Manuelita es una obra teatral que relata la historia de un joven homosexual que crece en un pueblo al que la deconstrucción y la inclusión todavía no llegaron. Se trata de la historia de Alejo Sulleiro, director y autor de esta pieza protagonizada por Tomás Corradi Bracco y Tiago Mousseaud, quien transforma en arte las incertidumbres y angustias vividas en su adolescencia por el contraste entre sus sentimientos y lo que los mandatos sociales le indicaban. En diálogo con El Destape Web, el artista de 24 años habla del exorcismo de esa parte de su historia, de su vínculo con su pueblo, su amor por el teatro y el avance de la sociedad en materia de derechos LGBT+.
Manuelita se podrá ver los sábados de septiembre a las 17 en la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037, CABA) y las entradas pueden conseguirse en Alternativa Teatral.
¿Cómo se te ocurrió plasmar esta idea en una obra de teatro?
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- Nació por un impulso de actor; primero que nada soy actor y después devengo en director y dramaturgo. Empezó a germinar este personaje, este pibe de barrio muy intenso, muy marica. Quería crearlo para actuarlo y con el tiempo fui masticando la idea, fui pensando en escenas ficcionales pero muy similares a recuerdos de mi adolescencia. Con mis amigues de La Emperifollada, nuestra compañía teatral, empezamos a cranear la idea y yo empecé a distanciarme: dejé de querer actuar y empecé a querer montarlo. Se me venían imágenes muy particulares de las escenas que no quería que nadie tocara.
Fui creando a Manuelita un poco a semejanza de mi propia persona pero intentando que sea ajeno a mí, que sea un personaje. Hay fragmentos del texto que son proyectados en la obra; son momentos reales, biográficos. Y también hay momentos ficcionales, que son las escenas representadas por Tiago y Tomás. Quería representar a mi yo adolescente.
De hecho, no queda ninguna duda de que habla de vos porque en una parte el texto proyectado dice “Me llamo Alejo”.
- Sí, sí. Al principio quería que parezca que el relato iba para un solo lado y que era sobre Manuelita y después empecé a pensar con qué recurso podía decir que en realidad yo soy Manuelita. Bah, en realidad todes somos Manuelita porque en algún momento de la adolescencia todes empezamos a cuestionarnos todo.
¿De qué pueblo sos?
- Soy de Allen, Río Negro. Es una ciudad pero tiene alma de pueblo. Me doy cuenta con el tiempo que se me está yendo el pueblo del cuerpo viviendo en Capital y es ¡atróz! (risas). Se me está yendo. También hay que aclarar que Manuelita es de pueblo; no es lo mismo que ser de Capital. Uno cuando llega a la ciudad ve muchos más colores, diversidad, aunque Capital tiene sus límites también, pero hay mucha más diversidad.
Es importante referirse a la cancha de pueblo, al secundario de pueblo. Criarse estudiando en el Pellegrini es muy distinto a hacerlo en el CET 8, mi secundario, que era un taller industrial con muchos varones rudos, mamelucos y herramientas.
¿Creés que todo el activismo social que ha habido en los últimos años achicó un poco la brecha entre lo que vive un gay creciendo en un pueblo y lo que se vive en Capital?
- Para mí las redes, la tecnología, el hecho de estar todes en lo instantáneo ayuda bastante. Al mismo tiempo que llega algo a Capital, llega a Allen, por ejemplo. Aunque sigue habiendo límites, creo que la brecha es más chica pero no que sea suficiente. Uno vuelve al pueblo y sigue escuchando discursos de hace muchos años porque el contexto y la gente que te rodea coinciden en ideas, entonces, ¿para qué repensarlas? Si mi vecina está de acuerdo conmigo, ¿para qué vamos a andar repensando y tratando de cambiar? Hay una resistencia a cambiar el paradigma, siempre. Pero el presente es mucho más favorable porque les pibes jóvenes son más combatives, la agitan más, repiensan mucho más. El presente te pide repensar dónde estás parade, qué decís, qué discursos repetís, qué apoyás.
Por eso creo que Manuelita es una obra para todes; no se distancia de generaciones más grandes o más chicas. Es ATP. Puede verlo mi viejo o mi primito más chico.
¿Tu vínculo con el teatro empezó en tu pueblo o cuando llegaste a Capital?
- Empezó en el pueblo. De alguna manera, el teatro llegó por la televisión también; en un pueblo todo llega por la tele. Después escuché que había un taller de teatro municipal y me metí. Empecé ahí con Julián De Bonis y no paré, ahí tendría 13, 14 años. Creo que el teatro me cambió la vida, me ayudó a conocerme. Me dio una voz, aunque estuviera representando otras cosas. Estuve cada vez más enamorado del teatro y el último año de secundaria decidí que me venía a Capital a estudiar; como buena marica también, siempre queremos irnos del pueblo. Me vine a la UNA y conocí a mis amigues, con quienes ahora tenemos La Emperifollada Compañía.
¿Cómo surgió La Emperifollada?
- Éramos estudiantes del primer año de actuación y un día el profesor nos dijo que nos empezáramos a juntar a tomar birra y ver obras de teatro: “Salgan a ver teatro, llénense de manija”. Le hicimos caso y eso hizo que se fundara La Emperifollada en el 2018, cuando terminamos primer año. Desde entonces estamos autogestionando nuestras propias obras.
Empezó en 2018, por lo que la pandemia los atravesó completamente. ¿Cómo fue eso?
- Sí. En pandemia cada une se fue para sus raíces; algunes se quedaron en Capital y otres volvimos a los pueblos. Todes empezamos a dispersarnos entonces tuvimos que mantenernos unides, porque primero que nada somos un grupo de amigues y después nos damos cuenta que eso nos incentiva a laburar juntos.
Nos mantuvimos en contacto y, mientras tanto, yo iba maquinando Manuelita, para que cuando volviera a Capital ya estuviera el proyecto. Al volver al pueblo también agarré ese saborcito: volver a enamorarme de crecer en la cequia, en la chacra. O sea, siempre fui muy citadino, no es que vivía en la chacra, pero tener el río tan cerca hace que vayas a andar en bicicleta con amigues, que disfrutes del barrio. El barrio es de gran inspiración para Manuelita en sus momentos descriptivos.
¿Se puede vivir del teatro independiente?
- Uf, qué pregunta (risas). Como me dicen mis amigues más grandes, yo soy muy pendejo y la verdad es que no sé si se puede vivir del teatro independiente. Es un gran “no sé” todavía; recién estoy empezando. Mucha gente dirá que no, mucha otra que sí. El teatro siempre cambia, según el gobierno, el contexto histórico, siempre. Soy muy defensor del teatro, para mí va a existir para siempre. Está en el día a día: cada vez que alguien cuenta un cuento, cuando alguien se sube a una mesa y dice “pasó así” y empieza a representar algo, eso es teatro.
Tengo un amigo, Jose Guerrero, director y dramaturgo de Allen, que una vez lo escuché decir que el teatro tiene que incomodar. Yo me agarré de esa idea y no la suelto hasta el día de hoy porque me parece esencial. El teatro es para que la gente vaya y que el público esté activo; no en un estado de relajación y desafectado de la puesta en escena. Uno no puede entrar de una manera a ver una obra de teatro y salir de la misma. Si no, estamos repitiendo un placebo para olvidarse del presente y el teatro es político. Yo defiendo que es algo vital, inevitablemente te va a generar algo en el cuerpo. No es lo mismo que ver una película, y no es que estoy en contra del cine, pero después de la pandemia nos acostumbramos a encerrarnos con nosotros mismos y ver algo desde una pantalla. El teatro es colectivo, es gente entregándose a algo y a la vez la gente que está en el escenario también se entrega a algo. Es un ritual y es algo vivo, porque nunca es igual. Si quiero hacer algo en mi vida es que la gente vaya a ver teatro.