho, el programa Vivo para vos -que estuvo tres años al aire- hacía dos puntos de rating, pero los televidentes lo querían y lo agradecen. La gente se da cuenta de eso, pero lamentablemente no son programas que vayan a dar 30 puntos.
- ¿El final del programa es definitivo?
Sí, no por nosotros sino por decisión del canal. En diciembre fue un ‘vemos’, porque el ambiente económico estaba difícil, pero evidentemente el canal no lo pudo sostener.
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“La frase los niños son el futuro es una mentira”
- ¿De dónde sale tu costado solidario?
Es algo familiar, de mi casa y de vivir con algo que ahora no existe tanto: la gauchada. La gauchada era eso, no había nada a cambio y no se cuestiona. A veces me encuentro con actores que me dicen ‘yo entré a la tele por vos’. Ese es el concepto para mí: compartir y ser solidario.
Por otro lado, hace 31 años soy embajador de UNICEF. Mi trabajo es difundir los proyectos en Argentina y viajar por el país una o dos veces por año con la misión de defender los derechos del niño. Es importante que la gente sepa que los derechos del niño existen y que aunque están en la Constitución, no están defendidos como corresponde. Ante un conflicto, un divorcio, una guerra, una inundación o un huracán nadie piensa en los chicos a la hora de tomar las decisiones importantes.
- ¿Sentís que eso es una carencia del Estado?
Sí, pero histórica. Los chicos deberían estar en la escuela y no cartoneando, deberían estar vacunados y alimentados como corresponde y eso no pasa. Algo no está bien. La frase “los niños son el futuro” es una mentira: un niño que tiene hambre hoy no piensa en el futuro, un niño que hoy está siendo abusado, tampoco. Hoy trabajo para 20 fundaciones, además de tener mi marca propia, Conciencia.
- ¿Trabajarías con personajes mediáticos como Santiago Maratea?
No tengo problema con nadie mientras las cosas sean transparentes y sean reales. Y no sólo hay que ser transparente, hay que parecer transparente también. Es un doble check, hay que asegurarse que esté todo en regla por lo que uno dice, hace y aparenta.
- Ahí entra en juego el debate de si lo que hacen estos personajes mediáticos es solidaridad o caridad…
Soy de los que piensa que mientras se ayude de verdad, no me importa si mandan un cheque o agarran una pala y se ponen a cavar. Las dos cosas sirven. Hoy hay que mostrar lo que uno hace y decir lo que uno hace porque contagia a otros.
- Velorio a la carta. Dirección: Diego Reinhold. Funciones: Viernes y sábados a las 22.30 horas en el Teatro Regina (Avenida Santa Fe 1235, CABA).