La hipnótica Marilú Marini volvió a los escenarios de Buenos Aires con El corazón del daño, una adaptación de la novela de María Negroni, dirigida por Alejandro Tantanian. Radicada en Francia, la actriz regresó a su país natal por 8 semanas y se presenta en el Teatro Picadero con un texto en el que desnuda el alma al servicio de la poética que tiene la puesta, una exploración de las facetas más intrincadas de la maternidad. "La gran belleza del texto de María es que evoca y da a conocer la creación de una artista. Como ella, a través de lo que pasa en la relación triste con su madre, deviene en autora", señala en diálogo con El Destape.
- ¿Cómo era la relación con tu mamá?
Mi madre era una alemana que vino a Argentina desde Silesia, Prusia. Fue una mujer bella y delicada en su pensamiento, pero a la vez muy distante conmigo. Yo nací luego de la muerte de una hermana pequeña -a quien no pude conocer- y pienso que cuando mi madre me tuvo fui una esperanza y una traba, ya que estaba de duelo y no se pudo acercar... Tuve una relación muy distante con mi madre, por eso comprendo y me es cercano el vínculo que María Negroni describe que con la suya. De todas formas, la relación con nuestras madres siempre es algo denso, muy complicado y lleno de matices. Es una relación primordial porque ellas nos han hecho, nos han tejido con su cuerpo y hemos estado ahí metidos nueve meses… ¡no es pavada! (risas).
- La obra tiene muchas escenas donde hay que mostrar dolor, ¿En qué cosas pensás para emocionarte?
No pienso. Esos momentos de emoción profunda vienen de la situación, del texto mismo y de algo absolutamente misterioso y que, en mi caso, no manejo. A lo mejor hay gente que tiene una gran técnica y puede manejar eso racionalmente, yo no puedo. Me gusta mucho un concepto que hablábamos con Hugo Mujica en la obra de teatro Sagrado bosque de monstruos, que dice que hay algo en el arte que queda del lado de lo que no podemos describir, enumerar o simbolizar. Hay algo del cerebro reptiliano que se pone en marcha.
- ¿Cómo descubriste que querías ser actriz?
Soy una persona de una inconsciencia total. Me formé haciendo y experimentando con mi cuerpo. Cuando trabajaba en el Di Tella junto con Ana Kamien, hacíamos espectáculos de danza hasta que Roberto Villanueva, quien era el director del Departamento de Artes Visuales, me propulsó a la actuación al ofrecerme el rol de la madre en Ubú encadenado, y con una inconsciencia total dije sí. No fue nada que me propuse, de hecho la formación que tengo es de bailarina. Siempre fui una obrera, nunca estudiante.
- ¿Cuál fue tu primer momento de revelación en el oficio?
El momento de epifanía vino bastante después de empezar a actuar, cuando hice el Calibán en La Tempestad, en la puesta de Alfredo Arias, y también cuando Alejandro Tantanian montó Sagrado bosque de monstruos. En esas dos oportunidades sentí tanto placer, es inexplicable contarlo pero nunca antes había pasado por experiencias similares. Otra de las cosas que me abrió mucho la cabeza fue encontrarme con el mundo de William Shakespeare y Copi.
- Dos autores que hoy son reivindicados por su capacidad de adelantarse a los problemas y dilemas comunes del ser humano actual
Absolutamente. Copi era una persona de una honestidad enorme y un denunciador de la confusión, la ambigüedad, la tilinguería, la burguesía y la mirada restringida ante la realidad. Además, tenía una gran elegancia. Y de Shakespeare pienso que es un autor que me conmueve en la profundidad de su mirada de lo humano. Es infinita.
"Siempre es muy emocionante cada vuelta a Buenos Aires"
- Vivís en Francia desde hace 40 años…
Sí, desde el ‘75. Formé una familia y es el país que elijo para vivir, pero extraño muchísimo Argentina. Siempre es muy emocionante cada vuelta a Buenos Aires.
- ¿Qué recuerdos, imágenes y olores son los qué más extrañás de tus días en Buenos Aires cuando estás en Francia?
Extraño estar un café leyendo durante horas y escribiendo, amo los cafés de barrio. Extraño las medialunas de grasa. Extraño los amigos que quedan acá. Extraño ese código cultural que tenemos los argentinos de estar siempre abiertos al otro con el protocolo de la amistad. Extraño ir a la librería de Alberto Casares, en la calle Suipacha, y entrar y sentir el olor a papel.
- ¿Qué diferencias ves entre quienes consumen cultura en Argentina y en Francia?
Francia es un país que está formado culturalmente desde su lengua, que es más literaria y llena de símbolos que el castellano, con un estilo más directo, y el argentino. Acá la estructura estatal para contener y encauzar la cultura no está cimentada, es más aleatoria. En Francia, a pesar de que ha habido muchísimos recortes en el área, es algo que está impulsado desde el estado: hay toda una red de teatros públicos y no una cantidad enorme de teatros alternativos sin ninguna subvención como sucede en Argentina, donde las ayudas son bastante menores.
- ¿Qué te provoca la figura de Javier Milei y sus ideas de desfinanciamiento de la cultura?
La ideología que sustenta el presidente Milei, puesto que ha sido elegido por un 56% de la gente, no es reflexiva. Es una política impulsiva y él me parece muy peligroso. Le sugeriría que en su camino tenga en cuenta lo que la cultura significa para la identidad de un país, que es fundamental.
- Porque sino vamos a terminar como una tragedia de Shakespeare
Podríamos acabar como Tito Andrónico, la tragedia más sangrienta.
- Para cerrar, ¿pensás en el retiro?
Hasta ahora no. En mis planes, si el cuerpo me da quiero llegar a los 100 años arriba de un escenario.